Termino de untarme el bloqueador en la cara mientras espero a que Maureen salga de los vestidores para llegar a trabajar.
Es jueves por la tarde y acabamos de llegar a la deportiva, aún tenemos que pasar lista con la entrenadora para poder empezar con la clase, pero la verdad es que no tengo ganas de salir de aquí. Las piernas aún me duelen, y tanto ellas como mis brazos han terminado con feas quemaduras, dejando la marca de cambio de color entre las partes donde me había dado el sol y donde no.
Habría renunciado al trabajo después de la primera clase, pero estoy tan ansiosa por conseguir el dinero que darme por vencida no es una opción, incluso si eso significa terminar siendo de varias tonalidades de rojo a lo largo del cuerpo.
Se me bajan un poco los ánimos al pensar en la razón por la que necesito el dinero.
—¿Por qué tienes esa cara?
Levanto la mirada hasta chocar con la de Maureen. Está completamente vestida con un nuevo uniforme que le queda a la perfección, a diferencia de mí, que pedí uno, también nuevo, dos tallas más grandes para que cubra la mayor parte de piel posible y que tuve que ajustar ayer por la tarde para no lucir tan ridícula.
—No quiero hacer ejercicio —me quejo en un suspiro.
Por supuesto no me cree, pero entiende de inmediato que no estoy de ánimos para hablar de nada.
—Vente.
Cuando llegamos a la cancha de básquetbol la mitad de los chicos ya están ahí platicando entre ellos mientras que la otra mitad están tirados en el suelo, también platicando o simplemente tratando de dormir. La entrenadora parece estar haciendo tiempo revisando unos papeles al azar.
Maureen y yo estamos a pocos pasos de distancia cuando nota nuestra presencia.
—Me alegro verlas temprano. Necesito decirles cuál será la dinámica de hoy para que preparen los conos y los balones con anticipación, así no perdamos tanto tiempo. ¿Me recuerdan sus nombres?
—Maureen y Anya —nos señalo respectivamente con tono enfadado.
No he olvidado el hecho de que se había burlado de mí, incluso si lo hizo de una manera discreta. No me termina de agradar la entrenadora, pero no planeo lloriquear eso en voz alta.
Al menos no hoy.
—Perfecto. Soy Triana, me parece que olvidé mencionarlo la clase pasada. Maureen, tu correrás y acompañarás a los niños en el entrenamiento de hoy. Arya, tú acomodarás los conos y te asegurarás de que los materiales estén en su lugar cada vez que te lo indique, pero necesitaré que seas rápida —mira su reloj—. Es hora de empezar la clase. Maureen, quédate a mi lado, tú —me señala— puedes sentarte en la banca.
Camina con prisa para acercarse a los chicos y después de un rápido saludo comienza a tomar lista. Maureen camina un poco más despacio hasta llegar a su lado y luego voltea a verme con la misma expresión confundida que tengo yo en estos momentos.
¿Qué fue todo eso?
¿Y por qué pudo memorizar el nombre de Maureen, pero el mío no?
¿Tan mal había estado el martes?
Parece que esta guerra de no-odio-mutuo-pero-casi apenas va a empezar.
Rápidamente la clase inicia y Maureen corre hasta adelante al lado de los niños más veloces de la clase en cuanto el silbato suena.
Triana ni siquiera voltea a verme.
No puedo quejarme, yo misma había odiado la sesión anterior y lo único que he estado deseando desde entonces es no volver a correr.
Puede que me trate con cierta indiferencia, pero no me trata tal cual mal. Puedo seguir con esto.
Además, las cosas emocionantes nunca le pasan a la gente que huye.
Con un suspiro, en parte de alivio, en parte de aburrimiento, camino hasta la banca y tomo asiento. Esto va a tardar un buen rato.
***
Intento apresurarme todo lo que puedo para terminar de colocar los conos en forma de pirámide de dos pisos. El siguiente ejercicio es practicar saltos al mismo tiempo que encestan. Es el último antes de que inicie el partido del día que dará el cierre a la clase, lo que significa que después de esto no haré nada hasta que tengamos que levantar todo para llevarlo a la bodega.
Apenas termino me quito del camino justo a tiempo antes de que Maureen llegue corriendo hacia los conos, salte sobre ellos y enceste limpiamente con un balón que tengo suerte de atrapar antes de que su rebote me pegue en el estómago.
Si yo hubiera estado en su lugar, probablemente hubiera tropezado con los conos y me hubiera golpeado en la cara con el balón al momento de caer al suelo.
Puede que me aburra, pero mi puesto parece bastante adecuado para mí.
Camino hacia un costado de la cancha, del otro lado de donde se encuentran las bancas, y me recuesto contra los barandales que separan el entrenamiento de básquetbol con el de fútbol.
Nunca he sido muy fanática del deporte, pero cuando descubro que el asistente del entrenador es bastante guapo y que es un par de años mayor que yo elijo no dejar de fantasear con él.
¿A quién le importa si me veo ridícula con mi uniforme dos tallas más grandes sentada en la banca cuando tengo este tipo de vistas? Que Maureen haga el ejercicio que quiera, esto es mil veces más interesante, y encima, me pagan.
Tengo suerte que el chico no me haya notado aún, sería vergonzoso que me viera así. Aprovecharé que no tendré que hacer ejercicio ni asolearme demasiado para usar el uniforme de mi talla y lucir un poco mejor.
—¿Qué tanto miras?
Doy un respingo al oír la voz de Maureen pegada a mi oído.
—Me doy un buen taco de ojo —con la cabeza señalo al chico.
Maureen me sonríe con confusión antes de seguir con la mirada la dirección que le señalo.
Su boca se abre ligeramente cuando ve al chico del otro lado de la cancha.
Es alto y ligeramente delgado por complexión, pero a pesar de eso se pueden distinguir un poco sus músculos debajo de su camiseta sudada después de una hora y media de un entrenamiento bastante productivo e interesante.