Bohdán se puso nervioso y balbuceó apresuradamente:
—¡Ay, perdón! Pensé que Nastia ya se había ido.
—No pasa nada, entra, yo de verdad ya me voy —la chica se levantó, pero Antón le agarró la mano. No podía permitir que su sueño desapareciera.
—Espera, ¿me dejas tu número de teléfono?
Ella asintió y escribió las cifras deseadas en un papel. Luego se inclinó y le susurró al oído:
—Podemos vernos mañana.
Sin esperar respuesta, salió del despacho. Antón no pudo contener la sonrisa de felicidad que se dibujó en su rostro. Bohdán notó el extraño estado de su compañero y no pensaba quedarse callado:
—¿De qué hablabais?
—Nastia ha dejado a Apolo, y ahora el camino a su corazón está libre —Antón seguía sonriendo, con la mirada soñadora clavada en la puerta.
Su colega no compartía aquel entusiasmo:
—¿De verdad crees que, si Zagranuk se entera de que sales con sus dos hijas a la vez, no te va a despedir?
—Yo no salgo con Ilona, simplemente él no lo sabe —tras una breve pausa añadió—, y ella tampoco. Sí, la situación no es sencilla, pero no quiero perder la oportunidad de estar con Nastia. Llevo demasiado tiempo soñando con esto.
Al día siguiente, el tiempo era perfecto para la sorpresa que Antón había preparado para Nastia. Era consciente de que tenía una sola oportunidad de causarle una buena impresión y no podía permitirse arruinarlo. Había pensado en cada detalle; quería que todo saliera perfecto.
Antón esperaba junto al globo aerostático, sosteniendo en su mano un espléndido ramo de rosas de un delicado tono violeta. Recibió con mirada ilusionada el coche que se acercaba, sus ojos impacientes intentaban distinguir a la chica que tanto anhelaba su corazón.
El coche se detuvo y de él bajó Nastia. Iba pensativa y triste, lo que hizo que Antón se inquietara. Toda su alegría desapareció en cuanto vio que del coche también salía Ilona. No entendía por qué estaba allí; llevaban varios días sin hablarse.
Con rabia apretó con más fuerza el ramo, hasta que las espinas se clavaron en su piel. Las chicas se acercaron, e Ilona, sin contener su entusiasmo, exclamó:
—¡Holaaa! —se inclinó demasiado cerca y le dio un beso en la mejilla.
Antón la miraba desconcertado, mientras Nastia observaba aquella escena con el rostro pétreo.
—¿De verdad vamos a volar en globo?
El hombre, atónito por lo que ocurría, no pudo articular palabra y se limitó a asentir con inseguridad. Ilona continuó parloteando alegremente:
—Esto sí que es una sorpresa. Cuando Nastia me habló de un regalo, me imaginé cualquier cosa, ¡menos esto! Siempre he soñado con volar, pero nunca había tenido la ocasión.
Reía como una niña, como si no notara la mirada inquisitiva de Antón dirigida a su hermana. Nastia frunció el ceño y, con un tono autoritario, ordenó:
—Tú ve a ver el globo más de cerca. Necesito darle algunas instrucciones a Antón sobre esta sorpresa.
Sin sospechar nada, Ilona corrió hacia el enorme globo, todavía desinflado, que yacía extendido sobre la hierba junto a la gran cesta. Apenas quedaban restos de nieve en aquel campo, y un ligero frío recordaba que era principios de diciembre. El cielo despejado y sin viento era perfecto para la ocasión.
Antón, sin comprender lo que pasaba, por fin se volvió hacia Nastia:
—¿Qué hace Ilona aquí? Este encuentro lo preparé para ti.
—Lo sé, perdona, pero tendremos que posponerlo. Ilona vio tu mensaje en mi teléfono. Justo escribiste cuando yo estaba con ella, y tuve que decirle que le estabas preparando una sorpresa y que yo te ayudaba a organizarla. No fui capaz de confesarle que no habrá boda, eso tienes que hacerlo tú.
Guardó silencio un instante y luego continuó:
—Además, no estoy segura de si lo nuestro tiene futuro, así que preferí no decirle nada. Te agradecería que tú tampoco se lo contaras. No quiero que me eche la culpa de todo. Harás este paseo con ella. De todas formas, me da miedo la altura y no pienso subirme a esa cesta.
Las esperanzas de Antón se desmoronaron en mil pedazos. Impotente, observó cómo la chica de sus sueños se subía al coche y se marchaba de aquel campo, dejándole a cambio a su hermana. Se sintió engañado y desgraciado.
Otra vez tendría que fingir ser un canalla y esperar que eso espantara a la intrépida Ilona, que conversaba alegremente con el instructor. No importaba, se prometió hacer todo lo posible para librarse de esa chica de una vez por todas.