¿cómo deshacerse de una chica?

42

La muchacha negó con la cabeza. Lo último que deseaba era pasar tiempo con Klymiuk y sus hijos. Pero Eduard no le dio opción y contestó por ella:

—Por supuesto que se unirá. Todos iremos a la pista de hielo; hace años que no voy.

Ilona apretó los puños. Aquella propuesta le desagradaba profundamente. Como si buscara valor para contradecir a su padre, dio un sorbo a su zumo y atrapó la mano de Antón entre las suyas. Sintió cómo él se estremecía, pero se negó a soltarlo:

—Me temo que debo rechazarlo. No quiero dejar a mi prometido solo. Nos quedaremos en la habitación.

—De ninguna manera. Iré con vosotros. Lo observaré todo desde fuera. No te prives de divertirte por mí, cariño.

Antón recalcó con intención la palabra cariño. Había notado cómo Klymiuk babeaba por su supuesta prometida y esperaba que aquel interés terminara por liberarlo de la obligación de casarse. Además, quería hablar con Nastia, que seguía siendo una fortaleza inexpugnable. Por el gesto molesto de Ilona entendió que a ella no le gustaba nada la idea.

La pista estaba al aire libre, iluminada con lámparas y guirnaldas, y al caer el crepúsculo brillaba de forma espectacular. Antón se sentó en un banco desde donde se veía perfectamente la arena helada. Ilona se acomodó a su lado para calzarse los patines. Tenía el aspecto de alguien que marchaba al cadalso. En cuanto estuvo lista, se dirigió hacia el hielo, donde la atrapó la excesiva atención de Klymiuk.

Los celos ardían en el pecho de Antón como aquel ají picante que la víspera le había incendiado el cuerpo al ver a Nastia con Apolo. Los dos patinaban tomados de la mano y sonriendo el uno al otro. Él debía estar allí con Nastia, no ese pavoneado. En lugar de conquistarla, se quedaba mirando cómo ella se alejaba de él. El único beso que habían compartido le había dado esperanza de un futuro en común, y ahora resultaba doloroso ver cómo sus planes se desmoronaban. Comprendía que, si no hacía nada, acabaría viendo a Nastia vestida de novia junto a Apolo.

Se decidió por un gesto desesperado y cojeó hasta el puesto de alquiler de patines.

Apenas lograba mantenerse en pie, pero se lanzó al hielo aferrándose a la barandilla. Solo una vez en su vida había patinado, y no le había ido del todo mal, al menos mejor que con los esquís. Recordaba que no era tan complicado: había que impulsarse y mantener el equilibrio. La pierna aún le dolía, pero se obligó a ignorarlo. Localizó a Nastia con la mirada, se empujó de la barandilla y los patines lo lanzaron de golpe hacia el centro de la pista. Incapaz de frenar o girar, agitaba los brazos para no caerse.

Terminó chocando contra la espalda de Ilona y se desplomó torpemente sobre el hielo. Ella, visiblemente harta de la compañía de Klymiuk y sus hijos, se volvió sorprendida y alzó las cejas:

—¿Antón? ¿Qué haces aquí? ¿Y tu pierna?

—Me cansé de estar sentado mirando. Quise probar yo mismo; además, ya casi no me molesta.

—Está bien —una sonrisa indulgente se dibujó en el rostro de la muchacha—, te ayudaré.

Le tendió la mano y Antón la atrapó por el guante negro. Intentó levantarse, pero terminó arrastrándola hacia él. Ilona perdió el equilibrio y cayó en sus improvisados brazos. Su nariz helada rozaba su cuello, una mano descansaba en su pecho, la otra se apoyaba en el hielo, y su frágil cintura se apretaba contra su cuerpo.

Ella alzó bruscamente la cabeza, y él pudo ver la turbación en sus ojos color aguamarina. Apartó la mirada con timidez y se levantó de inmediato:

—Perdona, no pude sostenerte.

—Ni falta que hace —Klymiuk se acercó por detrás y le puso la mano en la cintura.

Ilona se estremeció ante semejante atrevimiento, aunque no retiró la mano.

—Es el hombre quien debe cuidar de ti, no al revés.

En ese momento llegaron Nastia y Apolo. Este último, pese a la antipatía mutua, le tendió su mano:

—Te ayudo.

Antón, a regañadientes, aceptó la firme palma y se incorporó. Le irritaba ver lo cómoda que Ilona parecía en brazos de Klymiuk. Se repetía a sí mismo que ellos hacían buena pareja y que era hora de hablar con Nastia. Tomó su mano, y sin prestar atención al gesto tenso de Apolo, se dirigió a ella:

—¿Me acompañas? A este paso, Ilona aún va a conseguir que me rompa la otra pierna.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.