Parecía que había llegado demasiado rápido. Detuvo el coche frente a un portón alto y buscó su teléfono. Sin embargo, antes de que pudiera marcar, el portón se abrió y, bajo la luz de las farolas, apareció la sonrisa de Aleksandr. Apretó el acelerador y entró en el patio, cubierto de costosos adoquines. En el espejo retrovisor vio cómo el hombre se acercaba. Respiró hondo, abrió la puerta y salió del coche. De inmediato, unas manos firmes pero cuidadosas la rodearon. Aleksandr le tocó suavemente la cintura y rozó sus mejillas con breves besos.
—¡Ilonochka! Me alegra tanto que hayas venido —se apartó un poco y, al ver sus ojos hinchados por el llanto, frunció el ceño—. ¿Ha pasado algo?
—Sí —murmuró ella, conteniendo las lágrimas que creía ya agotadas—. ¿Podemos entrar a la casa y hablar allí?
—Por supuesto, pasa.
Aleksandr se movía a su alrededor como si temiera romper una flor delicada. Con galantería le abrió la puerta, tomó su abrigo y la condujo al salón. Ilona se sentó en un sofá mullido, mientras él se acercaba al mueble bar.
—¿Quieres café, té...? —la miró con atención y, al notar su expresión abatida, rectificó—. ¿Coñac?
—No, no quiero nada. Nunca más volveré a beber, el alcohol solo me trae problemas. Siéntate, por favor. He venido para llegar a un acuerdo contigo.
El hombre se acomodó en un sillón frente a ella, observándola con un interés que parecía atravesarla, como si quisiera descifrar todos sus secretos. Ilona se alisó el cabello rubio y enderezó la espalda, fingiendo seguridad, aunque en realidad estaba retrasando un momento difícil.
—Si quieres, me casaré contigo —dijo finalmente—, pero con ciertas condiciones.
Aleksandr aflojó nerviosamente la corbata que aún llevaba puesta del trabajo. Su propuesta lo intrigó. Se levantó, fue hasta el bar y sirvió whisky en un vaso de cristal grueso. Dio un trago, luego la miró. Durante todo ese tiempo, ella permaneció en silencio, observando cada uno de sus movimientos.
—¿Y qué pasó con tu amado Antón? ¿Qué ha cambiado?
—Terminamos. Prefirió a mi hermana, que no rechaza su atención. ¿No estás contento?
El hombre se acercó un poco más y dio otro sorbo.
—No deseo verte sufrir —dijo con tono medido—, pero tu visita me alegra. ¿Y cuáles son esas condiciones?
—Considera este matrimonio como un trato, nada más. Tú necesitas la imagen de una familia feliz, y yo te la daré. Sonreiré, fingiré ser una esposa cariñosa, pero entre nosotros no habrá nada. En cuanto se cierren las puertas de la casa, cada uno dormirá en su habitación.
Aleksandr sonrió con aire desafiante y vació su vaso. Lo dejó sobre la mesa y se sentó a su lado en el sofá.
—Podría encontrar a cualquier otra mujer para ese papel —replicó—. Pero te necesito a ti, porque voy a poner a tu nombre mi parte de la empresa. Ser diputado no es fácil. Y dado que mi socio es tu padre, confío en que ni él ni tú intentaréis engañarme. Firmaremos un contrato matrimonial donde conste que el divorcio no será posible durante al menos cinco años. Durante ese tiempo vivirás conmigo bajo el mismo techo y representarás el papel de una esposa enamorada. Aunque... espero que algún día llegues a ser mi esposa de verdad, y que me des un hijo.
El cuerpo de Ilona tembló al escuchar eso. Aquel día que pasó con sus hijos no había borrado su miedo hacia los niños. Además, la idea de una cercanía física con Aleksandr le resultaba aterradora e inaceptable. Negó con la cabeza.
—Solo una relación de negocios —dijo con firmeza—. Esa es mi condición. Y además, invertirás en mi negocio. Quiero ser independiente cuando me divorcie.
—¿Y por qué no se lo pides a tu padre? ¿Por qué has venido a mí?
Ilona no aguantó más; las lágrimas volvieron a recorrerle el rostro. Aleksandr le puso una mano en la espalda y la atrajo con suavidad hacia él.
—¿Qué ha pasado entre ustedes? —preguntó con voz baja.
Aquel abrazo la calmaba, le daba una sensación de seguridad. Traicionada y abandonada por todos, veía en ese hombre la única persona capaz de sostenerla, un faro en medio de la oscuridad. Se secó el rostro y lo miró con esperanza: sus ojos grises brillaban con curiosidad y algo más que no alcanzaba a descifrar.
—Mi familia me traicionó —susurró—. Me dieron la espalda, defendieron a Nastia como si no tuviera culpa de que Antón se enamorara de ella. A ellos no les importan mis sentimientos. Ella lo sabía desde hace tiempo y nunca me dijo nada. Ahora es su novia, y el hecho de que yo estuviera comprometida no le importa a nadie. No puedo seguir viviendo en esa casa. Si no aceptas mi propuesta, igual no volveré allí. Desde hoy, ya no tengo familia.
No quiso mencionar el ultimátum de su padre; ya había dicho demasiado. Aleksandr no apartó la mirada. Su rostro permanecía impenetrable, y ella no podía adivinar en qué pensaba. Guardó silencio un momento y luego habló con calma:
—Entonces has venido porque no te queda otra salida.
Se levantó, entrelazó las manos detrás de la espalda y comenzó a caminar despacio por la habitación.
—Yo esperaba que, en el fondo, te gustara de verdad.
—Estoy siendo honesta contigo —respondió ella—. Sigo amando a Antón, pero mi mayor deseo ahora es sacarlo de mi corazón para siempre. Intentaré ser una esposa digna para ti, pero no me presiones ni me exijas lo que no puedo darte. Al menos, por ahora. Necesito tiempo.