¿cómo deshacerse de una chica?

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Casi obligó a Antón a dar los primeros pasos, y luego, sin resistirse más, él se despidió educadamente y caminó junto a la chica. Cuando se alejaron lo suficiente, Ilona empezó a justificarse:

—Perdona, quizá querías cenar, pero no habría soportado pasar la velada en compañía de Klimiuk. Hemos estado juntos todo el día y estoy agotada. Pidamos comida a la habitación.

—¿Por qué Klimiuk anda detrás de ti como una sombra?

—No lo sé, supongo que está aburrido.

Ilona no pensaba decir la verdad. Entraron en la habitación y Antón se tumbó enseguida en la cama, apoyando la pierna sobre una almohada. La muchacha lo miró con preocupación:

—¿Te duele mucho?

—Duele, pero es soportable —Antón no quería parecer miserable a los ojos de Ilona. Ya se reprochaba a sí mismo por haber ido a la pista de patinaje.

Ilona fue al baño y regresó con una toalla húmeda y fría. Se sentó en la cama, le quitó con cuidado el calcetín y examinó la pierna. En silencio, aplicó la tela helada sobre la zona afectada. El hombre hizo una mueca.

—No es nada grave, lo aguantarás. ¿Por qué fuiste a patinar?

—Me cansé de estar tirado en la habitación, era aburrido.

—Aun así, no debías haber salido al hielo —Ilona se levantó y llenó un vaso de agua. Junto con unas pastillas, se las tendió a Antón—. Tómalas, quizá te calmen un poco el dolor.

—Gracias.

El hombre bebió despacio, sin apartar la vista de Ilona. Ella parecía atenta, dulce y tan buena. Un inoportuno remordimiento le pinchó la conciencia, carcomiéndole el alma. No debía haberse ensañado con ella, al menos no lo merecía.

—¿Vemos una película? —propuso Ilona.

—Vale, veamos qué ofrece la tele.

Antón fue cambiando de canal hasta que ambos se detuvieron en una comedia navideña. Esa noche el hombre no temía que Ilona intentara insinuarse: ahora tenía una excusa legítima para rechazarla, su pierna lesionada. Sin embargo, ella no dio señal alguna de intentarlo. Se mantuvo a cierta distancia, como si temiera ser mordida. Varvástiuk comprendía que no tenían la relación de unos verdaderos prometidos, e Ilona tampoco hacía nada por acercarse. Incluso la llamaba solo cuando era estrictamente necesario. Le cruzó por la mente que quizá ella tampoco quisiera casarse, aunque el miedo a su padre le impidiera confesarlo. Descartó la idea enseguida: a su edad, seguro que sí deseaba formar una familia.

La trama divertida de la película logró apartar sus pensamientos, y Antón se concentró por completo en verla. Al terminar, Ilona fue al baño y salió ya con su pijama. Ni siquiera se cambiaba delante de él, lo cual volvió a sorprenderle, pues ya lo había visto todo. Ella apagó la luz, se metió rápido bajo las mantas y le deseó en voz baja buenas noches. Parecía que enseguida se quedó dormida.

Tras regresar a casa, Antón había decidido no llamar a Ilona. Ignorarla parecía la mejor opción. Pero aquella misma noche, al volver del trabajo y ver a los cangrejos que aún vivían en su piso, lo invadió una extraña melancolía. Sentía en el alma un peso insoportable, sin comprender por qué. Se sintió triste y solo, atrapado por una nostalgia inexplicable. Para colmo, encontró un cabello rubio de Ilona en su jersey. Ese hallazgo lo irritó, recordándole a la chica. Sintió ganas de oír su chillona voz. Se asustó de sus propios deseos y comprendió con horror que aquel fin de semana se había acercado a ella y, al mismo tiempo, alejado de Nastia. Ella ya no era el centro de su universo. Decidió que debía hacer algo urgentemente.

Antón recordó la única conversación que había tenido con Nastia durante esos días y se atrevió a actuar. La muchacha le había dado luz verde, insinuando que no estaba en contra de su relación, aunque había dos obstáculos: Ilona y Apolón, a quienes debía apartar del camino. Tomó el teléfono y marcó el ansiado número. Tras unos tonos, escuchó la voz de Nastia. Fue directo al grano:

—¡Hola! ¿Nos vemos mañana? Nos divertiremos, lo pasaremos bien, charlaremos y recordaremos viejos tiempos.

En el auricular reinó el silencio. Pasaron unos segundos interminables, hasta que Nastia lo dejó helado con sus palabras:

—Eh… ¿no te habrás equivocado de número? ¿No querrías llamar a Ilona? Ella está aquí, el móvil está en altavoz.

—¿Y por qué invitas a una cita a mi hermana y no a mí? —la voz de Ilona sonó enseguida, confirmando lo dicho.

Antón se dio una palmada en la frente. No esperaba semejante giro. Su interior lo empujaba a decir la verdad, pero la razón le gritaba que no se atreviera a confesarlo.




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