Antón no sabía ni cómo aquellas palabras habían escapado de su pecho. Se detuvo y miró en esos lagos azules que no apartaban de él una mirada atenta. Con desconfianza, y un tinte de sospecha, sonó la traicionera pregunta:
—¿Y estás dispuesto a terminar con Ilona por mí?
—Sabes que entre nosotros no hay nada. Todo es una farsa para tu padre, pronto se acabará.
Nastia permanecía inmóvil, atrapada en sus pensamientos. Antón percibía sus dudas y, para destruirlas por completo, comenzó a cubrirle el cuello de besos. Lentos, sensuales y tiernos, trazaba dibujos en su piel delicada. Escuchó un gemido suave escapar de sus labios y se aferró a su cuello con mayor insistencia, disipando cualquier titubeo.
De pronto, la muchacha lo apartó suavemente y él, interrumpiendo su fascinante labor, la miró con ojos nublados. Ella negó con la cabeza.
—No puedo. Apolón y yo llevamos demasiado tiempo juntos, estamos comprometidos. Es cierto que entre nosotros ya no queda lo que hubo antes, que no todo va bien… pero no puedo dejarlo todo y lanzarme al abismo que me ofreces tú. Lo siento, pero será mejor así. Olvidemos este incidente.
Se liberó de sus brazos y echó a correr, dejándolo en completo estupor. No comprendía cómo la chica que un minuto antes le había respondido con pasión podía ahora rechazarlo de nuevo. Le daba la impresión de que jugaba hábilmente con sus sentimientos, poniendo a prueba su paciencia. De rabia golpeó con el puño un árbol y dejó caer los brazos, impotente. El dolor en los nudillos era insignificante comparado con el tormento que se agitaba en su corazón herido.
Entonces oyó el grito de Nastia y su cuerpo se cubrió de hielo. Asomó desde su refugio y vio cómo en el traje de la joven brillaba una mancha azul de pintura.
—¿Eso significa que ahora estoy muerta? —dijo ella, abriendo los brazos con desamparo. A poca distancia, Apolón sonreía con aire triunfante.
—No te preocupes, en la segunda ronda podrás vengarte. Ahora solo me falta rematar a tu compañero y nos vamos a celebrar mi victoria. Por cierto, ¿dónde se ha metido?
Antón se ocultó tras el parapeto y apretó los puños. Por culpa de Apolón no podía estar con Nastia. Lamentaba no haber tenido en su momento el valor de invitarla a salir; quizá ahora, en el lugar de ese idiota, estaría él. Si la batalla por la muchacha estaba perdida, la guerra de pintura aún seguía en pie. Antón se prometió que, al menos ahí, ganaría.
Levantó la pistola del suelo y asomó con cautela desde detrás del escudo. Apuntó y disparó contra Apolón. La bola de pintura pasó de largo, ni siquiera lo rozó. Él se escondió tras un barril y no pudo contener un comentario mordaz:
—Ni siquiera sabes disparar, manco.
—Eso es tu suerte. Pero el próximo disparo irá directo a ti.
Antón se inclinó y, como era de esperar, recibió una bola azul que le obligó a cubrirse de nuevo. Salió corriendo por el otro lado del escudo, disparando sin demasiado cuidado. Avanzó hacia un coche viejo, cubierto de manchas de pintura y seguramente inservible, pero perfecto para usarlo como cobertura y tener a Apolón en la mira.
Pegó la espalda al metal oxidado y se felicitó de no haber recibido un solo impacto. Tomó aire, se armó de valor y se asomó, buscando a su objetivo. No se dio cuenta de cómo su rostro se humedecía: Apolón había acertado en su mejilla, que empezó a doler.
El árbitro, con gritos de indignación, irrumpió en el campo:
—¿Qué creen que hacen? ¡Está prohibido quitarse los cascos!
Apolón, como si no escuchara la advertencia, se regodeaba divertido:
—¡He ganado! Varnóvski, otra vez demuestras tu inutilidad.
—Quedas descalificado del campo —dictó el árbitro, señalándolo con el dedo—. Y tú, —apuntó a la rodilla de Apolón— estabas herido, así que en realidad ya estabas muerto cuando disparaste.
—¡Ja! Eso significa que gané yo —se regocijó Antón, frotándose la mejilla. En ese momento no le importaba el dolor; lo esencial era haber fastidiado al rival. Tenía preparadas unas cuantas palabras sarcásticas, pero no pudo pronunciarlas.
Desde detrás del edificio apareció Ilona, furiosa:
—¿¡Qué demonios les pasa!? ¿¡Se han vuelto locos!? ¿No ves dónde apuntas? ¿Y si le hubieras dado en un ojo? —le soltó a Apolón con tanta dureza que su sonrisa se borró de golpe, sustituida por una expresión culpable.
La muchacha se acercó a Antón y le tomó suavemente la mano con la que cubría su mejilla. Al ver la mancha azul, no dejó de recriminar:
—¿Y tú en qué pensabas? ¿Por qué no llevabas casco?
—Yo… —él titubeó un instante, desviando la mirada hacia Nastia. Ella lo observaba con cierta indiferencia, como si aquel apasionado beso no hubiera significado nada. Decir la verdad no era una opción. Bajó la cabeza, aparentando culpa, y murmuró:— Lo olvidé.
En los ojos de Ilona brillaron destellos de indulgencia. Sin soltarle la mano, lo arrastró con firmeza hacia delante:
—Vamos, te ayudo a limpiarte.
¡Queridas bellezas!
He comenzado la novela "Alas rotas" y participará en un concurso. Agradeceré vuestros corazones por el libro y vuestro apoyo a la novedad. ¡Os invito a leerla!
Con amor, Kristina Asetska.