—¿Y si no viene? ¿Y si decidió que no le gusto lo suficiente y prefirió dejarme plantada?
Suspiro por enésima vez llevándome la mano a la frente, manteniendo una calma en mi voz que en realidad es inexistente en mí.
—Maureen, sólo han pasado tres minutos desde que llegamos. Ten paciencia.
—¡Él es el que me invitó! —Explota. De nuevo—. La regla dice que el que invita siempre tiene que llegar antes que el invitado.
—Tampoco es como que sea una regla escrita —pongo los ojos en blanco en cuanto me da la espalda.
Estamos paradas en la esquina de un parque, del otro lado de la calle donde está el café en el que Aarón y Maureen quedaron de verse. A pesar del poco tiempo aquí, la histeria pre—cita está invadiendo a mi amiga de una manera monumental.
—Las reglas no tienen que estar escritas para que sigan siendo reglas —suspira llevándose las manos a la cintura—. De acuerdo, haremos esto. Nos ocultaremos por ahí entre los arbustos…
—¿Ocultarnos?
Rueda los ojos.
—Sólo no estaremos aquí, para que cuando llegue, crea que llegó primero. Hay que ponernos en un lugar donde sea fácil mirar por dónde vendrá.
—Pero si no sabemos por dónde llegará, ¿cómo sabremos que nos estamos ocultando en el lugar correcto?
—¡Anya! Sólo deja de preguntar tantas cosas y mueve el culo a donde yo te diga. Estoy lo suficientemente nerviosa como para que empieces con tus interrogatorios.
—Está bien. Pero no necesitas usar expresiones como “el culo”. Resulta incó…
—¡Silencio!
Maureen me toma por la muñeca y me arrastra en dirección al centro del parque hasta llegar a una pequeña banca situada debajo de un enorme y viejo árbol.
Cuando ambas nos sentamos, ella se encoge en su lugar, de repente no luce tan segura sobre lo que debe hacer ahora. No necesito los años que llevamos de amistad para saber que no quiere hablar.
Apoyo la espalda contra el respaldo de la banca, reajustándome el ligero suéter que traigo puesto, aún con la mirada fija en la entrada del café. Sólo espero que el chico no vaya a pasar frente a nuestras narices y no lo notemos.
Aun así, pasan casi diez minutos más antes de que Aarón llegue corriendo hasta casi chocar con la puerta de la entrada del café. Su respiración agitada es obvia incluso a la distancia, desde donde lo vemos noto que algunos de los mechones cafés de su cabello se han pegado a la parte trasera de su cuello. Se pasa una mano para limpiarse y la otra la usa para recargarse contra la pared que tiene al lado. Lo vemos moverse como loco frente a los ventanales, como si intentara examinar cada rostro dentro de este.
Me giro hacia Maureen, esperando verla salir corriendo detrás de su cita, feliz; sin embargo, ella sigue sentada a mi lado, recargada en la banca con el celular en la mano y la mirada fija en Aarón.
—¿No deberías ir ya con él?
—No. Esperaré la señal.
—¿Hay una señal para esto?
Pero Maureen se queda callada.
El chico toma una fuerte respiración cerrando los ojos, tomándose varios segundos antes de volver a abrirlos, una vez que estuvo calmado. Entonces, toma su celular y comienza a teclear rápidamente.
De inmediato el celular de Maureen vibra en su mano.
—Ésa es la señal —se levanta de su lugar sin dirigirme una última mirada.
Ni siquiera se toma la molestia de desbloquear su celular, sólo comienza a caminar, cruzando la calle, como si tuviera prisa en dirección a su cita que está dándole la espalda. A pocos pasos de él, ella levanta su celular como si fuera lo más importante del mundo y continúa caminando derecho hasta que “accidentalmente” choca con él.
Desde donde estoy no puedo escuchar qué es lo que le dice Aarón, pero es bastante fácil adivinar la mentira que dirá Maureen con tal de hacerlo sentir bien con respecto a llegar tarde, fingiendo que ella también lo hizo para excusarlo.
Bajo la sombra del árbol en el que estoy, las corrientes de aire logran que de verdad me dé un poco de frío, pero aun así decido esperar algunos segundos extra antes de entrar al café.
Tomo mi bolsa y la pego a mi costado levantándome del asiento. Camino con calma sopesando mis opciones para huir de las siguientes horas que serán de las más aburridas de la semana.
¿Cuántas veces pensaré eso al día?
A veces pienso que mi vida es aburrida, pero hay días donde hasta yo me sorprendo.
Entro al local mirando a todas partes hasta encontrar a la parejita que tengo que seguir y me aseguro de sentarme en el otro extremo del local, donde no los pueda perder de vista pero que no sea obvio ante sus ojos que los vigilo.
La primera media hora pasa con lentitud, acompañada de dos cafés y aburrimiento por mi parte. Elene no despegó sus ojos de mí hasta asegurarse de que no llevaría una bolsa pequeña donde no pudiera ocultar un libro o mi computadora. Tal vez no seré productiva, pero olvida que basta con un celular para no tener que interactuar con personas reales.
No hay nada interesante que ver así que tomo mi vaso de frappuccino y me levanto sin prestar mucha atención al camino.
Me doy cuenta de que fue un error cuando veo desparramarse al líquido café de mi vaso encima de la camiseta blanca de alguien.
—Lo siento en serio. Te juro que no fue mi intención —utilizo la voz más lastimera que puedo encontrar en ese momento.
El chico frente a mí se queda mirando su camiseta mojada, soltando una risa suave mientras aleja con una mano la tela de su cuerpo. En cuanto levanta su rostro y sus ojos se encuentran con los míos, su risa cesa repentinamente.
—No importa —suelta en seco.
—Lo digo en serio —me paro frente a él cuando intenta irse—, no me fijé por dónde caminaba y esto costó la camiseta. ¿Hay alguna manera en la que pueda compensarte?
—Que la laves —murmura, y yo finjo no darme cuenta de su sarcasmo.