¿cómo deshacerse de una chica?

45

Nastia aún no era suya, e Ilona tampoco quería romper el compromiso. No le quedaba más remedio que inventar algo y confiar en la credibilidad de su mentira.

—No lo entendiste bien. Quería organizar una cita conjunta, para que también se unieran Nastia y Apolón, ya que lo que tenía planeado solo se podía hacer entre cuatro personas. Así nos conoceríamos mejor, al fin y al cabo pronto seremos una sola familia.

Ilona guardó silencio. A Antón le habría gustado ver la expresión de su rostro, pero ya se imaginaba esos labios fruncidos y esos ojos azules mirándolo con reproche. Por fin, Nastia expresó su decisión:

—Me has intrigado. Está bien, iremos. Escríbeme la dirección.

La muchacha cortó la llamada y Antón bufó. Ahora solo le quedaba inventar una actividad para, como mínimo, cuatro personas, que le permitiera quedarse a solas con Nastia. Tras pensarlo un poco, llamó a un local y reservó para el día siguiente. Envió las coordenadas a la chica y esperaba que su nuevo plan para librarse de Ilona funcionara esta vez.

Al día siguiente, el sol se colaba alegremente por la ventana, sonriéndole burlón al sombrío Antón. Por un lado, estaba feliz de ver a Nastia, pero la cita se empañaba con la presencia de Ilona y del detestable Apolón. Seguía irritándole su nombre, sus modales y hasta su forma de hablar. Tuvo que pedir la tarde libre en el trabajo para aquella farsa. Llegó un poco antes al lugar y se familiarizó con el sitio. Por fin vio acercarse el coche de Ilona. Se detuvo y de él bajaron las dos chicas.

Ambas vestidas con vaqueros y abrigos acolchados, tan parecidas y tan distintas a la vez. A una de ellas lo arrastraba el corazón; a la otra, la razón le impedía apartarla. Con sorpresa notó que Apolón no estaba, y por primera vez en su vida se sintió decepcionado por su ausencia, pues en ese caso no podría quedarse a solas con Nastia.

—¿Y dónde está Apolón? ¿Es que no viene?

La voz de Antón dejaba entrever preocupación, y con ello se delató. Nastia soltó una risa cristalina:

—No creí que te preocuparas por su ausencia, pensé que no lo soportabas.

—Así es —Antón no intentó negar lo obvio, ya estaba levantando sospechas—. Solo que somos una futura familia, y para esta actividad hacen falta al menos cuatro.

—Tranquilo, viene detrás de nosotras.

El ruido de un motor confirmó sus palabras. Se acercó un deportivo negro, al volante del cual asomaba Apolón. Bajó del coche y, con gesto serio, se quitó las gafas oscuras que llevaba sin necesidad. Echó un vistazo al campo despejado de nieve y silbó:

—Vaya, Varnavski, no sabía que me odiabas tanto como para querer matarme. ¿O simplemente decidiste jugar con armas? Por cierto, nos harían falta más jugadores.

—Nada de eso, hoy de verdad voy a dispararte. Vamos a cambiarnos.

El campo de paintball le parecía a Antón el lugar perfecto para todos sus propósitos. El juego en sí le daba igual, aunque tenía ganas de darle una lección a ese pavo engreído. Su objetivo principal ya estaba vestida y había ocultado su bello rostro tras la máscara. Nastia apretaba el arma con decisión, como si realmente fuera a la guerra. Apolón sostenía la máscara en las manos y sonreía:

—Nastia y yo vamos a mostraros de qué somos capaces. Id preparándoos para llorar la derrota.

—Así no tiene gracia —protestó de inmediato Antón. Necesitaba darle la vuelta a la situación a su favor, por lo que intentó sonar convincente—. Propongo que cambiemos de pareja. Tú juegas con Ilona y yo con Nastia. Veamos si eres capaz de dispararle a tu amada.

Apolón se puso la máscara y soltó una risita autosuficiente:

—Igual que tú a la tuya. Muy bien, Ilona, ven conmigo. Nosotros tendremos la bandera azul, y a ellos les toca la roja.

Satisfecho con el rumbo de los acontecimientos, Antón se dirigió hacia la bandera roja, situada en el otro extremo del campo. Escuchó los pasos ligeros de Nastia detrás de él. Tomaron posición en la base y el árbitro anunció el comienzo del juego. Se escondieron tras un alto parapeto de madera, que superaba su estatura y ofrecía un excelente refugio. Habría sido lógico hablar de estrategia, pero Antón tenía otro objetivo.

De inmediato la acorraló contra la pared de madera y le quitó la máscara del rostro. Ni siquiera se había puesto la suya y lanzó ambos cascos con cuidado al suelo. Colocó sus manos en la cintura de Nastia, bloqueándole cualquier escapatoria. Ella, sin embargo, no parecía tener intención de liberarse de sus brazos. Sus ojos azules lo miraban con interés, expectantes. Apenas los separaban unos centímetros; sus respiraciones ardientes se entrelazaron como una sola, y parecía que incluso sus corazones latían al unísono. Como si lo pusiera a prueba, Nastia se mordió el labio de manera provocadora y rozó su pecho con la mano.

Antón ya no contuvo sus deseos secretos. Se inclinó y pegó sus labios a los de ella. Los labios de la muchacha estaban fríos, y en combinación con el calor de su aliento, formaban un cóctel explosivo de sensaciones en el que quería sumergirse sin remedio. La besaba con ansia, moviendo los labios con rapidez, como temiendo que aquella fugaz dicha se desvaneciera. Ella respondía con la misma intensidad, avivando aún más los sentimientos que Antón había guardado tanto tiempo.

Un golpe sordo los interrumpió, separando sus bocas. Nastia, como si despertara del embrujo, jadeó entrecortada y susurró:

—Esto no está bien, yo tengo a Apolón.

—¿Para qué lo quieres a él? —el hombre cubría su rostro con besos cortos, sin dejarle pensar con claridad, hechizándola con sus palabras—. Déjalo, yo te amo.




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