¿cómo deshacerse de una chica?

10

Antón sacó del bolsillo su cartera y colocó sobre la mesa el segundo billete de cien que debía a Bogdán. Si seguía así, no solo acabaría casándose, sino que también entregaría todo su sueldo en apuestas perdidas. Ayer no pudo resistirse y volvió a apostar, convencido de que Ilona no aguantaría semejantes humillaciones. Pero la chica se comportó con una dignidad desconcertante. Ni una sola queja, ni una sola palabra de reproche. No creía en la sumisión santa: algo se le escapaba.

Se sentó frente a su taza de café, removiéndolo lentamente, mientras se preparaba mentalmente para las burlas de su amigo. Y no se equivocó.

—No te preocupes —dijo Bogdán entre risas—. Con este dinero te voy a comprar el regalo de bodas.

La risa le retumbó en el pecho a Antón como una bofetada. Dio un par de sorbos a su café, se quemó ligeramente los labios, pero el calor del líquido amargo le reconfortó.

—No entiendo, hay algo raro con Ilona —dijo con el ceño fruncido—. No dijo ni una palabra sobre las chicas. ¡Y eso que les pagué justo para que le diera celos a mi prometida!

Pronunció la palabra “prometida” con una mueca y marcando comillas con los dedos, como si fuera una mala palabra.

—Flirteé abiertamente con ellas, la obligué a pagar nuestra cuenta, le ensucié el vestido con grasa, la llamé por otro nombre… ¡y nada! No reaccionó. Nunca vi una flemática así. En el coche puse heavy metal a todo volumen y empezó a cantar. Le dije que cantaba fatal... ¡y ni se ofendió! Me embarré la cara con kétchup y grasa a propósito, ¿y sabes qué hizo?

Sin esperar respuesta y con gesto teatral, continuó su relato.

—Sacó una toallita húmeda y me limpió como si fuera un niño. ¿Qué le pasa?

Antón levantó las manos al cielo, exasperado. Bogdán, en cambio, estaba encantado con la escena. No podía parar de reír.

—Una santa. Con una mujer así sí que deberías casarte. No dejes pasar la oportunidad.

—¿Estás de broma? A mí no me ponen el anillo tan fácil. Después de lo que tengo planeado para esta noche, Ilona me dejará, seguro.

—¿Y por qué no le eres infiel? Ahí sí que no falla —comentó Bogdán, masticando un cruasán y sin preocuparse por las migas que caían sobre los papeles.

—En ese caso, su padre me castra. No, necesito una razón más sutil. Algo que un hombre no consideraría grave, pero una mujer no pueda tolerar.

Antón entrecerró los ojos y sonrió con picardía.

—Prepárate, Ilonita… esta noche te haré vivir un infierno.

Sin perder su entusiasmo, marcó su número. Tras varios tonos, por fin escuchó ese irritante "¡Holaaa!", que lo sacaba de quicio. ¿Es que no podía hablar como una persona normal? Aun así, forzó un tono amable:

—Hola. ¿Vendrás esta noche a casa? Creo que deberíamos conocernos un poco mejor.

—Está bien. Pero… ¿esta vez estaremos solos? ¿Sin tus “amigas”?

—Claro que solos. Tenemos mucho de qué hablar —respondió con un tono que no dejaba lugar a dudas. Tras una breve pausa, añadió—: Te espero después del trabajo.

Y sin darle la oportunidad de replicar ni de negarse, cortó la llamada. Se frotó las manos, ansioso por la cita infernal que estaba por venir. Esta vez no podría salirle bien. Ninguna chica en su sano juicio seguiría viéndose con un tipo así después de lo que planeaba.

Bogdán, al notar su entusiasmo, propuso:

—¿Otra apuesta? ¿O ya te duelen los cien?

—¡Vamos con doscientos! Así me devuelves mis cien anteriores. Estoy seguro de que mañana ya seré un hombre libre.




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