La desesperación, el dolor y la rabia hacia sí misma era insoportable, sus manos temblaban, su corazón latía tan veloz, y los recuerdos aparecían una y otra vez como si de una película se tratase. Agradecía que había regresado antes de que su madre llegara del trabajo. Odiaría que la viera llorar.
Se acercó al espejo del tocador de su madre. Sus ojos hinchados y rojos por las incesantes lágrimas demacraban más su rostro, las gotas no dejaban de caer, se acercó aún más, necesitaba saber cómo era exactamente, observó su cabello largo y alborotado, era delgado al igual que todo su cuerpo. Sus ojos pasaron a su figura pequeña, se burló, parecía una chiquilla de trece años; se percató que casi nunca se miraba, era mejor no ver la persona detrás del vidrio, realmente no le gustaba lo que veía.
Era ridículo pensar que podía pisar la cima de una montaña, no, era imposible, cada vez que corría sentía cómo ramas de árboles se estiraban para atrapar sus pies; era imposible avanzar, si trataba de cortarlas se hacían más gruesas, cada esfuerzo era en vano. Lo único que podía hacer era acostarse y sentir cómo la encerraban.
Odiaba lo que era y odiaba aún más no cambiar. Anhelaba tantas cosas, quería crecer y ser como las chicas bonitas de su colegio, ser alta, tener rasgos finos, tener un cuerpo voluptuoso, y sobre todo haber crecido en un lugar tan diferente. Ahora la rabia salía más que nunca, no había llorado lo suficiente cuando su padre o su hermana se fueron, esto era más doloroso, tal vez porque aún resguardaba la esperanza de que ellos regresaran y pensaba que la música podía ser un escape de su actual situación miserable. A veces se preguntaba si tenía un sueño como los demás decían que querían realizar en el mundo. Pensó que tal vez ser la mejor violinista podía ser su sueño, pero la oportunidad la había desperdiciado, no se había esforzado lo suficiente. Tal vez si antes se hubiera enfrentado a su madre y le hubiera dicho que el tocar era su sueño y que lucharía por eso le hubiera dado más ánimo, pero no, se sentía como una hormiga, demasiado insignificante como para pelear contra su reina, además era leal, no rompería un pacto que había jurado. Se sentía dividida, quería ser algo más, pero no podía, simplemente quería cambiar, ser totalmente diferente. ¿Cómo podría lograrlo?
Miró las tijeras que se encontraban en el mueble de madera. Sin pensarlo las agarró, dividió su cabello en dos partes y comenzó a cortarlo hasta la altura de sus hombros. Se sintió mas ligera al hacerlo. Arrojó las tijeras y se fue sentando en el suelo, abrazó sus rodillas contra su pecho. Respiró profundamente. Sabía que no podía seguir con tanta rabia. Tenía que calmarse. El problema era ella, no podía culpar a nadie más, se fue tranquilizando poco a poco, los pensamientos en su cabeza aún seguían siendo los mismos, solo que ahora aceptaba por completo que su vida siguiera tal y como deseaba su madre, después de todo, era lo único que podía hacer.
….
Una semana pasó para que pudiera hablar con ella. A veces parecía que lo evitaba al propósito. Definitivamente era su culpa todo lo que había pasado. Maldijo al jurado, y a todos las escuelas por no haberla aceptado, ella era increíble tocando, ni siquiera sabían lo que se perdían.
Ahora que las veía solas en el receso quería conversar con ella. Lidia y sus demás compañeros no estaban pegados a él como siempre. Se decidió a ir a las mesas y sentarse. Las saludó preguntándoles lo que hacían. – Pensando en el proyecto de economía – Contestó Nora despreocupada. – ¿Cómo han estado? – preguntó esperando que no les afectara. – Ya estamos recuperándonos, como le digo a Farah los fracasos nos hacen más fuertes, todo está bien. – Volvió a responder Nora. Miró a Farah, tenía un pantalón de mezclilla azul con sus tenis negros, vestía la misma sudadera negra que había llevado al viaje; notó algo extraño: su cabello lo tenía en una coleta que apenas y podía recogerse por lo pequeño que estaba. Ella se encontraba sumergida anotando algo en su libreta, parecía no importarle su presencia. Suspiró desalentado. – Oye, por cierto, con todo lo que pasó no les había preguntado, ¿Cómo les fue a ustedes? – Una sonrisa traviesa de Nora emergía - ¿En verdad ustedes? – hacía movimientos con sus dedos índices juntándolos una y otra vez con una gran sonrisa. De inmediato Alexis sonrió, el carisma de Nora era increíble. Él inclinó su cabeza. Ella de inmediato sacó un pequeño grito alegrándose. - ¿Y bien? – preguntó Nora intrigada. Había gran brillo en sus ojos. Quería detalles. – solo pasó Nora, solo pasó – No podía responder a nada más - ¡Ay que aburrido eres! – Contestó tajante. – Nena dime - llamó la atención de su amiga - ¿Cómo les fue? – Esperaba que ella dijera algo interesante. Farah levantó su rostro – solo lo hicimos – respondió sin ninguna expresión a lo cual Nora se decepcionó. - ¿Es en serio? Son tan raros. ¿Acaso no sintieron nada el uno por el otro? – Les preguntó esperando una respuesta positiva– Solo era un experimento, solo somos amigos – respondió Farah volviendo a escribir. - ¡Ay! Son tan raros ¡Pobrecitos! Les juro que son la amistad más rara. - Nora logró observar cómo decaía el rostro de Alexis. Sacó una media sonrisa.
Al principio, al enterarse de su amistad le había parecido una locura, eran amigos sin demostrarlo, ¿Por qué hacían eso? Quería gritarles a todos y decirles que ellos se conocían, pero no podía, ni siquiera lo entendía, pero guardó el secreto sin ser secreto, era la única que lo pensaba, ni siquiera cuando les preguntó a ellos pensaban que era secreta su amistad; se percató que tal vez lo ocultaban sin darse cuenta. Los miró, realmente deseaba que fuera pareja, Farah se merecía alguien bueno y guapo, además así les podía presumir a todas las que le caía mal y que presumían de ser unas bellezas pero que eran horrendas por dentro, de que su amiga Farah era su novia, le daba satisfacción imaginar decirles eso a las víboras de sus compañeras que había tenido en segundo año. Sería una bomba para todos. Alexis le parecía un chico guapo pero que aún así no era su tipo por preferir a los hombres mayores y morenos. Desde que se había pasado al turno de la mañana no dejaba de escuchar su nombre y los suspiros de las chicas. A simple vista parecía alguien atractivo y prepotente al igual que sus camaradas Nicolás y Carlos, esos dos chicos que eran sus mejores amigos parecían más desagradables y presumidos. Pensó que sería como ellos. Después de todo siempre estaban juntos, eran de los chicos más populares de la preparatoria y además en sus fotos de las redes sociales presumían su dinero y bienes. Se creían intocables y merecer lo mejor. Eso lo notó cuando tuvo un encuentro desafortunado con esos dos. Ahora se daba cuenta del por qué Alexis era más popular que esos dos. A pesar de no estar tan alto como ellos, su cabello rizado, las facciones de su rostro, su inteligencia y su amabilidad lo hacían ser mejor que esos dos que eran hijos de gente rica y que tenían novias demasiado bellas que parecían modelos. Se preguntaba cómo es que él podía ser amigo de esos dos. Ahora que lo conocía, se percataba que era todo lo contrario a ellos. Ahora tenía su novia Lidia que era bonita pero no al grado de las perfectas modelos de sus amigos. Ella Parecía tener grandes defectos empezando con el carácter pesado que había escuchado por parte de sus amigas. Además de que a muchas chicas le caían mal porque según los rumores Alexis parecía gustar de ella, solo tenían envidia. A veces pensaba que el único motivo por el que andaban solo era por la presión social, prueba de eso era la supuesta prueba de amor que le había pedido, se imaginó que si estuviera en el lugar de Lidia solo quisiera presumirle a sus amigas y a todas las demás chicas que la molestaban que andaba y que se acostaba con el niño con el que tanto soñaban; pura venganza. Detuvo sus pensamientos. Solo estaba exagerando. Tal vez la televisión la llenaban de fantasías.