El hombre frunció el ceño. Aquella debía haber sido la cita perfecta para Nastia, pero Ilona lo había arruinado todo. Tomó su copa de vino caliente y se sentó a cierta distancia de la muchacha.
—Sí, pensé que un poco de romanticismo no nos vendría mal.
Ilona sonrió e hizo un sorbo de la bebida tibia. El camarero regresó con una bandeja en la que reposaban dos platos con jugosos filetes asados y verduras. La chica no dejaba de sorprenderse:
—¿Cuándo tuvieron tiempo de prepararlo? La hoguera todavía arde con fuerza.
—Es comida del restaurante, hecha a la parrilla. Aquí solo la servimos —explicó el camarero antes de dirigirse al coche, dejándolos a solas.
Durante un buen rato comieron en silencio. Cuando los platos ya estaban casi vacíos y los hombres que habían recogido el globo se marcharon, Ilona confesó:
—Estoy impresionada. Esta ha sido la mejor cita de mi vida. ¡Gracias!
—¿Acaso los niños ricos nunca te organizaron cenas románticas en las playas de Seychelles o de Niza?
—De ese tipo, no. Y si soy sincera, hace mucho que no iba a una cita de verdad. Ya había olvidado cómo se siente: ponerse nerviosa, derretirse con una sola mirada, sudar en las palmas todavía más, y que el corazón lata como loco, delatando tu turbación.
Antón se acercó un poco más. No esperaba que, tras la fachada de una hija caprichosa de papá, se escondiera un alma romántica. Le entraron ganas de descifrar el enigma llamado Ilona Zajariuk y descubrir su verdadera esencia. Tenía miedo de haberla enamorado sin querer. Con voz baja, sin saber si estaba preparado para oír la verdad, preguntó:
—¿Y hoy… esto cuenta como una cita de verdad?
—¿Y qué crees tú? Mis guantes ya están empapados.
Aquella franqueza lo inquietó. Ni siquiera encontró palabras; en silencio tomó sus manos y, como si no acabara de fiarse, le quitó los guantes. Las palmas estaban frías y húmedas. Las envolvió con cuidado entre las suyas, las llevó a la boca y sopló aire caliente para calentarlas.
—¿Y cuánto tiempo llevas sin tener citas?
La muchacha bajó la mirada con timidez. Antón notó que la pregunta le incomodaba, y enseguida se arrepintió de haberla hecho. Pasó un minuto tenso, y justo cuando había pensado en soltar una broma para aliviar la situación, Ilona, como si reuniera todo su valor, lo miró fijamente y confesó:
—Tres años. No salí con nadie, ni citas ni cafés. Nada en absoluto.
Antón, sorprendido por aquella confesión, apretó con más fuerza sus manos:
—¿Por qué? Eres una chica preciosa, no me creo que no te invitaran. Ejerces en los hombres el mismo efecto que la miel en las abejas; hoy mismo hasta el instructor intentó coquetear contigo.
—Sí me invitaban… pero no podía atreverme. Estuve cinco años con un chico. Pensaba que nos casaríamos; él mismo hablaba a menudo de boda. Y luego formó una familia con otra. Durante dos años estuvo con las dos a la vez, y yo, una tonta enamorada, no sospechaba nada. Ella se quedó embarazada y se convirtió en su esposa. Desde entonces no he podido confiar en nadie. Para ser sincera, aún no entiendo cómo terminé en tu cama. Bebí demasiado, los años de abstinencia y las hormonas hicieron lo suyo. Tú fuiste amable, me dijiste cumplidos y… —se interrumpió, apretando los labios, como si librara una batalla consigo misma antes de revelar un secreto doloroso. Con un susurro añadió—: apenas recuerdo aquella noche.
Antón vio cómo la mención del ex todavía le provocaba dolor. Sus ojos color aguamarina se llenaron de tristeza y su rostro se ensombreció. Recordó el instante en que la vio por primera vez: su belleza cautivaba de inmediato y ella parecía una ninfa inaccesible. Ni él mismo entendía cómo había reunido el valor para acercarse a conocerla, y ahora la tenía frente a él, justificándose por aquella única noche que los unía. El hombre acariciaba suavemente sus delicados dedos entre los suyos.
—No me resulta agradable escuchar que no recuerdas nada.
—No todo… aún guardo el sabor de tu beso.
Se inclinó y atrapó sus labios con los suyos. La besó con timidez, con temblor, como temiendo ser rechazada, insegura. Antón no respondió al instante; luchaba contra su dilema interior, reprimiendo con todas sus fuerzas la tentación de ceder. Ella lo notó y quiso apartarse, interrumpir aquel beso vergonzoso y huir a un rincón escondido para ocultar su bochorno. Pero él no se lo permitió. Por fin atrapó sus labios y la besó de vuelta, dejando atrás todas las dudas.