¿cómo deshacerse de una chica?

14

Ilona asintió y dio un par de sorbos al vino. Los dedos de Antón se estiraron para alcanzar otro dulce. Tomó dos bombones y empezó a desenvolver uno ruidosamente, haciendo crujir el envoltorio. La chica dejó la taza sobre la mesita de noche.

—¿Tus padres vendrán el domingo a visitarnos?

—No, viven en otra ciudad y todavía no les he dicho nada —respondió Antón con una leve sonrisa, saboreando de antemano el escándalo que estaba por estallar.

Ilona tomó un bombón, pero no se apresuró a probarlo, solo lo giraba entre los dedos.

—No importa, les dirás cuando estés listo. ¿Dónde viven?

Aquella reacción mató todas sus esperanzas. Esa chica parecía incapaz de sentir emociones. A Antón ya no le quedaban ideas para irritarla. Ignoró su pregunta y fijó la vista en el televisor, reaccionando con emoción a lo que veía:

—¡Uy, qué golpe! ¿Lo viste?

—Sí, ese swing fue inesperado. Debería cambiar su guardia ortodoxa y volverse más ágil.

Antón no pudo contener su asombro.

—¿También entiendes de boxeo?

—Salí con un boxeador. Me enseñó algunas cosas y hacíamos sparrings juntos. Claro que yo llevaba casco y los golpes eran suaves, pero tengo ciertas habilidades.

Esa chica no dejaba de sorprenderlo. Con rabia se metió otro bombón en la boca. En realidad, no le gustaban los dulces y detestaba el chocolate, pero consideraba su deber no dejarle ninguno a Ilona. Mientras ella seguía atenta al combate, él arrojó discretamente varios bombones bajo la cama y se enjuagó el dulzor empalagoso con vino. Miró codiciosamente el bombón que ella aún sostenía en la mano, sin decidirse a comerlo.

—¿Te lo vas a comer? Si no, me lo puedes dar.

—Claro. Si hubiera sabido que te gustan tanto los dulces, habría comprado más —respondió ella, ofreciéndole el bombón con una sonrisa dulce que irritó aún más a Antón. Él lo tomó bruscamente y empezó a hacer ruido con el envoltorio.

De pronto, un chillido agudo y femenino se oyó desde el pasillo.

Antón saltó de la cama y abrió la puerta del pasillo. Vio a Serhii saliendo del baño mientras se sostenía los pantalones. Su rostro, normalmente pálido, estaba rojo como un tomate, su cabello, habitualmente peinado con esmero, apuntaba en todas direcciones, las gafas caídas sobre la nariz, y gritaba con una voz aguda, casi femenina. Antón llegó hasta él en un instante, intentando calmar a su vecino:

—¿Serhii, qué pasó?

—Ahí, ahí… —el hombre señalaba temblorosamente hacia el inodoro—, algo me mordió.

Antón se dio una palmada en la frente. Corrió al baño y encontró un cangrejo dentro del inodoro. Miró hacia la bañera y, para su sorpresa, solo había agua. El otro cangrejo andaba libre por el apartamento, y encontrarlo en ese caos no sería fácil. Se frotó la cara con las manos, aún sintiendo el golpe de su propia palmada en la frente. Sabía que Serhii temía a los artrópodos, y no podía imaginar cómo darle esa “noticia”. Alzó las manos en señal de calma:

—No te preocupes, parece que te ha pellizcado un cangrejo.

—¿Un cangrejo? ¿Cómo llegó eso aquí? —el rostro de Serhii se congeló de miedo. Dejó caer los pantalones al suelo y se quedó en calzoncillos negros, inspeccionando su pierna en busca de alguna marca del ataque.

—Los compré. Iba a cocinarlos —confesó Antón, como disculpándose.

Serhii lanzó un nuevo grito:

—¡Me voy unos días y conviertes el apartamento en un basurero! Antes era un hogar acogedor y ahora parece una pocilga —al ver a Ilona salir del dormitorio, bajó el tono de voz y la miró con admiración. Como si despertara de un hechizo, se apresuró a subirse los pantalones. Luego miró con reproche a Antón—. ¿Y esta quién es?

Serhii parecía una esposa enfadada que vuelve de un viaje sin avisar. Antón no esperaba verlo ese día, bien sabía lo maniático que era su vecino con la limpieza. Salió del baño y cerró la puerta con la esperanza de encerrar dentro a ambos cangrejos.

—Es Ilona, mi prometida.

—¿Prometida? —repitió Serhii, alargando la palabra como si oyera ciencia ficción—. ¿Cuándo te dio tiempo?

—Nos comprometimos el lunes, luego te cuento. Ahora lo más urgente es encontrar al otro cangrejo que anda suelto por el piso.

Los ojos grises de Serhii se llenaron de pánico. Se ajustó las gafas y dio un paso atrás, alejándose del baño:

—¿Dijiste otro? ¿Cuántas de esas preciosidades compraste?

—Dos. Uno está en el inodoro. El otro… no lo sé. Pero supongo que no anda lejos de su compañero.




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