¿cómo deshacerse de una chica?

23

Antón llevaba varios días sin ver a Ilona y ni siquiera la había llamado. La ignorancia total no había dado resultado. La chica, en contra de sus expectativas, no había aparecido ni había montado una escena. Ya no encontraba su pelo rubio en su ropa y eso lo alegraba. Parecía que se había librado de ella para siempre, pero esa calma lo ponía en guardia. Con horror, se dio cuenta de que echaba de menos a Ilona, que soportaba tan valientemente todas sus travesuras. El deseo de escuchar su voz se volvía cada vez más obsesivo y sus dedos se le iban solos hacia el teléfono. Se asustó de sus propios pensamientos y los apartó. Recordó que ella era la que quería ponerle el yugo del matrimonio.

Antón caminaba por el pasillo hacia su oficina. Escuchó el taconeo de unos zapatos y, al alzar la vista, no pudo creer lo que veían sus ojos. Hacia él, con paso firme, venía ella, la chica de sus sueños y el objeto de sus deseos más profundos: Nastia. La blusa ajustada y la falda de tubo resaltaban sus curvas tentadoras. Llevaba el pelo oscuro recogido en un moño y las lágrimas rodaban por sus ojos del color del cielo. Llevaba el teléfono pegado al pecho y seguía sollozando. A Antón se le encogió el corazón; no podía soportar verla llorar.

—Hola, Nastia. ¿Te ha pasado algo?

Ella se dio cuenta de su presencia y se secó rápidamente las lágrimas de las mejillas:

—¡Antón! Yo... sí... ehm, ¿puedo esconderme de todos en tu oficina? No quiero que nadie me vea en este estado.

El hombre asintió y la guio a su despacho. A Bogdan, que estaba sentado en su escritorio tecleando aburrido en el ordenador, le dijo:

—Bogdan, por favor, sal. Nastia necesita calmarse.

Como la chica solía visitar la oficina con frecuencia, Bogdan reconoció de inmediato a la hija del director. Sin decir una palabra más, pero mirándolos con una curiosidad sospechosa, abandonó la habitación. La chica se sentó en la silla y no dejaba de sorber por la nariz. Antón se instaló en la silla de al lado, quedando muy cerca de Nastia. En voz baja, para no ahuyentar a ese pajarillo, comenzó la conversación:

—Nastia, no sé qué te ha pasado, pero espero que todo pase y que al final todo salga bien.

—Nada va a salir bien. He roto con Apolón.

Esta confesión llenó de alegría el corazón de Antón y la primavera floreció en su alma. Entendió que esa era la mejor oportunidad para que surgiera una relación entre ellos y que no podía dejarla escapar. Antes de que la chica reaccionara, la abrazó con inseguridad, posando sus manos en su espalda. Al notar que Nastia no se resistía, la estrechó con más fuerza contra su cuerpo frágil. Era la primera vez que estaban tan cerca. El aroma de su perfume floral se colaba en su nariz y encendía su imaginación, mientras que su respiración entrecortada lo ponía nervioso. Antón, como un zorro astuto, esperó a que Nastia dejara de sollozar y se inclinó un poco. Lentamente, deslizó su palma por el brazo de ella y agarró con delicadeza sus pequeños dedos.

—Él no te merece. Eres encantadora, inteligente, guapa y, sinceramente, aún no entiendo qué te atrajo de él.

La chica lo miró con los ojos llorosos y Antón se ahogó en esos océanos azules. Brillaban con una chispa triste y especial que él quería avivar para convertirla en un verdadero fuego de felicidad. Con la mano libre, Nastia se secó los últimos restos de lágrimas de su rostro enrojecido.

—Apolón sabe cómo cautivar la atención. Siempre está seguro de sí mismo, es fiable, no permite que nadie siquiera piense que las cosas podrían ser diferentes a como él las quiere. Por eso siempre tenemos discusiones. Yo no quiero obedecerlo ciegamente, quiero que tenga en cuenta mi opinión, ¿entiendes?

Antón asintió y apretó sus dedos con más fuerza, en señal de apoyo. En ese momento, ella parecía tan indefensa, frágil y sincera que le daban ganas de esconderla de todos y no soltarla nunca de sus brazos. La chica seguía sollozando:

—Esta vez es de verdad. Nunca nos habíamos peleado así. Me eligió a sus amigos en lugar de a mí.

Esa noticia alegró mucho al hombre. Se contuvo con todas sus fuerzas para no mostrar su alegría y se esforzó por mantener un rostro de tristeza. Parecía que el destino mismo le sonreía, organizando este encuentro casual. Con delicadeza, le acarició la espalda y se detuvo en su cintura:

—¿Por qué dices eso?

—Este fin de semana es nuestro aniversario, se cumplen dos años desde que empezamos a salir. Quería ir a una estación de esquí con él para descansar, para celebrarlo, pero se negó, argumentando que el sábado tiene una carrera.

—¿Una carrera? —Antón no entendía del todo de qué hablaba ella. Aunque en su mente se formaban imágenes de Apolón en un caballo negro blandiendo un látigo y galopando en una competición, en realidad no estaba seguro de que esa fantasía correspondiera a la realidad.




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