- ¿Te gustaría ir con nosotros? Vamos al cine- Estefanía le preguntó a Farah con poca esperanza, sabía su respuesta constante. Siempre la veía guardar sus cosas antes de que el sonido de la campana tocara la hora de salida para partir de inmediato a su trabajo, admiraba eso de su compañera, era muy comprometida con sus obligaciones, por eso deseaba pasar más tiempo con su compañera que le ayudaba siempre cuando se le dificultaba entender a algunos temas de las asignaturas.
-No puedo, pero gracias por invitarme- Se colocó la manga de la mochila en su hombro derecho. Se despidió de su compañera y comenzó a alejarse, tenía que apresurarse si quería tomar el autobús para llegar a la fábrica donde se encargaba de guardar y etiquetar las galletas procesadas en las cajas de cartón. Un trabajo no muy interesante pero que le ayudaba bastante para generar ingresos. No consideraba tan fácil tener un trabajo de medio tiempo por ser estudiante, pero gracias al “jefe” que siempre daba oportunidades a las personas podía estar en un área sencilla.
Pegaba su rostro hacia la ventana, mientras observaba las calles de la ciudad que cada vez crecía más, la industrialización y la infraestructura de la ciudad hacia que en pocos años una ciudad pequeña se estuviera transformando tanto, grandes edificios se alzaban y daban un ímpetu de desarrollo. Mientras más se acercaba a la fábrica más observaba los campos de pastizales que aun sobrevivían, un paisaje de total campo podía admirar al ver a los campesinos trabajar en tierras que probablemente en unos años se transformarían en otras manufacturas.
Seguía preocupándose por el hecho de que ya eran varias veces que rechazaba a Estefanía, suponía que por eso Emily apenas y le hablaba; aun recordaba sus primeros días en la universidad, sin conocer a nadie, sin poder comunicarse con alguien, y sin poder ser capaz de acercarse a un compañero, aun no se acostumbraba a su soledad. Odiaba ser tímida, sentía que era demasiado introvertida, aunque no como Ximena, ella era una chica introvertida, sin embargo, no le tenía miedo a hablar o expresarse, ciertamente a veces se alejaba de las personas y se resguardaba en la biblioteca para leer y escuchar la música de jazz a través de sus audífonos blancos que tanto le fascinaba, aunque siempre le gustaba hablar de sí misma, de sus sueños y de sus pensamientos, sin embargo, ella no se atrevía a hablar nunca de su vida, y a pesar de nunca querer contar sobre algún tema de interés Ximena le hablaba sin importarle, era demasiado carismática, amable, genuina y humilde a pesar de poseer gran solvencia económica. Gracias a ella Farah podía formar parte de su grupo de amigas. Si tan solo se hubiera sentado en otro asiento nunca se hubiera hecho su amiga, pero no, se sentó en la tercera banca de la hilera que estaba cerca de la puerta del salón; en la banca de atrás, Ximena. Sabía que ella no tenía gracia para poder comunicarse, sus inseguridades habían crecido cada vez más y ahora tenía más miedo de estar sola, le bastaba con solo hablarle a una persona, aunque en realidad quería tener más amigos; odiaba ese deseo, detestaba su comportamiento. Y estar con alguien tan bonita, segura de sí misma, e inteligente como su amiga le daba confianza para poder estar en ese salón que tan rápido se habían hecho grupos de amigos para ya no darle oportunidad a alguien más a estar en sus pequeños círculos sociales. Sino fuera porque esa chica, alta, dulce y bella le hablaba, no hubiera sido posible conocer a sus otras compañeras de al lado que se reunían a su alrededor para hacer trabajos en equipo. Además, agradecía que ella tuviera a su novio para así también faltar a las invitaciones de Estefanía.
- “Pies rápidos” éste es “ojitos”, dale un espacio y enséñale cómo debe de hacer las cosas, si da problemas me avisas- “El jefe” se encontraba de mal humor debido al chico despreocupado que se encontraba a su lado. Vestía un pantalón de mezclilla negro, camisa negra con estampados blancos y en su rostro se reflejaba enojo, tensión y desesperación por algo. Notó sus ojos, cafés oscuros y pequeños, cejas gruesas y pestañas largas con una mirada penetrante, su corte de cabello estilo undercut, con los lados cortos y la parte superior larga dejando espacio a flequillo, cabello liso y castaño. Sus ojos sobresalían en su rostro, tal vez porque lo grueso de sus pestañas se confundía con un delineado en la parte inferior de sus ojos pequeños destacándolos más entre su piel blanca, por eso supuso que le había puesto ese sobrenombre. El “jefe” siempre miraba alguna característica que más destacara en los empleados para así llamarlos. Según él, era más fácil recordarles así, que, por sus propios nombres, para él era una perdida de tiempo considerando que había rotación de personal ocasionalmente. No todos eran capaces de permanecer en una fábrica que se encontraba a una hora de la ciudad, por eso los autobuses propios de la fábrica que recogía a los empleados en ciertos puntos frecuentes de la ciudad.
-Si vuelves a pelearte estarás fuera ¿entendiste ojitos? – le preguntó sin esperar respuesta, el chico volteaba hacia los lados sin prestarle atención a lo que decía. - ¡Estos mocosos de ahora! – comenzó a alejarse quejándose malhumorado.
Sin darle importancia a las presentaciones comenzó a explicarle lo que tendría que hacer de ahora en adelante. Automáticamente pensó en que él fuera cerrando las cajas que ya se encontraban llenas para así acomodarlas y estar al pendiente cuando los cargadores vinieran por ellas, así ella tendría más tiempo para prepararse para su almacenaje. Esperaba que esta vez durara su nuevo compañero de trabajo. Cada empacadora tenía a alguien que la ayudaba, pero a veces esos ayudantes ya no se presentaban al día siguiente. En tan solo un año que llevaba había visto conocer y a la vez desaparecer a mucha gente, por eso todos concordaban con el jefe en llamarles así como él les había bautizado. Miró hacia los lados, sus compañeras de trabajo que se encontraba en esa misma área se quedaron viendo al nuevo muchacho que llegaba; casi nunca ponían a los hombres en esa área que consideraban sencilla, por eso el exceso de mujeres. A tan solo seis metros de distancia podía observar sus rostros de curiosidad, para una hora después volver a desinteresarse.