¿cómo deshacerse de una chica?

55

Klimiuk se detuvo, y como si intentara descubrir una mentira, fijó en ella su mirada penetrante. Abrió los dedos y empezó a estirarlos, haciendo crujir los huesos con un sonido escalofriante.

—De acuerdo, mañana lo formalizaremos con el notario —las facciones del hombre se suavizaron mientras se acercaba a la joven. La tomó suavemente de las manos y la obligó a ponerse de pie—. Ilona, quiero que sepas que siempre puedes confiar en mí. Te ayudaré en todo lo que pueda, solo no me engañes. Me gusta que no inventes cuentos sobre un amor inexistente hacia mí; esa honestidad me conquista. Sé lo que quieres y lo que puedo esperar de ti. A partir de mañana serás mi prometida, y espero que puedas representar bien tu papel.

La muchacha negó con la cabeza. Había tomado una decisión importante: sacrificó su libertad por dinero. Se repetía que solo serían cinco años, pero su alma lloraba en silencio, incapaz aún de creer en un futuro así. Obligó a callar a su conciencia y dijo con voz firme:

—No, desde hoy soy tu prometida. Y si no te importa, me gustaría quedarme contigo. No quiero volver a esa casa donde todos se convirtieron en traidores. Claro, si no tienes nada en contra.

Oleksandr sonrió y la atrajo hacia sus brazos, envolviendo su frágil figura en un abrazo tranquilizador.

—Por mí, encantado.

Había pasado un mes desde que Ilona se convirtiera en la prometida de Klimiuk. Un mes de aparente felicidad, amor, armonía y comprensión mutua. Pero solo lo parecía de puertas afuera. Cuando la puerta de la casa se cerraba, Ilona se quitaba la máscara de sonrisa fingida y se retiraba a su habitación. Allí se sentía terriblemente sola, olvidada, abandonada por todos.

Oleksandr había cumplido su palabra y la trataba con respeto. Era atento, cariñoso, confiable. Incluso habían llegado a tener una relación amistosa; Ilona lo veía como un amigo y, en algún rincón de su alma, deseaba poder llegar a amarlo.

Pero su corazón aún temblaba por el amor que sentía hacia Antón, quien ya no la necesitaba. Nunca la llamó, y no volvieron a verse. Ella incluso borró su número de teléfono, temerosa de que, en un momento de desesperación, no pudiera resistirse y lo llamara. Se convencía de que así lo expulsaba de su vida y de su corazón. Sin embargo, las heridas del amor seguían abiertas, y los sentimientos latentes no le permitían sanar.

Aunque había eliminado a Nastia de sus redes sociales, los dedos se le iban solos para abrir su perfil y mirar a su hermana sonriendo junto a su amado. Las fotos compartidas con Antón irradiaban felicidad. En cada una aparecían riendo, y Nastia mostraba los ramos de flores y los costosos regalos que él le hacía. A Ilona le dolía reconocer que él jamás le había regalado nada; incluso aquel único ramo de rosas había sido para Nastia. No comprendía cómo pudo enamorarse de él. Antón la trataba con frialdad, y a veces llegaba a ser insoportable, pero, aun así, había conquistado su corazón.

Intentaba mostrarse amable con Klimiuk y con sus hijos. Ahora eran su nueva familia, pues con la suya ya no tenía contacto. Al fin y al cabo, aquel hombre le había abierto las puertas de su casa y le había tendido la mano en su peor momento. Se sentía agradecida.

En ese momento, Ilona estaba de pie frente al espejo, observándose con mirada crítica. Un vestido lápiz color claro, perfecto para la prometida de un futuro diputado. El cabello, recogido en suaves ondas que caían sobre sus hombros; un maquillaje discreto y joyas elegantes completaban una imagen impecable. Era hermosa, resplandeciente, aunque en sus ojos se reflejaba una tristeza profunda, traicionera.

Aquella noche saldría al club a celebrar su despedida de soltera. En pocos días sería su boda. Había invitado a unas cuantas amigas, pero no avisó a Nastia. No podía imaginar cómo sería presenciar en su propio casamiento la felicidad de su hermana junto a Antón.

Bajó al primer piso y se cruzó con la mirada de Oleksandr. Él la recorrió con los ojos de arriba abajo y soltó un silbido.

—¡Estás preciosa! Solo te pido que te comportes. En el club puede haber periodistas, y no quiero escándalos. Y, por favor, nada de strippers, ¿de acuerdo?

La joven sonrió mientras se ponía el abrigo.

—No tengo nada de eso planeado. Solo tomaré algo con las chicas y volveré a casa. No te preocupes, ya sabes que no bebo alcohol, así que no habrá problemas.

Ilona llegó al club antes que nadie. Como sus amigas aún no habían llegado, se sentó en una mesa y esperó pacientemente. Finalmente, cuando todas estuvieron allí, comenzaron las charlas y las bromas subidas de tono. Por alguna razón, las amigas casadas —algunas incluso por segunda vez— parecían disfrutar pinchándola con comentarios sobre su edad. A Ilona le resultaba incómodo y temía imaginar lo que realmente se escondía detrás de esas sonrisas. Intentó no darles importancia y saboreaba despacio su cóctel sin alcohol.

De repente, sintió una mirada fija sobre ella, ardiente, como si le atravesara la piel. Ilona sonrió con melancolía. Solo los ojos de Antón le habían provocado esa sensación. Buscó con la vista en la sala el origen de aquel fuego. Por un instante, el tiempo pareció detenerse: la música dejó de sonar, las risas de las amigas se desvanecieron, y no existía nadie más a su alrededor… salvo ella y Antón, que estaba junto a la barra, mirándola intensamente.




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