—Te juro que… Fue fabuloso, ¿sabes? Fue perfecto salir con él de esa manera, tan… romántico, tan intenso, pero a la vez tan simple… Fue lo mejor. Incluso si me perdí de ti —sonríe de manera soñadora.
Su burbuja de felicidad es enorme. Lo mejor es dejarla así, contenta y soñadora antes de que algo en el día la vuelva a poner enojada, por lo que prefiero omitir el hecho de que me había dejado tirada en la cafetería y que no la volví a ver hasta hoy, a pesar de que se supone que nos iríamos juntas cuando acabara con su cita.
Porque me había llevado en su carro.
Y porque me quedé sin dinero para el taxi.
Pero Maureen se la había pasado bien en su cita, así que supongo que valió la pena.
Un suspiro abandona mis labios.
—Ya lo creo —le sonrío por cortesía, pero al ver que no me ve, dejo de hacerlo.
—¿Qué harás esta tarde? —Continúa haciendo anotaciones en su libreta como si no hubiera estado babeando la hora entera.
—Tarea.
—Anya… —Empieza a hacer ruidos extraños a forma de protesta.
—¿Qué sucede?
—¡¿Cómo que qué sucede?! Ay, por favor, ¡es juebebes! Tienes que hacer algo más que tarea en las tardes.
—¿Cómo qué?
Maureen abre la boca, pero la campana que anuncia el cambio de clase la calla.
Tomamos nuestras cosas de inglés y salimos del salón antes que todos.
—¿Alguna vez te has planteado tener más amigos a parte de mí?
—No —contesto automáticamente.
—Es una broma, ¿cierto?
La cara de Maureen se torna seria. Sus ojos, más abiertos de lo normal, con la cara inclinada hacia abajo… Está enojada conmigo.
Otra vez.
Estoy a punto de contestarle cuando tanto Maureen como otra persona, que ninguna de las dos alcanzamos a ver a tiempo, chocan de frente. El impacto desestabiliza a mi amiga, pero alcanzo a tomarla del brazo antes de que termine en el piso a un lado de sus libros.
—Mierda…
Maureen y el otro chico se agachan de inmediato para recoger sus cosas del suelo.
—¿Estás bien, Maureen?
Apenas termino esa oración, la mirada oscura de un chico pelinegro se dirige hacia mí y se detiene allí por unos segundos.
Su cara no demuestra ninguna expresión, por lo que yo tampoco pongo una.
—Claro —dice mi amiga con nerviosismo—, pero vámonos de aquí o llegaremos tarde.
Se levanta rápido con sus cosas entre brazos y comienza a caminar. Le dedico una última mirada al chico que permanece hincado en medio del pasillo.
Cuando llegamos al salón tomamos nuestros usuales asientos al final de la clase y ella echa un vistazo alrededor antes de hablar.
—¿Conocías al chico?
—No.
El segundo timbre que anuncia el inicio de la clase suena, y justo antes de que el profesor cierre la puerta, un último alumno entra al salón. Es el mismo del pasillo.
Entonces, analizando más su cara, me doy cuenta de que me precipité al contestarle a Maureen.
La gente cambia demasiado cuando usa ropa normal, a cuando usa un uniforme que le queda ridículamente grande.
—Su nombre es Carson —susurro inclinándome hacia el frente para que me escuchara.
—Eso ya lo sabía —susurra de vuelta hacia mí, pero mirando hacia el profesor para que no la descubra—. La pregunta es, ¿por qué lo sabes tú?
—Señorita Seuva —la susodicha da un salto en su asiento—. ¿Tiene algo qué comentar a la clase?
Su cara se torna roja, aún más cuando nota que el chico del que hablábamos está tan cerca que lo más probable es que nos escuchó.
—N—no.
Rara vez le tiembla la voz al hablarle a algún profesor, supongo que entre su cita de ayer y el golpe de hace rato, los nervios no la han dejado en paz.
—¿Está usted segura? Hasta mi escritorio se podía escuchar a su melodiosa voz cuchichear con alguien.
Le doy un ligero golpe con mi rodilla a su espalda, aprovechando que hoy está sentada frente a mí, normalmente lo hace en la otra fila, a lo que ella levanta la cabeza para hablarle al profesor.
—No sé de lo que habla —esta vez no titubea.
Ella y yo tenemos una especie de lenguaje que utilizamos para saber si la otra necesita refuerzo. Si ella hubiera bajado la cabeza, yo habría admitido haber estado hablando también. El que la haya levantado significa que quiere resolverlo ella sola.
En otras palabras, dijo “quítate”.
—Creo que sabe a la perfección de lo que hablo, señorita. No es la primera vez que tenemos esta misma discusión —el profesor talla su frente con los dedos con expresión aburrida.
Él es tan arrogante, que nadie se cree que de verdad esté irritado por la situación de la manera en que él quiere hacer parecer.
—He estado mirando al frente desde que llegué.
Este profesor es estricto y todos lo saben.
Maureen ha amado pelear con él desde primer semestre, y aunque nunca me ha dicho por qué, es obvio que con el tiempo ha ido adquiriendo nuevas razones.
—En ese caso, acompáñeme con la directora.
Ambos salen por la puerta con la cara en alto. Es difícil saber quién de los dos es más orgulloso. Nadie dice algo hasta que la puerta cierra por completo. Los murmullos de todos se hacen presentes y poco a poco van evolucionando a gritos a medias de chismes tontos acerca de mi amiga.
La gente de aquí de verdad ama hablar.
Saco mi celular para leer un libro que tengo guardado en una aplicación.
—¿Tú que piensas, Anya?
Ruedo los ojos mentalmente ante la mención de mi nombre, pero finjo mi mejor sonrisa y levanto la cabeza en dirección a Rubí.
—¿Sobre qué?
—Sobre Maureen. Sé que ustedes son amigas, pero… —se agacha en mi dirección y sonríe con sarcasmo, su largo cabello negro cae sobre su cara, cubriendo la mitad derecha de esta— ¿no te parece que es demasiado perra a veces?
—¿Disculpa? —Pregunto, esta vez sin disimular que me desagrada—. No me importa lo que pienses de mi amiga, no la llames así.