¿cómo deshacerse de una chica?

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La chica no se opuso. Caminó junto al hombre con la cabeza bien alta, tratando de no mostrar la desesperación que había cautivado su alma. Ya en el coche, por fin pudo hablar:

—¿Qué le dijiste a Antón? ¿Para qué esa conversación privada?

—Hablaremos en casa, necesito pensar.

El hombre sacó su teléfono y se puso en contacto con su gestor de imagen. Discutieron qué versión sería mejor mantener para no empañar más su reputación. Ilona miraba por la ventana, pero no veía nada. Ante sus ojos estaba Antón con una mirada lastimosa. Estaba enfadada consigo misma, ya que todavía no podía destruir ese amor innecesario dentro de ella.

Se levantó y salió al vestíbulo. Se envolvió en un cálido plumífero y se puso un gorro. Con dedos torpes tomó las llaves del coche y se dirigió a él. La chica iba a ver a Antón, aunque ella misma no sabía qué le diría. Decidió aclarar la situación de una vez por todas, para que él dejara de perseguirla y finalmente permitiera que las heridas de su corazón maltrecho sanaran.

Estuvo unos minutos parada ante la puerta del apartamento de Antón. Dudaba si debía verlo, y en su mente componía posibles escenarios de la conversación. Después de dar unos pequeños pasos, se decidió y pulsó el timbre. Los segundos de espera se sintieron como una eternidad. Finalmente, la puerta se abrió y Serhiy apareció en el umbral. Como si estuviera sorprendido por su aparición, se ajustó las gafas y la miró inquisitivamente. Tras un breve silencio, Ilona rompió la incómoda quietud:

—¡Hola! ¿Está Antón en casa?

El hombre dio un paso a un lado y, girándose hacia la puerta del cuarto de su vecino, gritó:

—Antón, tienes visita.

—No quiero ver a nadie. Dejadme en paz.

Una respuesta tan poco acogedora entristeció a Ilona. Ya quería volverse, pero una fuerza invisible la obligaba a quedarse. Ella, con reproche en la voz, exclamó:

—He venido por la bufanda. Dame mis cosas y me iré.

El silencio opresivo puso a la chica en guardia. La puerta de la habitación se abrió y vio a Antón. El cabello lo tenía revuelto, la camiseta negra se ajustaba a su cuerpo y los pantalones deportivos le caían bajos en las caderas. Los ojos del hombre brillaron con luces intensas y él, como si no creyera lo que veía, preguntó:

—¿Ilona? —Superando el shock, salió al pasillo—. Pasa, por favor, no sabía que eras tú.

Esas palabras sonaron a excusa. La chica entró en el apartamento y se quitó los zapatos en silencio. Serhiy cerró la puerta y desapareció en la cocina. Ilona no se apresuró a quitarse la chaqueta, no sabía cuánto tiempo se quedaría allí. Antón hizo un gesto con la mano, invitándola a pasar a su habitación. Con pasos tímidos, la chica se dirigió al dormitorio y se detuvo en la entrada, sin atreverse a avanzar. Todas las palabras que había preparado se habían desvanecido y en su lugar el viento soplaba en su cabeza. No sabía cómo empezar la difícil conversación. Antón, como si lo hubiera sentido, habló primero:

—Permíteme ayudarte. Colgaré tu chaqueta.

—No es necesario, no me quedaré mucho.

El hombre desvió la mirada y se dirigió al armario. Lo abrió lentamente y sacó las cosas de Ilona. Se las tendió de mala gana, pero incluso cuando la chica las tomó en sus manos, no las soltó, las sujetó firmemente como el último clavo ardiendo:

—Discúlpame. No sé qué esperaba al montar toda esta escena con la mujer embarazada. Pensé que Klymyuk renunciaría a sus planes de casarse contigo, pero parece que él también te ama.

Ilona resopló con desdén. Abrió los dedos y dejó la bufanda en manos de Antón, que por alguna razón no quería devolvérsela. Se acercó a la cama y se sentó, quitándose el gorro. Hacía calor en el cuarto de la ropa de abrigo, pero la chica no se apresuró a quitarse el plumífero.

—Te prodigas demasiado en palabras de amor. Probablemente lo confundes con otros sentimientos.

—Antes era así, de verdad, pero ahora estoy seguro de que lo siento por ti. Si me dieras una oportunidad, ya no sería tan insoportable. Te molestaba a propósito, fingía ser un descuidado e inventaba diferentes maneras de deshacerme de ti.

Ilona apretó los labios. Parecía que esta era su primera conversación honesta, y además, no muy agradable.

—Conseguiste lo que querías. ¿No podías simplemente decirme que no querías salir conmigo?

—Tenía miedo de perder mi trabajo, pensé que tu padre se vengaría de mí si hacía el más mínimo intento de romper la relación. Creía que tú tenías tantas ganas de casarte que nunca me dejarías.

Antón dejó la bufanda sobre la mesa y se acercó a la chica. Se arrodilló y abrazó fuertemente sus piernas, apoyando el rostro contra sus pantalones. Ilona se estremeció y no se movió. Este peculiar cautiverio le impedía huir. Sin embargo, no tenía ninguna gana de escapar. Entendió que ahora era su turno de confesarse.

—Yo no quería casarme, pero mi padre me presionó. También tenía miedo de confesarle que nunca habíamos salido. Al principio, quería acordar un matrimonio de conveniencia contigo, pero al escucharte cantarle una serenata a mi padre y decir que no querías romper conmigo, decidí que no aceptarías mi propuesta. Entonces planeé divorciarme de ti más tarde. Estaba segura de que después de un matrimonio fallido, mi padre no me echaría a la calle, como había prometido.

—Así que ambos no queríamos este matrimonio. Deberíamos haber hablado con franqueza —Ilona asintió. Como si comprendiera algo, Antón levantó la cabeza y miró a la chica a los ojos—. Espera, ¿tu padre te obliga a casarte con Klymyuk, o es amor de verdad entre ustedes?




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