¿cómo deshacerse de una chica?

33

Anton siguió a la muchacha. Al subir a la habitación, notó que el dolor en el estómago se había intensificado. No le quedó más remedio que encerrarse en el baño. Se juró a sí mismo no volver a probar chiles picantes ni dejarse provocar por Apolón.

Al salir, fue directo a la cama y se dejó caer sobre ella. Ilona le tendió unas pastillas y un vaso de agua.

—Tómalas, quizás te alivien.

—¿De dónde sacaste esto? —Anton cogió el medicamento y el vaso con cierta desconfianza.

La chica se encogió de hombros.
—Fui a la enfermería, allí también hay farmacia. El médico me recomendó estas pastillas, dijo que calman la acidez.

A Anton le sorprendió semejante muestra de cuidado. Después de cómo se había comportado con ella, lo lógico sería que lo odiara, no que le llevara medicinas ni que se preocupara. No sabía si aquello era parte de un juego bien calculado para adormecer su vigilancia, o si en verdad tenía un corazón tan noble. Ilona recogió su cabello dorado en una coleta alta, que le recordó a espigas de trigo.

—Si surge algún problema, llama a la recepción. Yo estaré sin teléfono. ¿Puedo dejarte solo?

—Claro, no te preocupes.

Anton intentó sonar convincente, aunque ni él mismo creía en sus palabras. En su vientre seguía rugiendo un huracán. Ilona le sonrió y salió de la habitación. El deseo de enterarse de lo que hablarían las chicas se le volvió cada vez más obsesivo. Necesitaba saber qué pensaba cada una de ellas sobre él.

Capítulo 17

Sin pensarlo demasiado, fue tras Ilona. Bajó rápido al primer piso y la vio en recepción con Nastia. Ambas se pusieron unas pulseras verdes y entraron por una puerta con el letrero “SPA Salón”. El hombre corrió detrás. Apenas rozó el picaporte cuando fue detenido por la recepcionista.

—Lo siento, la entrada al SPA es únicamente con pago.

Anton se golpeó la frente con la palma. Ingenuamente había supuesto que estaba incluido en el precio de la habitación, pero resultaba ser un servicio aparte. Sacó la cartera del bolsillo y preguntó con tono serio:

—¿Cuánto?

—¿Para qué tratamiento desea ingresar?

—Lo mismo que esas chicas —respondió, con la esperanza de poder escuchar su conversación sin ser visto.

La recepcionista le dedicó una sonrisa astuta, que a él le pareció la de un depredador.
—Ellas contrataron el paquete completo. Acceso a cualquier tratamiento durante todo el día. Dentro elegirán qué hacer.

—Perfecto, lo mismo para mí.

Los ojos de Anton casi se le salieron de las órbitas al ver la factura. Imaginaba que sería caro, pero nunca sospechó tanto. Con ese dinero se podría sobrevivir dos semanas en tiempos de hambruna. Le colocaron en la muñeca una pulsera verde y le desearon una agradable estancia.

Al entrar en la sala se sintió un poco perdido. El espacio era enorme, con una piscina en el centro rodeada de camillas de masaje. Sonaba música suave, el aire estaba impregnado de aromas a aceites esenciales, y varias mujeres en batas blancas de felpa lo miraban de reojo con desconfianza. Comprendió que pasar inadvertido sería imposible, así que se dirigió rápido al vestuario.

Allí mismo vio a Ilona ajustándose el cinturón de la bata. Preso del pánico, abrió una taquilla y se escondió tras la puerta, rezando para que ella no lo descubriera. La voz alegre de Nastia lo puso aún más nervioso:

—Hace tiempo que no descansamos juntas. Es hora de hablar con sinceridad, porque de tu prometido me entero siempre la última.

Salieron al salón y Anton volvió a golpearse la frente. ¡Tenían que irse justo en el momento más interesante! Miró dentro de la taquilla y encontró una bata enorme, unas pantuflas y toallas, todo de color blanco. Decidido a camuflarse, se vistió rápido. Se puso la bata, se enrolló una toalla en la cabeza y calzó las pantuflas, que le quedaban algo pequeñas: los talones sobresalían y la tela dura le apretaba los pies. Salió al salón sintiéndose como James Bond… aunque vestido de blanco.

Una señora con el rostro cubierto por una gruesa capa de crema pasó a su lado y bufó con desprecio. A Anton le pareció un fantasma de Halloween; de haberla visto en la oscuridad y con la iluminación adecuada, quizá hasta se hubiera asustado.

Se fijó en una mesa llena de cuencos con distintas cremas. A un lado había sobres abiertos con la inscripción “Mascarilla facial”. Sin pensarlo, tomó un poco y se embadurnó la cara con una capa espesa de crema blanca. Ahora sí estaba seguro de que nadie lo reconocería. Para mayor seguridad, cogió una revista y se dirigió al centro del salón.

Encontró a las chicas recostadas en camillas, recibiendo un masaje. Sonrió al ver que no llevaban mascarillas y así resultaba más fácil identificarlas. Se sentó en una tumbona cercana y abrió la revista, ocultando tras sus páginas los ojos. Alcanzó a escuchar la voz de Nastia, que iba directo al tema que más le interesaba:

—Ilona, ¿por qué no me contaste nada de Anton?




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