Ilona suspiró con alivio y entró en la casa. Sin decir una palabra y sin mirar a nadie, subió directamente a su habitación. No quería hablar con nadie. La indignación por verse obligada a casarse ardía como fuego en su interior. Incluso Nastia se había alegrado por su boda, aunque lo hacía por conveniencia propia, porque desde hacía tiempo soñaba con formar una familia con Apolo. Su padre, por su parte, solo quería que la hija mayor se casara primero, sin importar si ella lo deseaba o no.
Al día siguiente, Ilona esperó todo el día una llamada de su prometido, pero el teléfono permanecía obstinadamente en silencio. Sabía que él estaba molesto con ella y por eso deseaba hablar. Por la noche se armó de valor y fue ella quien lo llamó. Intentó que su voz sonara lo más dulce posible:
—¡Hola! ¿Dónde nos vemos hoy?
—Te mando la dirección por mensaje.
Sin siquiera esperar su respuesta, Antón colgó. Su tono frío y formal hacía pensar que sería difícil entablar un diálogo con él. Ilona entró a su vestidor y empezó a elegir con esmero la ropa. Hoy quería brillar y hechizar a su prometido. Escogió un vestido cóctel color claro, un collar dorado con un colgante calado que caía hasta el escote y se adornó las orejas con unos pendientes llamativos.
Revisó el mensaje y se dio cuenta de que no conocía el sitio al que Antón la había citado. Supuso que sería un nuevo restaurante de moda, así que se puso unos tacones de aguja. Ya en el lugar, volvió a mirar el mensaje para asegurarse de que no se había equivocado. El nombre “Hocico y Pezuñas” no le inspiraba ninguna confianza.
Por dentro, el local estaba forrado de madera y en la pared de entrada colgaba una cabeza de jabalí que más bien asustaba que decoraba. Ilona torció la boca con asco y se adentró en el salón. En la televisión pasaban un partido de fútbol y todas las mesas estaban ocupadas por hombres con jarras de cerveza en la mano. Se dio cuenta de que su atuendo no era el adecuado y empezó a sentirse fuera de lugar en aquella cervecería.
Antón estaba en una mesa del fondo, flanqueado por dos chicas. Reían a carcajadas, como si el hombre hubiera olvidado por completo que tenía una cita con su prometida. Ilona se acercó a ellos con paso firme. Caminaba con la cabeza en alto como si desfilara por una pasarela de alta costura. Notaba las miradas lascivas de los hombres y alguno incluso silbó. Era el centro de atención para todos… menos para Antón, que parecía ni haberse percatado de su presencia.
—¡Hola! —dijo con voz alegre, sin esperar respuesta, y se sentó frente a él.
Varnovski la miró con desdén, repasando su escote con la vista, lo que la obligó, por instinto, a cruzarse de brazos. Bebió un sorbo de cerveza con lentitud, haciendo ruido al sorber.
—Me encontré con unas amigas por casualidad. Espero que no te moleste su compañía. Te presento, esta es Juliana —dijo señalando a una pálida castaña con sombra azul en los ojos— y esta es Nadia —añadió con un gesto de cabeza hacia la morena de rizos densos.
No se molestó en presentar a su prometida, así que a Ilona no le quedó más remedio que sonreír e introducirse ella misma. No tenía idea de cómo abordar con testigos el tema del matrimonio ficticio, así que decidió posponerlo. Antón, con toda intención, abrazó a Nadia por el hombro y la atrajo hacia sí.
—Si vas a pedir cerveza, no te olvides de nosotras. Nos vendría bien rellenar los vasos —dijo mientras tomaba una anchoa con los dedos y la metía en la boca, masticando con ruido.
Su comportamiento la irritaba. Ilona intentaba ser comprensiva, y atribuía su falta de modales a una mala crianza. Hizo una señal a la camarera, que se acercó con un delantal sucio. Mascando chicle y con expresión indiferente, anotó el pedido en una libretita y se marchó.