Como Dos Gotas De Agua

Lo que no quiero admitir

—¿Y eso a qué conclusión nos lleva?

Maureen hace la pregunta después de escuchar mi historia del sábado. Es lunes en la tercera hora del día, orientación profesional, una materia en la que nadie nunca presta atención.

—A que es un imbécil.

—Un imbécil que te gusta.

Un gesto de repugnancia cruza mi cara en cuanto esas palabras abandonan su boca.

—¿Gustarme? ¡Qué asco! Por supuesto que no.

—No te hagas la tonta, hasta el más ciego lo puede ver.

—No, no puede. Porque no hay nada que ver —contesto de manera cortante.

Maureen suspira como si estuviera cansada de la situación, pero sus ojos brillantes dicen lo contrario.

—Anya, llevas fácilmente media hora hablando del mismo chico. Por dios, babeaste alrededor de cinco minutos enteros acerca de su vestimenta del sábado. ¿Hace cuánto que no hacías eso…?

La sonrisa se le queda congelada en el rostro por unos segundos, tiempo en el que ambas nos quedamos en completo silencio. 

Aparto la mirada hacia el pizarrón.

—El punto es que te gusta —coloca su mano con gentileza encima de la mía para llamar mi atención, retomando su actitud—. Y por lo que dices, tú a él también. Quiero decir, eso yo ya lo sabía. Pero me encanta decir “te lo dije” y lo sabes.

—Por supuesto que no Maureen. Nos la pasamos molestándonos de manera mutua, porque uno no soporta al otro, eso es todo —es mi débil respuesta.

—¿Qué edad tienes, catorce años? Anya, ya estás grandecita y experimentada como para saber que todas esas “bromitas” de parte de ambos no eran nada más que coqueteos disimulados.

Sí, lo fueron.

Ambos lo sabemos.

Pero hay algo en admitirlo en voz alta que lo hace parecer más real. Y yo no quiero que esto se torne en algo real.

—Entre nosotros no sucede nada —es mi débil respuesta.

—Aún.

Las cejas de Maureen se levantan sugestivamente.

—Tú eres algo así como su fruto prohibido. En la escala del uno al diez, y sin exagerar, tú eres un 11.5, mientras él es un triste 8.5. Y él es consciente de ello, por lo que sabe que tendrá que esforzarse aún más si quiere algo contigo.

Analizo un poco sus palabras, dejando de lado su tonto intento de cumplido, cayendo en la cuenta de que tal vez tiene razón. No porque sus palabras sean ciertas, sino porque tal vez Carson lo cree así.

Alguien tal vez se quedó pensando el fin de semana sobre todos nuestros encuentros intentando descubrir por qué de repente tuvo la confianza para dejarme pegada contra mi camioneta e invitarme abiertamente a comérmelo con la mirada si el resto de los días anteriores había parecido que me odiaba y sólo me hablaba porque literalmente no tenía otra opción.

Entre pensar y recordar sus palabras, sus gestos y su cara en general, empecé a ponerme nerviosa de una forma distinta a la semana pasada cada vez que pensaba en él.

El timbre del final de hora suena de fondo.

Maureen y yo nos levantamos con prisa y recogemos nuestras cosas acomodándolas en nuestros brazos.

—Ser el fruto prohibido no siempre es divertido.

Hago un puchero, repitiendo la escena del sábado en mi cabeza, cuando de puro milagro conseguí que Carson sólo escuchara mis palabras y no lograra leer entre líneas lo que evité decir en voz alta.

Que le mentí, y que me arrepentí.

—¡Ja! Te gusta y lo sabes.

Ignoro el comentario de mi amiga mientras miro hacia el frente, teniendo cuidado de no ser pisada por ninguno de nuestros compañeros.

—¡No inventes! ¡No lo estás negando! —Deja salir un fuerte chillido por su boca mientras da pequeños brinquitos en su lugar.

Las comisuras de mis labios se elevan. Sólo un poco.

—Dilo.

—No lo haré.

—¡Dilo en voz alta!

—¿Que diga qué?

La voz de Aarón deja atontada a Maureen por la corta cantidad de medio segundo antes de que ésta se le tire encima. 

Me aseguro de quedarme fuera del camino del resto de los estudiantes mientras mi amiga y su novio se tragan mutuamente, de manera lenta.

Muy lenta.

La única razón por la que no me quejo es porque si les recuerdo de mi existencia, Maureen seguirá molestándome con el tema de Carson.

Cuando por fin se separan, el gran y majestuoso comentario de Maureen es:

—Tengo que hacer pis.

No puedo evitar rodar los ojos con una sonrisa en la boca.

La parejita avanza delante de mí en dirección al baño de mujeres, que nos queda de camino a nuestro salón de inglés, y yo camino detrás de ellos, deteniéndome un metro antes de la entrada del baño, aun pensando si no estoy adelantando hechos.

Me tomó todo el fin de semana reflexionar el por qué no podía parar de pensar en Carson, y dejando de lado el hecho de que me hizo imposible no notarlo toda la semana pasada, sólo queda admitir que me llama la atención, y que me gusta su físico.

No conozco mucho de su personalidad más allá de que es más abierto de lo que aparenta ser dentro de la escuela, pero eso sólo me recalca la única duda que no puedo contestar yo sola.

¿Realmente le gusto, o sólo me destanteó su enorme cambio de actitud estando en el café?

No es la única persona que tiene cambios radicales dentro y fuera de la escuela, así que esto sólo me hace darle más vueltas al asunto. A veces siento que tanto pensar en él sólo hace que lo llame por ley de atracción, porque en mitad del pasillo está Carson, avanzando sólo con los libros de inglés entre uno de sus brazos y su pecho. 

Apenas hacemos contacto visual, ambos apartamos los ojos, él hacia el patio de la escuela y yo hacia la espalda de mi amiga.

Maureen se despide de Aarón con un pequeño beso en los labios antes de meterse en el baño.

Con un suspiro él se recarga en la pared contigua a la puerta y se queda allí.

No saca su celular, como la mayoría hubiera hecho, ni busca a alguna persona conocida para platicar mientras Maureen sale.



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En el texto hay: amor, amistad, preparatoria

Editado: 14.07.2024

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