¿cómo deshacerse de una chica?

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Nota del traductor:

He adaptado el texto para que la traducción sea lo más natural y fluida posible para un lector hispanohablante. He mantenido el estilo del autor original, prestando especial atención a los matices emocionales y al ritmo de los diálogos. La intención es que la esencia de la obra se preserve sin sacrificar la claridad y la autenticidad en el idioma de destino.

—Apolón participa en carreras de coches. Cada fin de semana, él y sus amigos se encuentran de noche y cortan un tramo de carretera. Hacen apuestas y compiten entre ellos. No apruebo ese tipo de diversión, pero él no me hace caso. Estoy cansada de preocuparme cada vez que se pone al volante y corre a una velocidad de locura. A él, por supuesto, no le importan mis deseos. Lo hace cada sábado, ¿entiendes? Y nuestro aniversario es solo una vez al año. ¿Acaso no merezco su atención ese día? ¿Acaso no valgo la pena para que se salte, aunque sea una sola vez, esas malditas carreras?

—Claro que lo mereces —Antón le pasó suavemente el dedo por la delicada piel del rostro, acomodándole un mechón de pelo invisible detrás de la oreja—. Nastia, si te convirtieras en mi novia, lo dejaría todo con tal de que estuvieras a mi lado.

Ella se quedó inmóvil, sin moverse, siguiendo sus movimientos con nerviosismo. El hombre entendió que era el momento, o ahora o nunca. Si dudaba un solo instante, perdería a esa chica para siempre. Se atrevió, lo arriesgó todo y se inclinó hacia sus labios. Sin pedir permiso y sin esperar su reacción, besó la boca que tanto anhelaba.

Con firmeza, con fuerza y con cierta reverencia. Con ese beso quería mostrar la seriedad de sus intenciones, demostrar que ya no era ese joven inseguro de antes. Saboreó con avidez cada milímetro de esos labios seductores y no quiso soltarla de su cautiverio. Nastia no se resistió, se abrió a él y trazó hábilmente patrones en los labios del hombre. Como si despertara de un embriagador aturdimiento, la chica se apartó, devolviendo a Antón de su propio paraíso a la Tierra pecadora.

—No debemos, no está bien. ¿Y qué hay de Ilona?

Ilona. Antón se enfureció, ¿cuánto tiempo más iba a arruinarle la vida esa chica? No tenía intención de rendirse y confesó honestamente:

—No nos amamos. Nos conocimos en un club nocturno hace poco más de una semana. Nos divertimos, pasamos una buena noche, y por la mañana en mi apartamento apareció tu padre con cuatro hombres que parecían más bien perros hambrientos. Ilona inventó que llevábamos saliendo mucho tiempo y así empezó esta maraña de mentiras y ni siquiera sé cómo desenredarla.

—¡Ay, Ilonka! No sabía que era tan frívola. Aunque, ¿por qué me sorprendo? Ya tiene treinta años, quiere casarse y nadie se lo propone, así que usa medidas tan radicales.

Antón juntó sus manos y las cubrió con sus propias manos cálidas. Suspiró profundamente y continuó sorprendiendo a la chica con su confesión:

—Nastia, quizás no lo sepas, pero en la universidad yo estaba enamorado de ti.

—Lo sospechaba.

—Entonces no me atreví a confesar mis sentimientos y te perdí para siempre, pero ahora no voy a repetir mi error. No quiero dejarte ir. Por favor, dame una oportunidad. Una sola cita, te demostraré que soy digno de tu atención.

—Ay, qué tierno. Lo pensaré —ella sonrió juguetonamente y se inclinó un poco hacia él. Antón captó la indirecta al instante y rápidamente aprisionó sus labios entre los suyos. Esta vez, puso una pizca de ternura en ese beso. Quería mostrarle todo el amor que había vivido en su corazón durante años.

El crujido de la puerta hizo que Antón interrumpiera el beso a toda prisa y liberara a la chica del contacto de sus cálidas manos. Se quedó mirando el rostro desconcertado del testigo casual, tratando de averiguar si el invitado había llegado a notar tanta cercanía.




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