La chica se sentía como una esclava puesta en venta en un mercado. No podía creer que todo aquello estuviera ocurriendo de verdad. Su padre estaba dispuesto a sacrificar su felicidad por conveniencia. Ilona no contuvo su indignación:
—Pero yo no quiero casarme. Me identifico con el estilo de vida childfree, o sea, sin hijos por elección. No necesito ni hijos, ni marido. Trabajo como freelancer, tengo empleo, así que tus acusaciones no son justas.
—¿Y esa porquería que pintas, que nadie compra, tú la llamas trabajo? Tus cuadros no le interesan a nadie. Vives en las nubes y pierdes el tiempo. A ver, recuérdame, ¿cuánto has ganado?
Los ojos de Ilona se llenaron de lágrimas que trató de ocultar. Su padre siempre había despreciado su pasión por la pintura, llamando a sus obras "manchones sin valor". Ya habría sucumbido hace tiempo si no fuera porque, al pintar, sentía una paz interior indescriptible, un refugio. Se sumergía por completo en los mundos que creaba, y si pasaba un día sin tocar un pincel, sufría una especie de abstinencia. Sus dedos buscaban los colores por instinto, dibujando los paisajes de su imaginación. Pero como si quisiera quebrarla por completo, Eduard fingía no notar las lágrimas detenidas en sus ojos color aguamarina:
—¿Te quedaste sin palabras? ¿Al menos has recuperado lo que gastas en pinturas? Nunca serás una artista reconocida. Olvídalo. Esperé mucho a que lo entendieras por ti misma, pero ha llegado el momento de tomar las riendas de tu vida. He dicho. Te casas. Basta de colgarte de mi cuello. Me da igual con quién.
Esas palabras cayeron como una ducha helada, devolviéndola bruscamente a la cruel realidad. Sabía que su padre no perdonaba ese tipo de cosas, pero no esperaba un castigo tan radical. Cerró los puños con fuerza, concentrando en ellos toda su rabia, y negó con la cabeza:
—No me casaré. No voy a ser tu moneda de cambio para mejorar tus negocios.
—Sí te casarás. Si no lo haces, no te daré ni un céntimo. Te echaré de la casa, y verás cómo te las arreglas con tus “pinturitas”. Tendrás que buscarte un lugar donde vivir, un trabajo de verdad, y andar en transporte público.
Por alguna razón, eso último fue lo que más la aterraba. Nunca había visto a su padre tan furioso. Aún tenía la esperanza de que se calmara y cambiara de opinión. Solo pensar en Klimeniuk le daba escalofríos. Era al menos diez años mayor que ella, divorciado, con una vida disipada… pero lo peor no era eso. Tenía dos hijos del primer matrimonio. Hijos que Ilona temía.
En ese caso, mejor casarse con Varnovski y luego divorciarse. Con Klimeniuk no habría forma de salir ilesa. Así que la única opción viable era convertirse en la verdadera novia del desconocido con quien se había despertado esa mañana.
Mientras pensaba en su futuro, el coche llegó a casa. Con su tono habitual, el padre le ordenó:
—Dile a tu novio que venga a cenar esta noche. Vamos a conocerlo mejor y decidir con quién te casas.
Ilona se quedó paralizada, sin poder encontrar una excusa decente. Abrió la puerta en silencio y bajó al jardín de la lujosa casa. Observó con tristeza cómo el coche se alejaba, dejándola sola con sus problemas. Sabía que su padre se iba al trabajo, así que no estaría de vuelta hasta la noche. Su última esperanza era su madre. Solo ella podía ablandar el corazón de ese hombre y convencerlo de no obligarla a casarse.
Entró a la casa con pasos pesados. La empleada del hogar le informó que su madre no estaba; había salido a hacer “diligencias”. Y esas diligencias eran siempre las mismas: salones de belleza, tiendas y restaurantes. Gracias a eso, Kateryna Petrovna lucía muchos años más joven de lo que realmente tenía.
Ilona fue directo al baño. Pasó una hora en la tina, sumergida en agua caliente y espuma, reflexionando sobre cómo escapar de aquel matrimonio impuesto. Envuelta en una bata, llamó a su madre. Después de varios tonos, escuchó la voz familiar. Sin rodeos, Ilona fue al grano:
—Mamá, papá se volvió loco. ¡Quiere casarme!
—Y hace bien. Ya es hora. Acabo de hablar con él, y gracias a Dios no mató a ese tal Varnovski allí mismo. ¿Por qué no me dijiste que tenías novio? Bueno, no importa. Esta noche, en la cena, nos enteraremos de todo. Yo apoyo completamente a tu padre. Después de todo, Klimeniuk tampoco es mala opción. Pero tú decides. Bueno, adiós, tengo una sesión ahora.
Ilona ni siquiera alcanzó a responder cuando la llamada se cortó. Aquella situación le parecía tan absurda como trágica. Decidió que si sus padres querían una boda… tendrían su boda. Pero sería una que no olvidarían jamás. Tenía que hablar con Varnovski, aunque ni siquiera sabía su nombre. Tras pensarlo un poco, se dio cuenta de que debía buscarlo en la oficina.
Se puso un lindo vestido rosa hasta las rodillas para parecer más femenina, se maquilló cuidadosamente y se subió a su coche.