Por fuera, Ilona fingía que aquella situación tan comprometedora no la afectaba. Pero, en realidad, su cuerpo temblaba traicioneramente y sus delicadas palmas estaban sudorosas. Conocía demasiado bien a su padre: su severidad excesiva y su constante necesidad de control. Sospechaba que esto no quedaría así nomás y que, pese a su edad, su padre le impondría algún castigo. Incluso ahora, la mirada azul aciano de él estaba cargada de reproche, y su voz, de acero, rebosaba desconfianza. Asintió con la cabeza, y los hombres corpulentos bajaron las armas, aunque no se apresuraron a salir de la habitación.
—No sabía que tenías novio. Nunca lo mencionaste.
—No quería contarlo porque... —volvió a titubear, buscando la palabra adecuada—, mi novio trabaja para ti.
—Pero Varnovski juró que no sabía que eras mi hija. ¿Acaso me mintió?
El tono inquisitivo y sus ojos entornados despertaban la sospecha de que en realidad lo sabía todo. Y el rostro pálido del chico solo aumentaba la sensación de que estaba a punto de confesar. Ilona se esforzó por parecer tranquila y responder con seguridad:
—No lo sabía. Yo no se lo dije. No quería mezclar lo personal con lo profesional. Mi novio me quiere por quien soy, no por ser la hija de su jefe.
Esbozó una ligera sonrisa y posó su mano sudorosa sobre la ardiente mano del desconocido. Estaba tan caliente que parecía tener una estufa encendida dentro del cuerpo. Los rasgos del padre se suavizaron un poco, pero su tono siguió siendo firme:
—Vístete. Hablaremos en el coche. Te esperaré allí. Y contigo, Varnovski, resolveremos todo en la oficina. Espero que no llegues tarde.
Zagraniuk se dio la vuelta y salió de la habitación con paso firme y orgulloso. Los otros hombres no se movieron, permaneciendo dentro del departamento. Ilona tiró de la sábana, queriendo envolverse con ella y esconder su cuerpo de aquellas miradas indeseadas. Pero el chico no se lo permitió, sujetando con fuerza su parte de la colcha. Ella comprendió entonces que él también estaba desnudo, y se sonrojó aún más.
Con voz dura, aunque levemente temblorosa, se dirigió a los guardaespaldas de su padre:
—Salgan de la habitación. No pienso vestirme delante de ustedes.
—No podemos dejarla sola con... —el hombre calvo hizo una pausa, buscando la palabra adecuada—, con este sujeto.
Ilona vio cómo, por fin, Varnovski mostró algo de valentía y se levantó de la cama, sin preocuparse por mostrar su trasero desnudo. Rápidamente se puso los calzoncillos, que, por alguna razón, estaban junto a la mesa donde reposaba una laptop abierta. Mientras se vestía, murmuró con sarcasmo:
—¿De verdad creen que vamos a ponernos a juguetear ahora? Es absurdo. ¿Y bien, están satisfechos? —abrió los brazos con teatralidad, señalando que solo llevaba una prenda puesta—. ¿Podemos dejar a la dama a solas?
Los inquisidores —como los llamó mentalmente Ilona— asintieron y salieron de la habitación. La chica recogió sus cosas del suelo y se vistió a toda prisa. Sabía que la conversación con su padre no sería nada agradable. Pasó por el baño antes de bajar al coche, sin dirigirle ni una sola palabra a su “novio ficticio”. Ni siquiera quería hablarle: todo aquello le parecía humillante.
Se sentó en el asiento trasero del lujoso todoterreno sin atreverse a mirar a su padre. El coche arrancó, pero el silencio era tan tenso que pesaba en el aire. Finalmente, Eduard Mijáilovich sacó su teléfono móvil y marcó un número que Ilona no reconocía. Su corazón se paralizó al escuchar sus palabras:
—¿Restaurante Aristokrat? Habla Zagraniuk. ¿Cuándo tienen la fecha más próxima disponible? Mi hija se casa y nos gustaría celebrar la boda allí.
Al decirlo, le lanzó una mirada tan depredadora que Ilona entendió enseguida: hablaba de ella.
Conteniendo el aliento, Ilona escuchaba atentamente cómo su padre organizaba su boda. Rezaba por que la fecha más cercana estuviera a años de distancia, pero, tratándose de un cliente tan importante, el prestigioso restaurante encontró un hueco... ¡dentro de tres meses! Zagraniuk colgó y miró fijamente a su hija. Ella conocía bien esa mirada astuta y calculadora: significaba que su padre tramaba algo.
Quiso deshacerse de sus sospechas cuanto antes y preguntó en voz baja:
—¿Es que Nastia quiere casarse? ¿Por qué tanta prisa?
Hasta el último segundo quiso creer que la reserva era para su hermana menor, que llevaba un año comprometida. Pero su padre guardó el teléfono en el bolsillo y sujetó la manilla de la puerta con tal fuerza que sus nudillos palidecieron.
—No es Nastia. La que se casa eres tú.
Para Ilona, eso sonó como una condena. Una sentencia de muerte obligatoria. Tuvo el impulso de contarle toda la verdad de inmediato, pero al ver cómo se fruncían las gruesas cejas de su padre, formando nubarrones sobre su frente, se lo pensó mejor. Trató de apelar a su sentido común:
—Pero apenas estamos saliendo. Mi... novio no me ha pedido matrimonio.
—Pues lo hará. No le dio vergüenza acostarse contigo. Ilona, me has decepcionado profundamente. Basta de comportamientos irresponsables. Es hora de madurar, conseguir un buen trabajo, casarte y darme nietos. Ya tienes treinta años y sigues soltera. No quiero oír nada más. Tu boda será el dieciséis de febrero. Si no es con Varnovski, será con Klimeniuk.
Ilona hizo una mueca al escuchar ese nombre: el socio de negocios de su padre.
—¿Qué tiene que ver Klimeniuk?
—Le gustas desde hace tiempo. Hemos hablado del tema más de una vez. No tendría inconveniente en casarse contigo. Además, los activos de la empresa quedarían en la misma familia, lo cual sería muy beneficioso.