¿cómo deshacerse de una chica?

6

Mentalmente, Varnauski celebraba su victoria. Haría todo lo posible para que Ilona fuera quien lo dejara. Le diría barbaridades, simularía estar borracho, haría un comentario desafortunado sobre su aspecto y listo: al día siguiente sería un pájaro libre. Lo importante era no pasarse, no fuera que con una palabra perdiera también su trabajo.

Con entusiasmo, al terminar su jornada, salió de la oficina. Su plan era perfecto y estaba convencido de que funcionaría. Entró al primer bar que encontró y pidió un trago de vodka, sólo por el olor. Incluso se echó unas gotas en la ropa para asegurarse.

Ya en la calle, mientras esperaba el taxi, vio un charco que no se había secado tras la lluvia. Sin pensarlo, metió los pies, ensuciando los pantalones y empapando las zapatillas. Le dolió un poco arruinar sus Adidas, pero por quedar soltero, hacía lo que fuera. Ahora sus zapatillas blancas estaban manchadas y los calcetines húmedos. Se imaginó la reacción de los Zagranuk cuando se quitara los zapatos. Para dar el toque final, se frotó contra una pared, esperando que algo de polvo quedara en su camisa.

El taxi lo dejó en la dirección acordada media hora más tarde, y justo entonces pensó que debería haber llegado tarde, no diez minutos antes. Suponía que Eduard habría instalado cámaras, así que deambular por la calle parecería sospechoso. Se acercó a la verja donde un cartel decía "calle Verbova, 13". El número trece. El destino le advertía del peligro. Tras el alto portón apenas se distinguía el tejado marrón oscuro de la mansión.

Suspiró hondo y tocó el timbre. Para meterse en el papel del borracho, no soltó el botón hasta que el portón se abrió. Una mujer morena, mejillas sonrosadas y ojos castaños, vestida con un delantal floreado, le miró con severidad. Varnauski comenzó su actuación.

—¡Oh! Usted debe de ser la madre de Ilona. Soy Antón, su novio —dijo mientras la abrazaba brevemente y le daba un beso en la mejilla.

Ella retrocedió espantada, agitando las manos:

—Se equivoca. Soy María, la empleada de limpieza. Ya lo están esperando.

Varnauski ya había adivinado quién era, pero la broma le divertía. Se golpeó la frente y farfulló:

—Uy, qué vergüenza. ¿Me presentaría con la madre de Ilona?

María asintió y lo guió hasta la casa. La mansión impresionaba por su lujo. Se notaba la mano de diseñadores: interiores perfectos, pero fríos y sin alma. El amplio recibidor de piso de mármol y escaleras majestuosas gritaba riqueza. Varnauski se quitó los zapatos justo cuando Ilona apareció en su vestido rosa de esa mañana, acompañada de una mujer elegante, rubia, de ojos verdes. Muy parecida a Ilona. Sin duda, su madre. Tambaleándose un poco, se le acercó, dejando huellas húmedas en el suelo:

—Ilona, te extrañé —dijo, colocando sus manos en la espalda de la mujer y besándola con intención de dejarle babas.

Ilona frunció el ceño y bufó:

—Cariño, estoy aquí. Ella es mi madre, Kateryna Petrivna.

El hombre se separó, observándola bien, y se golpeó la frente como si recién lo notara:

—Uy, disculpe. Es que se parecen mucho.

Dio un paso hacia el lado y abrazó a Ilona con fuerza, esperando que le doliera. Le sopló en la cara. Ilona frunció más el gesto:

—¿Estás borracho?

—No borracho. Sólo un poco alegre. Siempre bebo algo tras un día duro.

—No sabía que en mi empresa trabajaban alcohólicos —la voz severa de Eduard hizo que Varnauski soltara a la chica. Temió haber ido demasiado lejos y que lo despidieran en el acto. Pero Eduard solo señaló una puerta de madera abierta:

—Pasa al salón.

La mesa ya estaba servida con mantel blanco, platos con comida, vajilla fina y copas transparentes como el cristal. Era como estar en un restaurante lujoso. Eduard tomó asiento en el centro como si marcara su dominio. A su izquierda se sentó Kateryna, frente a ella Ilona. Varnauski se acomodó junto a su "novia", imaginando cómo la sacaría de quicio.

A un lado de Kateryna había dos puestos más. Mientras se preguntaba para quién eran, escuchó pasos lentos.

Entró ella: su primer amor. Al verla, el corazón le dio un vuelco. Apenas había cambiado, pero se veía aún más hermosa. Su sola mirada bastaba para enloquecerlo. El corte bob negro le sentaba de maravilla, los ojos azul maíz bajo cejas bien definidas lo miraban con sorpresa, y sus labios carnosos pedían ser besados. El vestido azul a la rodilla resaltaba su figura esbelta, y el escote modesto despertaba fantasías.

En cuanto cruzó el umbral, Varnauski lo supo: el destino lo había reunido con ella y esta vez no la dejaría escapar. Tenía una nueva misión: deshacerse de Ilona y conquistar a Nastia.




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