Un breve beso en la rodilla le hizo cosquillas en la piel. El omelet resultó delicioso, e Ilona no pudo evitar apreciar las dotes culinarias de aquel hombre.
Esa noche había sido especial: no solo se habían unido en cuerpo, sino también en espíritu. Un hilo invisible había entrelazado sus almas y los había vuelto uno solo. Hacía mucho tiempo que Ilona no sentía tanta paz y serenidad.
La noche anterior se había quedado dormida envuelta por su brazo, acurrucada contra el cuerpo de su amante. Por alguna razón se despertó antes de que sonara la alarma y no apartó la mirada de su rostro dormido. En la penumbra contempló sus labios deseados, los pómulos marcados, la pequeña hendidura del mentón y los pocos vellos que quedaban de sus cejas. Descubrió en él una atracción magnética que antes no había notado.
El sonido del despertador la devolvió del mundo de los sueños. Antón gimió con fastidio y tocó la pantalla del móvil para hacerlo callar. Buscó a la chica con la mirada y sonrió.
—Tengo que ir a trabajar.
Ilona recordó cómo la vez anterior él la había echado sin miramientos, así que esta vez decidió marcharse por su cuenta. Sujetando la sábana contra el pecho, se incorporó y dobló las piernas.
—No te preocupes, me visto rápido. Puedo llevarte al trabajo si quieres.
El hombre le tomó las manos y empezó a besarle los dedos uno a uno.
—No quiero separarme de ti. ¿Nos vemos esta noche?
Ilona asintió y no resistió la tentación de rozar sus labios. Sentía que algo había cambiado en él: estaba más atento, más tierno… más enamorado.
Una dosis de besos matutinos terminó de ahuyentar los restos del sueño.
Ya estaban vestidos cuando un timbre insistente interrumpió la calma. Alguien presionaba el botón una y otra vez, sin soltarlo. Antón se tensó y se puso de pie.
—¿Otra vez tu padre?
—No lo creo. La última vez no usó el timbre, derribó la puerta.
El ruido cesó y se oyeron pasos apresurados acercándose. Ilona supuso que Serguéi había abierto y, sentada en la cama, contuvo la respiración, esperando al visitante no deseado. Se sorprendió al ver irrumpir a Nastia. La joven se detuvo junto a la puerta y la fulminó con la mirada, cargada de reproche.
—Sabía que estabas aquí.
—¿Y qué? ¿Pasa algo? —Ilona no entendía el motivo de aquella visita; su hermana nunca se había interesado por su vida privada. Nastia avanzó, cerró la puerta y, colocándose junto a Antón, lanzó una orden con voz autoritaria:
—Cuéntaselo todo.
Él guardó silencio, con la cabeza gacha. Nastia no se detuvo; sus labios seguían escupiendo veneno:
—Ayer discutí con Apolón. Esta vez, para siempre. Estoy dispuesta a darte la oportunidad que me pediste. Total, entre tú e Ilona no hay sentimientos; solo se acuestan juntos. Tú mismo dijiste que pronto terminaría esta farsa que montaste tan hábilmente para tu padre.
Ilona no comprendía el sentido de aquellas palabras, aunque en el fondo no quería entenderlo. Negó con la cabeza, como intentando sacudirse las ilusiones de la reciente felicidad.
—¿De qué estás hablando?
—Sé que fingen una relación para que papá se tranquilice un poco. Antón me lo contó cuando me confesó que me amaba.
—¿Qué? —El corazón de Ilona se desgarró. Sintió como si le vertieran agua hirviendo por todo el cuerpo y luego la lanzaran a un lago helado, devolviéndola bruscamente de su sueño. Miraba atónita primero a Antón, luego a Nastia, sin terminar de entender qué estaba pasando—. ¿Cuándo?
—Lo supe por primera vez antes del viaje al balneario. Nos besamos por casualidad. Debería habértelo contado entonces, pero… —Nastia suspiró hondo y siguió hablando, sin darse cuenta de que cada palabra suya iba matando lentamente el alma de su hermana—. Aquella cita en el globo aerostático, Antón la preparó para mí. Pero como yo me reconcilié con Apolón, no te lo dije. Pensé que ustedes podrían construir algo real. En el balneario, Antón me confesó que no era indiferente a mí, y ayer, después de su beso y su declaración de amor, comprendí que también siento algo por él. Aunque lo rechacé bruscamente, estoy cansada de pelear con Apolón. Entre nosotros hay un muro, ya no me escucha, y decidí poner fin a esa relación que desde hace tiempo me agota. Si Antón realmente me ama, he decidido darnos una oportunidad.
La amarga realidad oprimía a Ilona, le impedía respirar y le encogía el pecho. Sus ojos se nublaron de lágrimas que no pudo contener. Ocultó el rostro entre las manos, intentando asimilar aquella verdad. Se sentía engañada, aunque en realidad Antón nunca le había confesado los sentimientos que ella había imaginado. Dolía aceptar que todas sus caricias, sus besos, sus abrazos —que creyó sinceros— no eran más que una farsa, un juego en el que ella había creído ciegamente. Había inventado una historia de amor que nunca existió.
La joven se secó las lágrimas y se incorporó. Miró aquellos ojos verdes mentirosos que aún la atraían.
—¿Es verdad?