¿cómo deshacerse de una chica?

35

La voz furiosa del administrador resonó justo junto a su oído:

—Salga de la piscina. No está destinada a este tipo de procedimientos.

Antón, después de asegurarse de que no quedaba rastro de crema en su rostro, salió del agua por las escalerillas metálicas. De inmediato se topó con las chicas, que lo esperaban enfurecidas. Ambas estaban envueltas en sus albornoces y lo taladraban con la mirada. Nastia, por alguna razón, estalló en carcajadas, mientras que Ilona frunció el ceño con severidad:

—¿Qué haces aquí?

—Decidí relajarme y fui a hacerme un masaje. No me avisaron de que me quemarían la espalda con fuego y de que se me caería todo el pelo de la cara.

Antón se puso en guardia al ver la inquietud en el rostro de Ilona. La muchacha, con tono severo, se dirigió al administrador:

—¿Tienen alguna crema calmante para la piel? Tráigale algo, por favor.

—¿Para qué? —el hombre, sujetando el albornoz a la altura de las caderas para ocultar su vergonzoso secreto de Pokémon, no entendía el motivo de tanta alarma.

La masajista le ofreció un espejo y bajó la cabeza, arrepentida.

—Lo siento mucho. Pero no será por mucho tiempo, en cuanto le vuelva a crecer estará todo bien.

Antón miró su reflejo y se asustó. Su rostro enrojecido parecía perfectamente afeitado, pero eso no era lo peor. En el lugar de sus pobladas cejas rectas solo quedaban unos cuantos pelos dispersos, apuntando en todas direcciones. Jamás había tenido un aspecto tan ridículo.

La masajista trajo una crema blanca y empezó a aplicarla sobre su cara. Antón se estremeció:

—¿Está segura de que no es la misma porquería que me había puesto antes?

—No, es una crema nutritiva, le calmará la piel y reducirá el ardor.

Un rato más tarde, Antón estaba sentado en la habitación del hotel, inmóvil, mientras Ilona, con un lápiz de cejas, rellenaba la piel sobre sus ojos tratando de imitar unas cejas. Él seguía con atención cada trazo de su rostro, intentando adivinar sus pensamientos. Tan concentrada y seria le gustaba aún más. Ella no dejaba de reprocharle:

—Todavía no entiendo cómo pudiste meterte en semejante lío. ¿Por qué no me dijiste que querías venir con nosotras al masaje?

—Ni yo lo sabía. Lo decidí en el último momento.

—Listo —dijo la joven, apartando el lápiz de su cara—. Creo que quedaron simétricas. Cuando volvamos a la ciudad, puedes hacerte un tatuaje de cejas y, después, crecerán solas.

Antón se miró en el espejo y evaluó su nuevo aspecto. Claro, no eran como sus cejas naturales, pero al menos resultaban mejores que aquellos dos pelitos miserables que habían quedado tras la depilación. Se dio cuenta de que Ilona cuidaba de él, era la única que no se burlaba, aunque refunfuñara mostrando su disgusto. Con ternura, tomó sus manos sudorosas y se perdió en sus ojos azules, que lo hechizaban con su claridad:

—¡Gracias! Eres muy paciente conmigo.

—Bueno, a veces me dan ganas de matarte —confesó ella con una sonrisa encantadora, que le dibujó hoyuelos en las mejillas.

Los ojos de Antón exploraban su rostro y se detuvieron en sus lujosos labios. El recuerdo de aquel beso embriagador regresó de pronto, despertando el deseo de volver a probar su dulzura. En ese instante, la razón se apagó y, cediendo a la tentación, se inclinó hacia ella. La muchacha se quedó inmóvil, como si ni siquiera respirara, observando dócilmente lo que él hacía. El calor de su aliento rozó sus labios, cuando un golpe en la puerta lo obligó a apartarse de golpe, como si estuviera cometiendo el mayor crimen del mundo.

Sin esperar respuesta, Nastia entró en la habitación:

—Oh, Várnovski, esas cejas te quedan de maravilla. Papá pidió que les avisara que esta noche cenaremos en un restaurante, y esta vez él mismo eligió el lugar. ¿Van a venir?

—Sí —Ilona, como si hubiese saltado de una sartén ardiendo, se levantó de la cama. Avergonzada, empezó a acomodarse un mechón inexistente tras la oreja—. Iremos enseguida. Solo dile a Apolo que esta vez, nada de guindillas. ¿Me entendiste? —La muchacha miró a Antón con un tono tan severo que no admitía réplica.

Nastia sonrió:

—A mí me gustó. Fue todo un espectáculo —dijo, aún sonriendo, antes de salir de la habitación.

Antón no quería ir a esa cena, ya imaginaba las burlas de Apolo, a quien le daban ganas de estrangular. Pero quedarse en la habitación y esconderse como una rata cobarde era aún peor. Así que, obligándose, dibujó una sonrisa feliz en el rostro y bajó al restaurante.

Zagraniuk, junto con su familia, estaba sentado en una mesa junto a la ventana. Ilona se acercó con paso firme y Antón no tuvo más remedio que seguirla obedientemente y sentarse a su lado.

Apolo estalló en una carcajada:

—Antón, algo ha cambiado en ti. ¿Has adelgazado o qué?

—Pues no luce nada mal —dijo Eduard con una leve sonrisa—. Tal vez deberías hacerte tú también esos tratamientos.

—Yo no me ocupo de cosas de mujeres. Ilona, ¿estás segura de que has encontrado a un hombre y no a una amiguita?

Antón apretó los labios, resignado a pasar la velada soportando burlas a su costa. Pero Ilona lo fulminó con tal mirada de enojo que Apolo, instintivamente, encogió el cuello.

—Claro que estoy segura. No le veo nada malo a que un hombre se cuide. Creo que ya hemos terminado con este tema y podemos cenar tranquilos.




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