—¿En invierno? ¿Por qué tanta prisa? ¿Esperan la llegada de un bebé?
Sintió una mirada pesada sobre su vientre. Le habría gustado decir “sí” y, con una sola palabra, deshacerse de aquel prometido indeseado. Fue su padre quien respondió por ella:
—No, para nada. Llevan saliendo solo tres meses y ya andan hablando de boda. La juventud, la sangre caliente, qué le vas a hacer. Pero no estoy seguro de que vaya a ocurrir. El tal Antón se niega a presentarnos a sus padres y, en general, se comporta de forma extraña.
El padre, con gran maestría, desvió el tema y durante el almuerzo nadie volvió a mencionarlo. Oleksandr, en cambio, no dejó de prestarle atención a Ilona. Los toques accidentales que la inquietaban, los cumplidos entre líneas escondidos en frases generales y las miradas pegajosas la ponían nerviosa. Incapaz de soportar tanta atención, Ilona se levantó de la mesa.
—Con permiso, me ausento un momento.
Zahranuk la miró como si hubiera cometido el peor crimen de su vida. Ilona se echó un chal cálido sobre los hombros y salió a la terraza. En verano era su lugar favorito, pero con la llegada del frío, venía cada vez menos. La chica contemplaba el jardín, donde la hierba y los árboles se habían envuelto en un manto de nieve. Era un día sombrío, que se hacía eco del estado de su alma. Ilona escuchó unos pasos, se dio la vuelta y vio que Oleksandr se acercaba a ella.
—¿Te molesto?
—No, justo iba a volver. Aquí hace frío —no había tenido tiempo de sentir frío, pero no quería quedarse a solas con Klymyuk. Se dirigió hacia la puerta y la mano del hombre interceptó la suya con insolencia. Esto la hizo detenerse y mirarlo a los ojos grises.
—Ilona, ¿me tienes miedo? —la chica se quedó en silencio. Era como si unos hilos invisibles le cosieran los labios y le impidieran hablar. ¿Le tenía miedo? No, pero la presencia de ese hombre le resultaba desagradable. Él le apretó la mano con más fuerza y se acercó a una distancia indecorosa, invadiendo su espacio personal.
—Quiero presentarme como candidato a diputado. Necesito una bonita imagen de familia feliz. Ya tengo hijos, pero me falta una esposa. Tú encajas perfectamente en ese papel. Eres guapa, bien educada, tienes un gusto excelente para vestir y, lo más importante, eres la hija de mi socio de negocios. Después de la boda, pondré a tu nombre mi parte de la empresa, ya que no le sienta bien a un chico sencillo como yo, de origen humilde, poseer tanta riqueza —Oleksandr se inclinó y le susurró al oído—: además, me gustas, mucho. Quiero casarme contigo.
La chica no esperaba tanta franqueza. Sus labios casi rozaron los suyos y ella reaccionó, liberándose del encanto que le impedía respirar. Apartó la cabeza, evitando el beso no deseado. Su susurro sonó tan bajo que apenas pudo escucharlo ella misma:
—Tengo prometido.
—¿Y dónde está ahora? Yo pasaría mi día libre con la persona que amo, no me escondería tras una montaña de trabajo —en esto, Klymyuk tenía razón. Ilona sabía que Antón no la amaba y, siendo honesta consigo misma, su propio corazón estaba libre de esos sentimientos. Oleksandr no disminuyó su fervor—. Soy un hombre práctico y no andaré con grandes declaraciones de amor. Y tú ya no tienes edad para creer en todo eso. Te ofrezco una unión mutuamente beneficiosa que nos satisfará a ambos. Piensa en mi propuesta y ten en cuenta que, si lo tuyo con ese chico no funciona, yo te estaré esperando.
Un ligero beso en la mejilla la hizo volver a la realidad. El hombre le soltó la mano y entró en la casa. Ilona, respirando con dificultad, se quedó un rato más en la terraza. No quería hijos ni familia, pero su corazón anhelaba el amor. Se sintió poseída por el deseo de tener un alma gemela, una persona que le hiciera temblar las rodillas, que le hiciera sentir que el corazón se le salía del pecho y que cada momento a su lado fuera la mayor riqueza del mundo. Ya tenía treinta años. Quizás Klymyuk tenía razón, no debía creer en los cuentos de hadas sobre el amor. Si hasta ese día no había aparecido un príncipe en un caballo blanco para ella, probablemente no estaba destinada a conocer la felicidad del amor verdadero.