¿cómo deshacerse de una chica?

13

Asintió, tomó la botella y empezó a desenvolverla, lanzando miradas de reojo a la chica. Ella apagó la estufa y miró a su alrededor, buscando platos limpios. Dio un paso al costado y pisó una cáscara de huevo. Se oyó un crujido característico: la cáscara se hizo añicos.

Solo entonces Antón se dio cuenta de lo sospechosos que se veían los platos: todos con restos de kétchup. Temía que ella descubriera que todo era una puesta en escena. Antes de que Ilona notara el detalle, se apresuró a decir:

—Puedes usar cualquier plato, no están tan sucios.

Ilona frunció el ceño. Antón esperaba que, con un poco más de incomodidad, ella finalmente mostrara su desagrado y estuvieran a un paso de una pelea... y él, por supuesto, se encargaría de hacerla estallar. Sin inmutarse, ella abrió el armario y enseguida encontró platos limpios. Colocó allí el tocino y echó un vistazo rápido por la habitación.

Miró desconcertada la mesa, cubierta de platos sucios y restos de comida. Una cáscara de plátano ennegrecida recordaba a la letra “L”, y una servilleta arrugada completaba la composición. Antón, fiel a su plan, tomó unas tazas sucias en lugar de vasos limpios y propuso:

—Mejor nos acomodamos en el dormitorio, allí podemos ver la tele.

Ilona asintió y se dirigió a la habitación. Al parecer, el desorden no la asustó: apartó con el pie un calcetín del centro de la mesa y colocó allí el cuenco con la comida estrella. Caminó con decisión hacia la cama, levantó con dos dedos los pantalones que la cubrían casi por completo y los tiró al suelo, sumándolos al resto de la ropa desparramada.

—¿Te importa si tiendo la cama?

—Claro que no. Odio hacer eso.

Antón, anticipando una discusión gloriosa, observaba sus movimientos mientras dejaba el vino y las tazas sobre la mesa. Ella levantó un trozo de pizza seca de la colcha y frunció el gesto con asco.

—¿Te gusta comer en la cama?

—Me encanta. No soy de esos que se preocupan por las migas en la alfombra o su colchoneta. La vida es demasiado corta como para perder el tiempo limpiando.

Ilona no respondió. Simplemente dejó el pedazo de comida echado a perder sobre la mesita de noche, junto a un envoltorio de caramelo. Tomó la colcha y al levantarla dejó al descubierto un par de bragas femeninas. Se quedó petrificada, observando la prenda como si se tratara de un enemigo mortal. Apretó la colcha con los dedos y finalmente logró articular unas palabras:

—¿Y esto?

—Ah, eso… son de mi exnovia. No te preocupes, salía con ella antes que contigo. Las olvidó aquí. Esta mañana no encontraba mi suéter y desordené algunas cosas. Las bragas estaban entre la ropa, debieron colarse por accidente.

Antón notó cómo se tensaron las mandíbulas de la chica y celebró en silencio. Ella frunció el ceño, levantó con dos dedos la prenda de encaje beige y extendió el brazo como si sostuviera veneno.

—¿Por qué aún tienen la etiqueta?

Fue como si un bloque de cemento le cayera encima. ¿Cómo pudo olvidar quitarle la etiqueta? No quería creer que todo su plan se iría al traste por semejante descuido. Tenía que improvisar una historia convincente.

—Se las regalé. Se las probó y luego se las dejó aquí. Después rompimos… y bueno, quedaron. ¿Estás celosa? Mira, aquí tengo una foto suya.

Le tendió a Ilona una imagen suya con una morena sonriente, retocada en Photoshop con esmero en la oficina. Ninguna chica estaría cómoda con eso, así que, para provocar aún más celos, dejó volar su imaginación:

—Inga es muy guapa, y yo salgo bien en esa foto. Éramos una gran pareja.

Para añadir dramatismo, suspiró como si aún extrañara aquellos tiempos. Ilona arrojó la prenda al suelo, junto al resto de la ropa. Tomó el portarretratos y se puso a estudiar atentamente el rostro de la desconocida. Antón se tensó. Mentalmente ensayaba frases punzantes para contrarrestar cualquier reproche. Pero Ilona simplemente pasó un dedo por el vidrio, como limpiando el polvo, y comentó:

—Sí, tiene facciones perfectas. Severas, aristocráticas. Me gustaría dibujarla. Sería ideal para retratar a una condesa.

Eso no era, ni por asomo, lo que Antón esperaba oír. Por un instante dudó si ella no sería un androide. ¿Cómo podía reaccionar con tanta calma? Atónito, solo alcanzó a asentir con la cabeza.

Ilona colocó la foto de vuelta en la mesita y terminó de tender la cama. Se sentó en el borde y observó cómo él servía el vino en las tazas. Le ofreció una sucia, esperando que ella finalmente explotara. Pero nuevamente, ella no dijo nada, solo tomó la taza.

Antón abrió la caja de bombones y se metió uno en la boca. De inmediato lo invadió un sabor empalagoso y dulzón. Supo que no podría comer muchos más. Encendió la televisión y encontró una transmisión de boxeo en internet. Se acomodó en la cama y, levantando su taza con solemnidad, brindó:

—¡Por nosotros!




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