¿cómo deshacerse de una chica?

16

Anton miró a Ilona.
Esperaba ver el miedo desbordando en sus ojos, pero seguían siendo tranquilos, como pequeños lagos. Cuando sus labios se curvaron en una leve sonrisa, se enfureció aún más. Todos sus esfuerzos eran en vano. Parecía que ni con ajo lograría alejar a esa chica.

Sergio se puso las manos en la cintura y comenzó a gritar casi histérico:
—¿¡Quieres matarme con tus payasadas!? Hasta que no lo encuentres, me encierro en mi cuarto.
—En ese caso, no tengo prisa en buscar al cangrejo. Al menos me ahorraré tu presencia.
—¡Estás bromeando! ¡Y eso que sabes que tengo fobia a todo lo que se arrastra!

Sergio entró a su habitación. Anton abrió con cuidado la puerta del baño y empezó a recoger la ropa sucia en la cesta, revisándola detenidamente. Ilona, a quien él ya deseaba borrar de su existencia, se colocó a su lado y miró dentro del inodoro:
—¿Cómo vas a sacarlo?
—No sé... tal vez lo mejor sea tirarlo por las cañerías.

Ella lo miró como si acabara de dictar una sentencia de muerte. No se tomó la broma con humor; frunció el ceño. Anton esperaba, al fin, la tan ansiada pelea, pero los gritos de Sergio, que salió disparado de la habitación, otra vez le arruinaron los planes:
—¡Lo encontré! ¡Tu cangrejo se pasea por mi alfombra! ¡Sácalo de allí ahora mismo!

Anton se dirigió al dormitorio, pero no tenía prisa en eliminar al intruso con pinzas. Decidió que hoy, cueste lo que cueste, discutiría con Ilona. Se giró hacia ella y notó un brillo curioso en sus ojos.
—Voy por una olla. Tú lo metes dentro.

Para su sorpresa, ella no dijo ni una palabra en contra. Fue rápido a la cocina y encontró el recipiente adecuado. Al regresar, la vio sujetando el cangrejo por el abdomen, hablándole con ternura:
—¿Qué pasa, chiquitín? ¿Huiste porque quieres vivir, eh? Qué lindos bigotes tienes…

El cangrejo empezó a agitar con más fuerza sus pinzas.
—Tranquilo, tranquilo. No hay que pellizcarme, ¿sí?

Anton se quedó helado, observando en silencio aquella escena casi idílica. Ilona colocó al animal en la olla, sonrió y le rozó suavemente las manos, que apretaban el recipiente con fuerza. Sus palmas estaban frías y húmedas. Era como si la brisa marina acariciara su piel.

—Después de todo lo que pasó entre él y yo, no podría comérmelo. Y, la verdad, nunca he probado cangrejos de río. Solo cangrejo y langosta. ¿Podemos liberarlo? Yo te compro una langosta, o lo que quieras.

Ella lo miraba con tanta sinceridad que Anton no pudo negarse. Las palabras punzantes se le quedaron atrapadas en la garganta. Por primera vez, no la veía como una mimada rica, sino como una chica con un corazón noble. Sintió una punzada de culpa susurrándole que ella no merecía tal trato.

Como si despertara de un hechizo, negó con la cabeza.
—No… el que no merece un matrimonio forzado soy yo.

Sacudió la olla, quitándose las manos de Ilona como si fueran insectos molestos, y se fue a la cocina maldiciéndose por haber desaprovechado el momento perfecto para una pelea.

Escuchó cómo ella hablaba por teléfono. Desde el pasillo, su voz llegó clara:
—Ya me voy. Nastia me espera.
—¡Te acompaño! —no quería perder la oportunidad de ver a Nastia otra vez.

Ilona ya se había puesto el abrigo y, acomodándose un mechón claro de cabello, se negó con una sonrisa:
—No hace falta. El coche está justo afuera. Además, ahora tienes a alguien de quien cuidar.

Anton no supo si se refería a los cangrejos… o a Sergio, que estaba rociando la alfombra con desinfectante. Observó cómo ella se calzaba sin prisa. No pudo moverse cuando se acercó y lo besó en la mejilla:
—Gracias por una noche interesante.

Ilona abrió la puerta y desapareció por la escalera.
¿Noche interesante? ¡Intentó que fuera la peor de su vida! Y ella la llamó “interesante”.
Nunca había sufrido una derrota tan absoluta. Cualquier otra chica habría huido de allí al instante, pero ella... ella se aferraba a él como un cardo, como si fuera su última oportunidad de casarse, apretando cada vez más el lazo que lo ataba a su libertad.




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