- Prométeme que tú nunca te apartarás de mi lado, eres lo único que tengo - La abrazó con lágrimas en los ojos - Por favor, hija, tú no serás como tu hermana, no me abandones. – Gimió más fuerte.
Las lágrimas no cesaban, los ojos hinchados y rojos marcaban el gran tiempo que llevaba llorando, no dejaba de abrazarla y pedirle que nunca la abandonara. – Nunca me iré de tu lado mamá, te lo prometo, siempre estaré a tu lado. – Lágrimas también caían de su rostro, el dolor provenía más al ver a su madre sufriendo que de saber que su hermana las abandonaba por su novio.
- ¡Por fin me largo de esta maldita casa! - gritó agarrando unas mochilas con ropa y artículos personales.
– Por favor no te vayas, ésta no es la forma en que te debas ir - se acercó más a Gabriela intentando entrarla en razón. Ya eran numerosas las ocasiones que le decía que si alguna vez quería dejar su hogar tendría que casarse primero. El matrimonio era lo correcto para una pareja que se amaban, no obstante Gabriela solamente obedeció a las peticiones de su novio. – ¡Solo vente conmigo!, no es necesario casarnos. En mi casa tendrás todo, ¡Serás mi mujer! - Las palabras le parecieron correctas, además era innecesario un papel que certificara su unión cuando en verdad importaba que se amaban uno al otro.
En aquel momento que le platicó que se iría con su novio Mariela enfureció, no quería que abandonara todo, dejaría sus estudios que apenas podía pagar. Era su sueño ver a sus hijas tener un titulo universitario y convertirse en profesionistas para que no tuvieran que sufrir como ella. No obstante, cuando descubrió que solo había desperdiciado el dinero de la inscripción pues nunca había ingresado, sino que se escapaba a ver a José no pudo evitar darle una abofeteada y recriminarle sus inmorales acciones.
En ese momento Gabriela decidió que no quería estar más en su casa. Al platicarle a su novio él ciertamente la logró entender. Ya era un hombre maduro de veinticinco años, carpintero y con su propia independencia. De inmediato accedió a su deseo de vivir juntos.
- ¡Por favor haz las acciones correctas! – le dijo Mariela con sus primeras lágrimas – No es necesario. José me ama, solo gastaremos de más, así que ya déjame, ya me harté de ti y de todo. Ahora tendré un mejor hogar. Formaré una familia con José así que ya déjame tomar mis propias acciones, ¡Ya soy una mujer! – Gabriela quitó los brazos de Mariela sobre su equipaje.
A sus diecinueve años Gabriela consideraba que lo que había vivido con su madre era suficiente dolor. No soportaba llegar a su casa y ver la situación en la que se encontraban. Una casa pequeña con suelo de cemento. Sobre todo, odiaba las épocas de lluvias, cuando las fuertes gotas caían dentro del hogar, algunas veces inundando gran cantidad de la casa. Nada se comparaba con la grandiosa casa que tenía su novio, perfectamente construida y cálida por dentro. Era perfecta. No obstante, vivirían lejos, pues José no era de aquella ciudad, solo se conocieron porque su amiga se lo presentó cuando éste vino de visita. A partir de ese momento los viajes de José se volvieron más frecuentes.
Mariela entendía el amor de su hija, sin embargo, la forma en cómo estaba haciendo las cosas le parecían incorrectas. Se alejaría de ella sin casarse, sin conocer a su novio, y sobre todo le lastimaba la forma en que le gritaba al decir que nunca más regresaría a la casa, estaba feliz de abandonarlas, esperando no volverlas a ver nunca más. Eso es lo que más le dolía, saber que su primogénita no le agradecía por todo lo que había hecho por ella. Saber que su enojo, rabia y tristeza eran más que el amor a su familia.
El dolor la atormentaba y sobre todo cuando al escuchar un claxon, Gabriela salió con una sonrisa, sabía que José había llegado por ella. Mariela corrió al auto y quiso exigirle a José que no se la llevara, la decepción fue aun peor. Se dio cuenta la clase de hombre que supuestamente amaba a su hija, de inmediato lo desaprobó, era mucho mayor y en su actitud mostraba que su hija no era la primera mujer que tenía. No mostraba ni respeto hacia ella cuando intentó hablarle. - ¡Aléjese señora! Yo vine por mi novia. – Le quitó sus brazos de encima. De inmediato Gabriela metió sus bolsas al carro y con actitud molesta se subió al carro. Pronto cerró el vidrio para no escuchar más los regaños de su madre.
Corrió hacia el carro, pero éste nunca más se detuvo. Fue insoportable. Farah con ojos tristes y llena de miedo solo estuvo observando la escena sin decir nada. No entendía el comportamiento de su hermana. ¿Por qué ella también las abandonaba? Lloró por su partida en la noche.
Sus primeros días en segundo de secundaria habían empezado con problemas. Le lastimaba el abandono de otro integrante de su familia. Ahora solo eran su mamá y ella. Se prometió nunca dejara. Ella lo era todo. Ciertamente no tenían muchas cosas y apenas vivían lo suficiente como para comer, no obstante Mariela se esforzaba mucho por ellas, le daba todo lo necesario y siempre las alentaba a seguir en sus estudios. ¿Cómo es que una persona ajena era más importante para Gabriela? ¿Cómo podía haber gritado tantas cosas malas a su madre? Era imperdonable.
Siguió caminando y llegó al parque que se encontraba a veinte minutos de la escuela. Le agradaba aquel parque. Era circular y alrededor se encontraban árboles grandes y frondosos que llenaban el espacio de sombra. Aquel parque donde muy pocos visitaban por preferir el centro y otros parques más céntricos. Ciertamente se alejaba de la ciudad y nadie le daba mantenimiento, las bancas de madera se encontraban dañadas y la fuente que se encontraba en medio ya no sacaba agua. Solo había una resbaladilla de cemento liso y dos columpios. Nada atractivo para los niños que amaban el otro parque lleno de juegos de todo tipo cerca de las calles más transitadas. La colonia en donde estaba tampoco era muy grata para los ciudadanos, pues se escuchaban rumores de asalto o peleas de bandas. Eran más las parejas adolescentes que llegaban que familias.