¿cómo deshacerse de una chica?

1

La melodía estándar del despertador del móvil torturaba los oídos de forma desagradable. Sin abrir los ojos, Ilona intentaba apagarlo a tientas sobre la mesita de noche, sin éxito. El dolor de cabeza era insoportable y tenía la boca más seca que el desierto de Atacama. Su cabello, dorado como el trigo maduro, se esparcía en sedosas espigas sobre la almohada color lavanda.

Escuchó cómo alguien a su lado se movía, se inclinaba y apagaba la molesta alarma. Su cuerpo se encendió de inmediato. Tomó conciencia de que no estaba sola en la cama y abrió los ojos azules de golpe. Observó las paredes gris claro y comprendió que no estaba en su casa.

Los recuerdos, aún borrosos, irrumpieron en su mente dormida como una ola, haciéndola soltar un pequeño grito. Apretó la sábana con los dedos y la subió hasta el cuello, buscando protección. Con temor, desvió la mirada hacia quien sostenía el móvil y la observaba.

El hombre yacía de costado, con la cabeza apoyada en la palma de su mano. Sus dedos se hundían en el cabello oscuro y revuelto que le sobresalía en todas direcciones. Sus cejas gruesas se fruncían, y unos ojos verdes la estudiaban con descaro. La ligera barba en su rostro y la nariz recta le daban un aire rudo, mientras que sus labios atractivos la hacían recordar escenas sueltas de la noche anterior.

Sin preocuparse por su torso desnudo, el hombre le dedicó una sonrisa dulce.

—Qué bien que despertaste. Tengo que irme al trabajo, así que… —una pausa incómoda llenó la habitación. Al ver que la chica no decía nada, él continuó, despidiéndose con suavidad—: no prometo desayuno, pero puedo ofrecerte un café bien cargado.

Ilona se sintió utilizada. No esperaba una declaración de amor ni una propuesta de matrimonio, claro está, pero le irritaba la clara intención del tipo de querer deshacerse de ella cuanto antes. Sus mejillas se tiñeron de rojo tomate. No entendía cómo había llegado a actuar así, no era en absoluto su estilo.

Ayer, en la fiesta de cumpleaños de su amiga, había bebido demasiado, queriendo olvidar un día de mierda. Y lo había logrado. No recordaba cómo había terminado en la cama de ese hombre, pero ráfagas intensas de la noche anterior comenzaban a emerger en su mente. Era la primera vez que le pasaba algo así. Acostarse con un desconocido rompía todos sus principios. Pero una buena dosis de alcohol bastó para hacerla ignorarlos.

Intentó no mostrar su incomodidad y comportarse con naturalidad.

—No tomo café, pero no le diría que no a un té verde.

Ni ella misma sabía por qué había dicho eso. Lo único que realmente deseaba era desaparecer de ahí, frotarse el cuerpo con una esponja de acero, borrar cualquier rastro de esa noche pecaminosa y, mejor aún, retroceder el tiempo para evitar ese error fatal.

El hombre seguía sonriendo, y su sonrisa resplandeciente solo conseguía ponerla más incómoda.

—No tengo té, pero tal vez Sergio sí —respondió.

—¿Sergio? —preguntó Ilona, con curiosidad por saber quién era, pues no lo recordaba en absoluto.

—Mi compañero de piso. Compartimos el departamento.

Se oyó un golpe fuerte y pasos apresurados. La chica sospechó que aquel podía ser el misterioso Sergio. La puerta se abrió de golpe y cuatro hombres armados irrumpieron en la habitación, apuntando sus armas al chico. Ilona se asustó. No era Sergio… claramente.

Sintió cómo su corazón se aceleraba y el miedo recorría su cuerpo desnudo. Comprendió que se había involucrado con un delincuente, un criminal, alguien peligroso.

Un rubio alto, que sostenía el arma con firmeza, informó con voz autoritaria:

—Aquí está. La hemos encontrado.

Ilona entendió que en realidad esos hombres venían por ella. No sabía qué querían, pero en cuanto vio a su padre salir de detrás de sus anchos hombros, todo tuvo sentido.

Quería enterrarse bajo las sábanas y que nadie jamás la encontrara.

—Ilona, hija… ¿qué significa todo esto?

La joven miró al hombre con el que había despertado esa mañana y notó que se había puesto pálido. No sabía que, en ese preciso momento, él había reconocido al padre de su aventura de una noche: era su jefe, Eduardo Mijáilovich Zagraniuk.

Un hombre tan serio, que ni en los pasillos se atrevían a llamarlo “Edu”.
Pensó que no podía haber peor situación que haber dormido con la hija de su jefe… y que este se enterara.
Adiós bono. Adiós ascenso.
Aunque, con el cañón del arma apuntándole directamente, comenzaba a pensar que quizás ese día sería también el último de su vida.

Ilona se sentó en la cama, apoyando los hombros en el cabecero de madera, aferrada con fuerza a la sábana.

—¿Estás loco? ¿Por qué entras así, asustando a todo el mundo?

—No volviste a casa en toda la noche. Me imaginé de todo, menos esto. Pensé que te habían secuestrado, asesinado, violado...

—¡Yo no la violé! —interrumpió de inmediato el chico.

Los ojos azules y furiosos del jefe lo atravesaban con una mirada de odio. Parecía que en cualquier momento tomaría el arma él mismo y dispararía.

El hombre se pasó la mano por el cabello oscuro como la noche y frunció el ceño.

—Lo veo. Pero si crees que una relación con mi hija te ayudará a ascender en tu carrera, estás muy equivocado. Más bien lo contrario.

La sonrisa irónica del hombre hizo que Antón se pusiera aún más nervioso. No quería que todo su esfuerzo profesional se arruinara por una chica impulsiva. Esperaba con ansias ese ascenso… y ahora solo deseaba conservar su puesto. Le gustaba su trabajo, tenía un buen sueldo y perspectivas reales de crecimiento.

Avergonzado, desvió la mirada hacia las sábanas arrugadas. Su voz sonó torpe cuando murmuró:

—No sabía que era su hija.

Finalmente, Ilona logró salir del estado de shock. Con un tono altivo, muy similar al de Eduardo, anunció:

—Papá, él y yo… —la chica se detuvo, intentando recordar el nombre de ese chico, pero su mente se negaba a colaborar. Optó por lo más genérico—: mi novio y yo llevamos tiempo saliendo. Soy una mujer adulta y no entiendo el motivo de tanto control. ¿Podrías pedirle a tus gorilas que bajen las armas? Quiero vestirme y hablar contigo con calma.




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