¿cómo deshacerse de una chica?

52

Anton ni siquiera la miraba. Mantenía la vista fija en el suelo, como si hubiera encontrado allí algo increíblemente interesante, y con voz baja dejó escapar unas palabras cargadas de veneno:

—Amé a Nastia cuando estudiábamos en la universidad. Al reencontrarla, esos sentimientos volvieron a despertar con una fuerza nueva.

A Ilona le pareció que acababa de recibir una bofetada cortante, un golpe mortal que le destrozaba el corazón para siempre.

—Entonces, ¿por qué me besaste? —su voz temblaba—. Justo después de besar a Nastia, te acostaste conmigo, me abrazaste, me tocaste con tus labios. Yo no te obligué a hacerlo. ¿Por qué no me lo confesaste antes?

Realmente no comprendía el motivo de su comportamiento. Si Ilona hubiera sabido que él amaba a su hermana, aunque le doliera, jamás se habría permitido aquella noche. Anton guardaba silencio, y su silencio solo confirmaba lo que ella temía. Nastia respondió por él:

—Eso se llama satisfacer necesidades naturales. No actúes como si tú estuvieras con él por amor. Estás con Anton solo para librarte de casarte con Klimiuk, el tipo con el que papá quería comprometerte.

Ilona la miró, horrorizada. Nastia, al notar su desesperación, no se detuvo, como si no tuviera ni una pizca de compasión.

—No me mires así. Sé de tu conversación con papá. Él mismo me contó que te dio un ultimátum: o te casabas o te echaba de casa. También está harto de tu irresponsabilidad; con tus pinturas no ves más allá del lienzo. Te dan un pincel y desapareces del mundo real.

Solo entonces Anton levantó la vista hacia Ilona. En sus ojos se agitaba una mezcla de desesperación y desconcierto, y su voz sonó con un matiz de reproche:

—¿Es cierto? ¿Estás conmigo solo para no casarte con Klimiuk?

—Ya no importa —respondió ella con los labios temblorosos—. Está claro que no habrá boda.

Mordiéndose un dedo para no gritar del dolor, Ilona corrió hacia la puerta. Quería desaparecer, esconderse en su propio caparazón y no volver a ver jamás a aquella pareja. Antes de irse, se detuvo un instante y se volvió hacia su hermana.

—¿Cómo puedes salir con Anton si tú sabes que yo estuve con él? Somos hermanas, ¿cómo puedes ser tan cruel conmigo?

—¿Y qué tiene de malo? —Nastia se encogió de hombros—. No se aman. No voy a rechazar a un chico solo porque tú hayas pasado alguna noche con él.

Ilona no recordaba cómo se puso los zapatos, ni siquiera si se los llegó a poner. Salió corriendo, llegó hasta el coche y condujo hasta su casa. En medio de la agitación, se dio cuenta de que había vuelto a olvidar la bufanda, además de los guantes y el gorro. Por suerte, al menos había cogido el bolso y la chaqueta. Pero eso era lo de menos. Se sentía destruida. Aquella realidad le había drenado la vida, y solo quedaba un cuerpo vacío, sin alma.

Lloró desconsoladamente dentro del coche, incapaz de reunir el valor para entrar en la casa. Se reprochaba haber confiado en Anton sin motivo, haberse enamorado como una idiota, y haber sido usada. En el fondo, él nunca le había prometido amor. Desde el principio había insinuado que estaba con ella solo por la influencia de su padre. Todo lo demás lo había inventado ella: una historia, una ilusión. Le dolía darse cuenta de que, a sus treinta años, se comportaba como una colegiala. Pero… cuánto deseaba sentirse amada, necesitada, deseada. Tal vez su padre tenía razón: debía haber dejado de soñar, de creer en el amor, y haber aceptado aquel matrimonio conveniente.

Se levantó de golpe y corrió a su habitación. Sin pensar del todo lo que hacía, tomó unas tijeras y cortó en dos el lienzo en el que llevaba días pintando el retrato de Anton. Llorando, hundía una y otra vez las puntas afiladas en la tela, imaginando que destrozaba al hombre. Finalmente, se dejó caer de rodillas y siguió llorando. El sufrimiento le atravesaba el pecho, le desgarraba el alma, le oprimía el corazón. Se acurrucó en el suelo, hecha un ovillo. Nunca había necesitado tanto apoyo como ahora.

Al oír sus sollozos desesperados, su madre entró corriendo en la habitación. Al verla tirada en el suelo, con las tijeras en la mano, se llevó las manos al rostro y se apresuró a quitárselas.

—Ilonita, ¿qué ha pasado?

La abrazó con fuerza y comenzó a acariciarle la espalda con ternura. Ilona se aferró a su madre y no podía dejar de llorar. Con esfuerzo, logró murmurar entre sollozos:

—Anton… ahora está saliendo con Nastia.

Sus propias palabras le dolían como un veneno. No entendía cómo había podido enamorarse de aquel hombre desaliñado, insoportable y distante. Cuando logró calmarse un poco, le contó a su madre toda la verdad sobre Anton, incluso cómo se habían conocido, aun sabiendo que probablemente recibiría una reprimenda. Pero necesitaba apoyo, necesitaba sentir que no estaba sola. Se sentía como una niña indefensa.

Su madre le secó las lágrimas y finalmente habló:

—Ay, Ilona… no esperaba tanta ligereza de tu parte. En esta situación, solo tú tienes la culpa. No llores ni culpes a Nastia; al contrario, deberías agradecerle que te haya abierto los ojos con ese sinvergüenza. Deberías haber hecho caso a tu padre y casarte con Klimiuk. Es un hombre serio. Despierta, hija, vives en un mundo de fantasía. Treinta años y todavía buscando el amor. Nastia ha hecho bien, te ha salvado de un matrimonio sin futuro. No habrías sido feliz con Anton, sobre todo si él ama a tu hermana.




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