¿cómo deshacerse de una chica?

53

—Pero Anton podría habérmelo contado desde el principio, y no… —la chica se quedó en silencio un instante. Las lágrimas la ahogaban tanto que le faltó el aire. Su madre terminó la frase por ella:

—Y no deberías ser tan ligera de cascos. No me sorprende que ese hombre se haya enamorado de Nastia. Ella es inteligente, responsable y prudente. De todos modos, acabará casándose con Apolon, y Anton solo es un pasatiempo. Ya es hora de que madures. ¿Qué tiene de malo Klimiuk? Tu padre eligió a un pretendiente digno, y tú sigues resistiéndote.

Ilona la miraba sin poder creer que esas palabras salieran de su madre. Incluso ahora, defendía a Nastia. Pero siempre había sido así. En lugar de consuelo, solo halló reproche. Se sintió sola, abandonada, como si no le importara a nadie. Y esa sensación se confirmó por la noche, cuando su padre se enteró de todo. La miró con desprecio y dijo:

—Nunca pensé que fueras tan frívola. Lo intuía, pero no imaginaba que tanto. Deberías estar agradecida de que Klimiuk aún quiera casarse contigo. Tienes treinta años y te he encontrado un buen partido.

En ese momento, Nastia entró en el salón con aire de triunfadora. Ilona no soportó mirarla y apartó la vista enseguida. Su hermana lo notó y comentó con una tranquilidad hiriente:

—No entiendo por qué estás enfadada. Él no te ama, me eligió a mí. Yo no tengo la culpa.

—Podrías habérmelo dicho en cuanto lo supiste.

Nastia avanzó hasta el sofá de cuero y se sentó junto a ella. Suspiró con fuerza y apoyó las manos sobre las rodillas.

—Quería hacerlo, pero decidí darles una oportunidad. Sin embargo, ayer me confesó que me ama, y Apolon se está comportando como un idiota. No hay nada malo en buscar mi propia felicidad.

—¿Así que ahora sales con Anton?

—Sí. Tal vez así Apolon entre en razón… y si no, Anton me consolará.

El corazón de Ilona se retorció y sintió como si le vertieran metal fundido por dentro. Ante sus ojos desfiló una imagen insoportable: Nastia y Anton, felices, besándose bajo los gritos de “¡Vivan los novios!”, y luego sosteniendo un bebé en brazos. Sabía que no podría soportar verlos juntos, ni hablar con Anton sin recordar sus besos, aquellos que solo habían avivado aún más su amor por él. Buscando una salida, se volvió hacia su padre, con la débil esperanza de que pusiera fin a aquella locura.

—¿Y tú vas a permitirlo?

—Si Nastia quiere intentar salir con Varnastiuk, está en su derecho —respondió con calma—. De todas formas, acabará reconciliándose con Apolon. Y tú, Ilona, eres la única culpable de todo esto. A un hombre no se lo ata con la cama. Me pondré en contacto con Klimiuk para concertar una cita. Hablaremos de los detalles y te casarás con él.

Ilona se sintió traicionada, abandonada, una intrusa en su propia familia. No podía mirar a aquellas personas que, siendo las más cercanas, de pronto le resultaban tan ajenas. Conteniendo las lágrimas, murmuró con rabia:

—Si tanto quieren deshacerse de mí, yo misma llamaré a Klimiuk.

Salió corriendo de la habitación y, por fin, dejó escapar todo lo que llevaba dentro. Se dirigió al jardín, donde los árboles se bañaban en la penumbra del atardecer. Nunca antes había sentido un vacío tan profundo en el corazón. Aquella noche, su alma se cubrió de una coraza de hierro, decidida a no dejar entrar a nadie más. El aire frío rozaba su piel, pero le daba igual todo. Marcó un número en el móvil y escuchó los tonos hasta que una voz masculina respondió:

—¿Hola?

Ilona no perdió tiempo en cortesías y fue directo al grano:

—¿Aún quieres casarte conmigo?

—Por supuesto —la voz de Oleksandr sonó sorprendida, pero amable, incluso alegre.

Ilona, aprovechando que todavía no había cambiado de idea, soltó de un tirón:

—Entonces espérame, voy a verte. Tenemos que hablar. ¿Dónde estás?

—En casa. ¿Recuerdas mi dirección?

Ilona la recordaba bien. Había estado allí una vez, acompañada por su padre. En aquella ocasión, Klimiuk ya había hecho insinuaciones sobre un posible compromiso, pero ella fingió no entender. Ahora se dirigía hacia esa misma casa, que le resultaba extraña, casi hostil.

—Sí, llegaré pronto.

Preparó una maleta a toda prisa, se puso el abrigo y salió de casa. Por mucho que le doliera, ya había tomado una decisión: nunca volvería a aquel hogar donde todos la habían traicionado. Pisó el acelerador y condujo hacia adelante, sin mirar atrás.

A medida que se acercaba a la vivienda de Klimiuk, comenzaron a surgir dudas en su interior. Quizás otra mujer, en su lugar, habría sabido conservar la dignidad: alquilaría un apartamento, encontraría un trabajo, empezaría de nuevo. Pero Ilona sabía que con la pintura no ganaría lo suficiente, y que no tenía otra habilidad. En todas partes pedían experiencia, y ella no la tenía. Tampoco se veía limpiando suelos por un salario miserable; nunca había empuñado una fregona, ni pensaba hacerlo. Así que, a su manera, solo le quedaba una salida para no caer en la pobreza: casarse con Klimiuk, abrir su propio negocio y esperar poder divorciarse dentro de unos años.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.