¿cómo deshacerse de una chica?

47

El hombre caminaba detrás de ella sin siquiera pensar en protestar. Había conseguido lo que quería: hablar con Nastia, aunque esperaba un mejor resultado. Llegaron hasta el coche e Ilona sacó de allí su bolso. De dentro tomó unas toallitas húmedas y comenzó a limpiarle la cara a Antón. Él no pudo contener una sonrisa.

—¿Tienes un suministro interminable de toallitas ahí dentro?

—Casi. No te rías, cuesta quitar la pintura. Siempre te metes en líos. ¿Y qué voy a hacer contigo?

Con movimientos bruscos, como si se vengara de algo, pasaba las toallitas por su rostro. Parecía concentrada, enfadada y a la vez preocupada. Antón se dio cuenta de que ella siempre lo ayudaba y se preocupaba por él. Ilona utilizó varias toallitas, que luego dejó hechas un ovillo a sus pies. Se frotó las manos, sacudiendo un polvo invisible.

—Listo. Queda un poco, pero supongo que con jabón saldrá.

Se acercaron Apolón y Nastia, que ni siquiera miró a Antón. Se comportaba como si estuviera ofendida por algo. El hombre anunció con aire jovial:

—Me han llamado, tengo que irme enseguida y llevaré a Nastia. Así que los dejamos, aunque con gusto me quedaría para dispararles otra vez. Y para la próxima, Varnóvski, este juego se juega con más gente.

Apolón se sentó en el asiento delantero de su coche. Nastia, al posar la mano sobre la manilla, se detuvo y lanzó a Ilona una mirada punzante.

—¡Que tengan un buen día!

Abrió la puerta y se subió al coche. Antón miró con tristeza cómo el vehículo se alejaba, llevándose consigo un viejo sueño. Hoy todas sus esperanzas se habían hecho añicos. Decidió que, si Nastia no quería estar con él, no insistiría más. Lo importante era que ella fuera feliz. Al fin y al cabo, ya había vivido antes sin ella y podría seguir viviendo.

Ilona se ofreció a llevarlo a casa y Antón no encontró motivos para rechazarlo. Durante el trayecto, él no estuvo muy hablador y se limitó a escuchar el parloteo de su acompañante. Aquella tarde no le parecía aburrida y nada en ella le resultaba molesto. Su corazón herido ya no buscaba defectos en aquella chica y, quizá por primera vez desde que se conocieron, reconoció que era una buena muchacha. Compasiva y bondadosa, le inspiraba simpatía.

Al llegar al edificio, Antón no quiso quedarse solo, temía los pensamientos insistentes sobre Nastia que lo desgarraban por dentro. Sin darse cuenta, propuso:

—¿Quieres pasar? Te devuelvo tu bufanda.

La joven asintió y salió del coche. Subieron en ascensor y, al notar la tristeza de Antón, Ilona lo consoló:

—No te preocupes, jugaremos otra vez, invitamos a muchos amigos y así será más divertido. Al fin y al cabo, no tenemos conocidos en común, será la ocasión de presentarnos.

A cada minuto, Antón sentía que nunca se libraría de aquella muchacha. Lo más inquietante era que ya no quería hacerlo. Su presencia en su vida había dejado de causarle pánico. Entraron en el piso y el hombre fue directamente al dormitorio, donde estaba la bufanda. Al abrir la puerta, casi pisa un cangrejo que paseaba tranquilamente por la habitación. Lo levantó por el caparazón y, con tono cariñoso, comentó:

—¿Qué pasa, Dale, echabas de menos la olla?

Ilona aplaudió con sorpresa.

—¿Todavía los tienes?

—Sí, no me dio apetito. Los llamé Chip y Dale, y con ellos espanto a Serguéi. Ahora ni siquiera entra en mi cuarto.

—Increíble. Gracias por salvarles la vida.

La joven acarició suavemente el caparazón del animal, que empezó a mover con energía sus antenas. No había asomo de repulsión en su rostro; al contrario, sonreía con dulzura y se le formaban hoyuelos en las mejillas. Antón sacudió la cabeza, como intentando librarse de la repentina fascinación que sentía por Ilona.

—No sé si por mucho tiempo. Veremos si logran vivir en cautiverio. Aunque les compré comida, seguramente habrá que comprarles un acuario —al sentir la mirada penetrante de la muchacha, un calor recorrió su cuerpo. No entendía su propia reacción y, bajando la cabeza, añadió en voz baja—: pero, si quieres, puedes quedártelos.

—Yo preferiría liberarlos. Al fin y al cabo, su hábitat natural es el agua libre, allí estarán más cómodos.

Antón devolvió el cangrejo a la olla donde los guardaba cuando estaba en casa. Al ver al otro, lo metió también.

—¿Y si los soltamos en un estanque? Aquí cerca hay uno.

—¡Claro! Conozco el sitio, es precioso. Ojalá no los atrapen el primer día de su tan ansiada libertad.

El rostro de Ilona se iluminó de alegría. Nunca la había visto tan feliz. Antón tomó la olla y se dirigieron al coche, olvidándose por completo de la bufanda que habían ido a buscar. Llegaron al lago rápidamente. En apenas diez minutos ya estaban allí.




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