—¿Todo bien?
La voz de Elene, a pesar de ser apenas un susurro, llena por completo mi habitación. El sol está bajando, haciendo que las paredes estén apenas iluminadas de un tono rosáceo que cada segundo se va opacando.
Mi madre abre aún más la puerta cuando se da cuenta que mi respuesta está tardando. Probablemente ya se había dado cuenta de que, antes de su voz, no había un solo sonido que proviniera de mi cuarto.
Dirijo mis ojos hacia ella que se encuentra, como la mayoría de las veces, en el umbral de la entrada, con la mitad de su cuerpo oculto detrás de la puerta blanca. La gran mata de chinos castaños le llega hasta el codo, haciendo un fuerte contraste con las paredes de la recámara, lo que hace más obvia su estancia.
Yo llevo toda la tarde en frente de la computadora porque no puedo terminar de redactar un reporte de sociología. Mi mente sigue puesta en Carson y en nuestra conversación.
—Sí, sólo me quedé pensando —me estiro en la silla giratoria, sintiendo mis músculos completamente entumecidos.
Elene se sienta en mi cama. Voltea a ver la pantalla de la computadora, aunque su expresión preocupada no desaparece de su rostro.
—¿En qué?
—En nada.
Tiene su mirada de “no te creo”.
—En un chico que…
—¿Te gusta? —Quise rodar los ojos a mi propia madre, pero sé que eso nunca será una buena idea.
A veces siento que ella y Maureen pasan demasiado tiempo juntas, porque no se me ocurre cómo más llegó a esa conclusión si aún la semana pasada me estaba rogando por salir de mi habitación.
—Es un metiche bastante raro —fuerzo a mi mente a centrarse en el punto de esta plática.
—¿Y en qué se metió? Además de en tu mente…
Sé que está sonriendo y precisamente por esa razón es que no la volteo a ver.
—Ese es el problema, se metió en mi mente… Y en mi relación con Maureen.
Por el rabillo del ojo veo a Elene dejar caer la cabeza de lado con confusión. Aún no quiero enfrentar su mirada.
—Hoy se acercó a mí en el desayuno sólo para decirme un montón de cosas horribles sobre ella y… Y el problema no es lo que él dijo, sino lo que dice que yo dije.
—¿Y qué se supone que dijiste?
—En pocas palabras, que yo no contaba con ella de la forma en la que ella cuenta conmigo.
Me giro a ver a Elene para darme cuenta de que tiene las cejas arrugadas, aún sin decir algo. Entonces le cuento cómo van las cosas entre Aarón y mi amiga, de cómo conocí a Carson y de cómo me dijo todas esas cosas que por más que no quise, me dejó replanteando años de amistad.
Yo siempre he visto a Maureen como el tipo de amiga que está allí para ti, siempre. Sin importar qué.
¿Entonces por qué yo sola había dicho esas palabras que ahora las sentía grabadas en mi cabeza?
—Anya —desvío la mirada en cuanto veo que tiene la intención de pararse y abrazarme, y al darse cuenta, ella se queda en su lugar—. Maureen tiene su forma de ser. Un poco excéntrica. Si ella es una buena amiga o no, lo tienes que decidir tú, no un chico con el que apenas y hablas.
La sangre sube hasta mis mejillas ante sus palabras.
—Eso lo sé. Pero también me pone a pensar. Maureen ha estado a mi lado toda mi vida. No la voy a menospreciar por la opinión de alguien a quien apenas conozco, pero, por otra parte, sé que él y todos los demás son capaces de ver en Maureen lo que hace años yo decidí empezar a ignorar.
Quiero seguir hablando aún más, pero no tengo ni idea de qué más puedo decir.
Elene, por suerte, sólo necesita esas palabras para entender por dónde va un poco el hilo de mis pensamientos.
—¿Qué fue lo que te dijo el chico? —Cruza sus piernas encima de mi cama. Su cara es de completa seriedad.
—Me hizo dar cuenta de un par de detalles sobre Maureen.
—¿Y qué le contestaste? —pregunta de inmediato.
—Que él sólo estaba así porque su amigo la prefirió a ella y no a él… Pero ese no es el punto. Maureen ha estado allí para mí siempre. Siempre. Me he acostumbrado tanto a ella que incluso las cosas que hace mal las veo como algo normal, como si no hubiera otra forma correcta para actuar.
—¿Entonces qué es lo que te preocupa más? —Me corta antes de que pudiera seguir hilando mis pensamientos en voz alta— ¿Maureen, o tu amistad con ella?
—Ambas, supongo —suspiro, sobre pensando qué decir a continuación—. No me gustaría ver que Maureen termine mal en ninguna situación, porque viendo en retrospectiva, a veces siento que la arrogancia le gana en los momentos menos indicados. Y sobre nuestra amistad, ella es una persona muy valiosa para mí, pero ambas hemos cambiado y cada quién lo ha hecho por su lado, que… No lo sé. Nos acostumbramos a la otra a lo largo de nuestras vidas. ¿Y si nuestra amistad es eso? ¿Una simple costumbre?
Me siento terrible por decir eso en voz alta, porque sé que hay un montón de cosas en las que Maureen me ha apoyado sin rechistar, y eso lo tengo más que presente cada día.
Pero son esos muchos pequeños detalles no tan positivos los que ahora no me dejan pensar con claridad porque ya no los puedo ignorar como siempre hago.
¿No reacciono a ellos porque no me afectan o porque no quiero que me afecten?
¿A veces ella se aparta o soy yo la que la aparta?
No sólo es cómo es Maureen, es cómo soy yo cuando estoy con ella.
—Creo que lo más importante que tienes que entender, es que no puedes idealizar a una persona —empieza Elene con ese discurso que sé que es justo lo que quiero escuchar, aunque en este momento ni siquiera sé qué es lo que eso es—. Tampoco puedes esperar que Maureen sea la misma niña que conociste hace doce años. Tú misma dijiste que ambas han cambiado. Obviamente van a tener desacuerdos en sus opiniones, incluso roces en sus actitudes, pero eso no quiere decir que alguna de las dos esté mal. Y, a como lo veo yo, la razón por la que su amistad ha durado tanto tiempo no es por una mera costumbre. Ustedes se han sabido complementar en los momentos en los que más se necesitan, e incluso cuando no, siempre han estado allí. No por obligación, sino porque quieren.