A Ilona le faltó el aire; el salón le resultaba sofocante y el vestido, demasiado ajustado. El corazón le latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho y esconderse de aquel hombre. Aún recordaba demasiado bien el dolor y las heridas que él le había causado, cicatrices que seguían ardiendo.
Contra su voluntad, no podía apartar la mirada. Él apenas había cambiado; solo sus ojos parecían más tristes.
La joven no soportó más aquella atención y se levantó de la mesa. Con pasos inseguros, se dirigió al baño. Allí, sin escatimar el agua, se lavó la cara una y otra vez, sin preocuparse por el maquillaje. La frescura del agua le devolvió la claridad mental y le permitió pensar con sensatez. Lo último que deseaba era encontrarse con esa pareja, aunque sabía que tarde o temprano tendría que ver a Nastia. Pero ahora no estaba preparada. Los sentimientos que había intentado borrar de su corazón renacieron con fuerza en cuanto vio a Antón.
Golpeó con rabia la pared de azulejos, dejando un rastro húmedo. Maldito Varnovski, no quería desaparecer de sus pensamientos. Le costaba creer en una simple coincidencia. Sospechaba que Nastia se había enterado de su despedida de soltera y había venido con Antón para humillarla definitivamente. Se obligó a calmarse. De todas formas, los vería juntos en su boda. Tenía que darle igual.
Cerró el grifo y forzó una sonrisa frente al espejo. Feliz, fuerte y amada: así debía verla todo el mundo. Secó sus manos y rostro con toallas de papel. Del bolso colgado en su hombro sacó polvos compactos y retocó su maquillaje. Susp iró con resignación y, como si fuera al patíbulo, salió de nuevo al salón.
Justo al abrir la puerta, chocó contra un pecho ancho, pisó el zapato de alguien y se topó con un hombre. Se apartó de inmediato, algo torpe.
—Perdón, ha sido sin… —la frase se le quedó atascada al ver con quién se había cruzado. Antón estaba peligrosamente cerca; su mirada le quemaba la piel, y aquel roce accidental despertaba sentimientos que creía olvidados. Él no se movió ni dijo nada. Ambos permanecieron en silencio, mirándose como hipnotizados. Hablaban sus ojos, brillantes en los dos.
Ilona fue la primera en reaccionar. Dio un paso al costado para rodearlo, pero al pasar junto a él sintió sus dedos aferrarse a su codo.
—Hola —su voz grave le erizó la piel; cientos de mariposas se agitaron dentro de ella. La joven se detuvo, obligándose a escucharlo—. ¿Cómo estás?
—Bien —Ilona soltó su brazo y caminó con determinación. Pero Antón le cortó el paso, impidiéndole irse. Puso sus manos calientes en su cintura, avivando el fuego que ya ardía en su interior.
—Tenemos que hablar.
Ilona dio un paso atrás, liberándose de su contacto. Reunió valor y lo miró a los ojos —aquellos ojos mentirosos que aún tenían poder sobre ella—.
—No lo creo necesario. Será mejor que no hablemos. A pesar de todo, te deseo felicidad con Nastia, pero no quiero tener ninguna conversación contigo.
—Nastia y yo terminamos hace una semana. Ya no estamos juntos —la noticia la dejó sin aliento. Su corazón se llenó de una alegría absurda, aunque debería haberle sido indiferente. Contuvo la respiración y siguió escuchando, inmóvil—. Perdóname. Me comporté como un idiota intentando alejarte de mí. Y Nastia… cuando la vi, esa antigua ilusión juvenil volvió a encenderse. Al menos eso creí, hasta que entendí cuánto me había equivocado. No supe ver que a quien realmente amaba era a ti.
Aquellas palabras fueron como un rayo que partía su corazón ya herido. Observó impotente cómo Antón tomaba sus manos y las acercaba a sus labios. Aspiró su aroma con avidez y comenzó a besarlas con ternura, murmurando entre cada beso:
—Perdóname. Me hiciste falta… te he echado tanto de menos. Dame una oportunidad y te demostraré que no soy peor que tu Klimiuk. Quiero estar contigo. Nunca he amado a nadie como te amo a ti. Solo entendí lo que era el verdadero amor cuando te perdí.
—¿Y qué pasa con Nastia? Jurabas que la amabas.
—Me equivoqué. Fue un capricho, una atracción… no lo sé. Solo sé que sin ti no vivo, solo existo. Perdona que lo haya comprendido tan tarde.
Ilona se derretía bajo sus besos y sus palabras dulces. Le decía justo lo que tantas veces había soñado escuchar en las noches frías. Sus caricias la embriagaban, nublaban su razón y la hechizaban. Deseaba perdonarlo, olvidar todo y lanzarse a sus brazos. Pero en el fondo sabía que aquellas palabras eran solo una farsa, un juego calculado que para él no significaba nada. Creerle sería permitir que volviera a pisotear su corazón.
Apretó los labios y retiró bruscamente sus manos, librándose de su contacto.
—Déjame adivinar: Nastia te dejó y volvió con Apolón, ¿verdad? No te preocupes, no es la primera vez que lo hace. No eres el único chico al que abandona por él. Se separan cada seis meses y luego vuelven. Has sido su nueva víctima. Pero ¿sabes qué? Me alegro de que haya sido así, y de que no llegáramos a casarnos. El destino me salvó de un cazador como tú.
Se cruzó de brazos, mirándolo con firmeza.
—Por cierto, ya no tengo relación con mi padre. No me mantiene, y tu carrera no avanzará gracias a mí. Así que todo esto que estás diciendo no te servirá de nada. No obtendrás ningún beneficio de una relación conmigo, así que deja de fingir. Busca otra chica rica a la que puedas engañar y usar para tus fines.