Detesto el sol. Con todas mis ganas y con toda mi vida.
Casualmente, todos los días que el sol brilla en lo alto, sin nubes a su alrededor, suelen ser días donde me pasan cosas malas o desesperantes.
O estoy muy distraída por el calor como para disfrutar lo poco bueno que sí hay.
En una ciudad que vive la mayoría de sus días bajo el sol implacable, es fácil entender por qué todo el tiempo estoy enojada.
—¿Quién soy?
El par de manos que cubren mis ojos desde atrás son tan conocidos que cuento hasta dos para no contestar con un mal tono.
—¡Carla!
El golpe en el hombro no se hace esperar.
—Prefiero que me digas que te caigo mal a que me andes cambiando de nombre.
Me giro para ver a Maureen a la cara al mismo tiempo que ella me saca la lengua, Aarón sonriendo a su lado.
Me pesa aún más en la consciencia verla feliz cuando se da cuenta de que tengo que apartar la mirada por un segundo. La conversación que tuve anoche con Elene aún no se desvanece de mi mente, aunque llegué a la conclusión de que mi madre tenía razón y yo estaba dudando por nada.
Pero había dudado, y eso dolía lo vieras por donde lo vieras.
—Amo que estemos conectadas a un nivel superior y ultra desconocido y el día de hoy no estés usando maquillaje —me sonríe de nuevo—. Nos conseguí trabajo.
Soltamos un chillido largo al mismo tiempo. Más adelante tendré tiempo para decirle lo que le tenga que decir.
—Espera, ¿por qué es bueno que no tenga maquillaje? ¿No tendría que verme bien para la entrevista?
— ¡No hay entrevista! Mandé nuestros currículos a lo desgraciado y por fin pegaron en un lugar bastante bueno. ¡La paga te va a encantar! Seremos coentrenadoras de un equipo de básquetbol en la deportiva del sur.
— ¿La que está cerca del centro comercial?
— ¡Esa misma! ¿Te imaginas? Cada que salgamos de turno podemos ir a darnos una vuelta por las tiendas a comprar ropa bonita o cenar todo fancy.
— ¿Y cómo son los turnos y los horarios? ¿Exactamente qué hace una entrenadora? No. No, no, no... ¿Cómo es que ya estamos dentro sin entrevista previa?
Maureen me rueda los ojos pegando su mochila aún más a su cuerpo.
—Entramos por bonitas, Anya, ¿okey? Te busco a la salida para contarte más. empezamos hoy a las tres. Bye.
Me manda un beso al aire caminando aún de la mano de Aarón, quien se despide de mí con una sonrisa confundida.
Que no sea la única que no sabe qué es lo que se trae Maureen entre manos me hace sentir un poco mejor.
El resto del día pasa rápido ahora que tengo algo nuevo con lo qué triturarme los sesos.
Con un mensaje a Elene explicándole lo del trabajo basta para que acceda a prestarme la camioneta, porque para cuando terminan las clases, la camioneta blanca está estacionada cerca de la salida de la escuela, con las llaves debajo del asiento del conductor tal como lo prometió. Elene puede tenerle mucha fe a la calle de la escuela como para haber hecho eso, pero yo no.
He estado nerviosa y con lo que fácilmente podrían ser taquicardias desde que leí el mensaje donde me decía cómo y dónde me había dejado la camioneta; no he podido dejar de mover las piernas desde la mitad de la última clase hasta que Maureen me acompaña corriendo a asegurarme que la camioneta sigue intacta.
En cuanto llegue a la casa le voy a explicar una y otra vez que no vivimos dentro de una película hasta que se canse de mi voz.
Sí, estudio dentro de una escuela privada, pero no confío en mis compañeros ni mucho menos en las personas que pasan alrededor de la escuela en todas esas horas donde yo no puedo ver qué pasa.
Aunque la preparatoria está cerca del centro, no está precisamente allí, y viajar del centro-oeste de la ciudad hasta el sur tampoco es lo más rápido debido al tráfico que hay por la tarde. Voy manejando con el aire acondicionado a la mitad cuando caigo en la cuenta de que una no hace ejercicio con faldas diminutas ni blusas demasiado pegadas.
Desbloqueo mi celular, aprovechando el alto, y marco el número de mi amiga, desilusionándome cuando las bocinas del auto dejan de reproducir música para dar paso a los pitidos que indican que está marcando el manos libres.
Maureen tarda en contestar, y no necesito preguntarme por qué, porque cuando me asomo por el espejo retrovisor, puedo verla cantar en su asiento.
Cuelgo y vuelvo a marcar al segundo, y en cuanto se da cuenta de quién la está llamando, me levanta el dedo medio.
—Está el verde, linda.
Quito el pie del pedal del freno y comienzo a avanzar.
—Oye, ¿en la deportiva nos darán ropa?
— ¿Ropa? ¿Para qué quieres ropa? —Su voz suena robótica a través de las bocinas.
—Uniforme —me corrijo—. No creo que lo que llevamos puesto inspire a los chicos a hacer ejercicio.
Maureen se lo pensó un segundo, antes de estallar en una carcajada.
—A hacer ejercicio no, pero no dudo en que los inspiraremos para otra cosa —incluso a través del teléfono puedo escuchar su sonrisa surgir.
—Pervertida —no puedo evitar sonrojarme un poco.
—Si te soy honesta —deja su tono de burla de lado— no se me ocurrió preguntar. Pero supongo que lo harán, ¿por qué?
—No lo sé. Había pensado que podríamos pasar al centro comercial a comprar ropa deportiva.
— ¿Esto es una excusa para ir de shopping?
—No —digo confundida—. No soy tú.
—Desafortunadamente para ti —ríe—. ¿Quieres que nos detengamos?
Miro el reloj. Faltan diez minutos para las tres.
—Mejor no, se nos hará tarde.
Hay un corto silencio en la línea.
— ¡¿Y entonces para qué haces tanto drama?!
Ruedo los ojos, porque a pesar de lo molesta que es, tiene razón.
—Por nada —forzo una risa—. Pero espero que nos den uniformes. De todas formas, no me has dicho cómo es que vamos a empezar hoy, si yo apenas y me enteré de que estuviste volanteando mi currículum.