—Claro —Nastia apretó con inseguridad su mano y miró temerosa a su prometido. Él no pensaba quedarse callado:
—No sabía, Varnovski, que necesitaras una niñera.
—Como tú, que también te agarrabas de la mano de Nastia. No te preocupes, no me la comeré; te la devolveré sana y salva.
Ante esa ocurrencia, la muchacha soltó una risa:
—Ojalá pudiera prometerle lo mismo a Ilona. Contigo siempre pasa algo. Bueno, impúlsate y vamos.
Bajo la guía de Nastia era más fácil moverse sobre los patines. Ella le ayudaba a mantener el equilibrio y no permitía que cayera. Lo único que le molestaba era la mirada ardiente de Apolo, que no le quitaba ojo de encima y se mantenía siempre cerca, impidiendo cualquier conversación franca.
Antón se consolaba pensando que Ilona estaba entretenida con la atención de Klymiuk, aunque algo le escocía por dentro. Desde fuera parecían una familia feliz con dos niños, e Ilona parecía hecha para la maternidad. Sin embargo, no le agradaba nada ver cómo Oleksandr se la devoraba con los ojos, concentrándose en sus labios carnosos, los mismos que poco antes lo habían besado a él.
Para apartar esos pensamientos, se obligó a mirar a Nastia. Aprovechando que Apolo hacía piruetas en el centro de la pista, le murmuró al oído:
—No entiendo qué le ves a ese fanfarrón. Se desvive por demostrar lo perfecto que es.
Como para darle la razón, Apolo se inclinó y recogió el guante que había perdido una niña pequeña. Se lo devolvió sonriente, gesto que irritó aún más a Antón. Nastia se detuvo y lo miró con seriedad:
—Llevamos demasiado tiempo juntos como para empezar ahora a poner en duda nuestra relación.
—Yo esperaba tener una cita contigo. No me eres indiferente —susurró Antón, esculpiendo cada palabra con cuidado.
La joven alzó las cejas, sorprendida:
—¿Y por eso no haces nada? ¿Sigues con Ilona y me entregas sin luchar a Apolo? ¿Por qué no le dices la verdad a mi hermana?
No quería confesar que temía perder su trabajo, pero sabía que debía darle alguna explicación.
—Ella sabe que no la amo, al igual que ella a mí. Cuando tu padre se calme, toda esta farsa de la boda se cancelará. Si tú me dieras una oportunidad, una esperanza de un futuro juntos, yo actuaría con más decisión.
—Si actuaras con más decisión, yo te daría esa oportunidad.
Aquello fue para Antón una señal en verde. Nastia le devolvía la esperanza y un calor reconfortante lo envolvió. Pero Apolo se acercó en ese preciso instante, rompiendo el hechizo.
—Vamos a tomar un té caliente, ya estás helada —dijo, y de forma intencionada le arrebató las manos de las de Antón, frotándole los dedos como si así pudiera darle calor.
Nastia miró a Varnovski con compasión:
—¿Podrás llegar tú solo hasta la barandilla o necesitas ayuda?
Apolo soltó una risita burlona, provocando que Antón rechazara cualquier muestra de debilidad. Aunque el dolor en su pierna se intensificó, declaró con firmeza:
—Solo, no estoy tan indefenso.
Los vio alejarse con amargura, deseando ocupar el lugar de aquel arrogante que no la merecía. Dio un impulso en el hielo y avanzó. Entonces sintió otra mano aferrarse a la suya. Era Ilona, que lo había alcanzado y, sin detenerse, propuso:
—¿Patinamos juntos?
Lo arrastró consigo, sin darle opción a elegir. El descanso soñado se esfumaba, y él murmuró de mala gana:
—¿Ya te cansaste de la compañía de Klymiuk?
—La verdad, sí. Estoy agotada de él y de sus hijos.
—Pues parecéis encajar muy bien. Incluso pensé que te gustaba —su voz sonó teñida de celos.
Ilona se detuvo, y Antón terminó empujándola por la espalda. Ella gruñó molesta:
—Te lo has imaginado.
Él notó el quiosco de bebidas, donde Nastia esperaba. Allí era donde realmente quería estar, no discutiendo con Ilona sobre una relación inexistente. Apolo le contaba algo a la joven de sus sueños y ella reía a carcajadas. Antón apartó la vista hacia Ilona, que seguía con el ceño fruncido.
—Nastia y Apolo fueron a tomar té. ¿Quieres unirte?
—Cualquier cosa con tal de escapar de Klymiuk.
Ella se mordió el labio, como si se hubiera dado cuenta de que había hablado de más. Caminaron hacia la salida, y Antón suspiró aliviado cuando por fin se quitó los patines. La pierna le dolía con intensidad, pero se negó a mostrar debilidad. Apretando los dientes y reuniendo toda su fuerza de voluntad, se acercó a Nastia.
Del vaso de papel humeaba el té caliente, y la joven lo sostenía con ambas manos para calentarse. Se dirigió a Ilona:
—¿Qué tal el patinaje?
—Horrible, Klymiuk no me deja en paz.
Como para confirmarlo, Oleksandr se les acercó:
—¿Han venido a por algo calentito? —y sin esperar respuesta, continuó—: ¿Vamos al restaurante? La fiesta sigue y me he perdido mucho. Ilona, ¿me cuentas qué hicieron ayer?
La joven no quería semejante atención. Entendió que no soportaría toda la velada en tal compañía. Miró suplicante a Antón, esperando que le siguiera el juego:
—Me encantaría, pero no puedo. Antón y yo decidimos pasar lo que queda de la noche en la habitación, su pierna le duele —vio cómo se le fruncían las cejas a su prometido y se tensaban sus pómulos. Varnastiuk parecía debatirse sobre si apoyar o no su mentira. Para no dejarle margen de reacción, remató con un golpe certero:— Además, debes cambiarte el vendaje. Vamos, que os vaya bien la velada.