—¿Podrías por favor no llamarlo así? De todas maneras, no fue una cita—cita. ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?
—Creo que deberías repetírtelo a ti misma más que a mí. ¿Has visto tu cara? Elene me dijo que no has salido de tu habitación desde que llegaste, y estoy completamente segura de que ni siquiera te habías movido de tu cama hasta que te quité los audífonos.
Intento recordarme a mí misma que es completamente normal en mí permanecer horas enteras encerrada en mi cuarto y que ellas sólo están exagerando, pero sé en el fondo que yo estoy siendo tan ridícula como ellas lo están pintando en este momento.
Mis intentos de no sonrojarme son en vano.
—Intenté hacer todo lo posible por no emocionarme, pero no pude —comento en voz baja.
Maureen ríe, pero no en forma burlesca, sino con ternura.
Alguien máteme por favor. Yo no soy así.
Me toma de las manos antes de volver a hablar.
—Anya, no tiene nada de malo que te emociones. Te gusta, le gustas…
—Eso no es algo seguro —la corto.
—¿Qué hicieron hoy?
—No mucho, en realidad —reflexiono—. Fuimos a un café en el que acabé por no pedir nada. Llamamos demasiado la atención y acabamos por irnos de allí —cuando veo su sonrisa pícara entiendo la forma en la que malinterpreta mi comentario—. No de esa manera Maureen, sólo nos exaltamos un poco.
—¿Algo interesante aparte de eso?
Mi cara se calienta una vez más con el recuerdo.
—Me pidió mi número de teléfono —resumo en un susurro.
—¿Tu número? —Pregunta confundida—. ¿No se supone que él ya lo tenía?
—No, sólo mi Facebook.
Maureen ríe una vez más.
—Par de tortolos. Tortolos cursis. ¿Hubo un poco de acción?
—No…
Sus ojos se abren con sorpresa.
—¿Cómo que “no…”? ¿Qué pasó ahí que no me estas contando?
Me reacomodo en mi lugar, cruzando las piernas encima de mi cama mientras me recorro hacia la cabecera para que por fin ella pueda sentarse a mi lado.
—Tal vez volvamos a salir.
Bajo la mirada porque se me hace imposible sostener la suya.
Sus ojos color miel llenos de ternura me dan más miedo que sus mismos ojos llenos de ira.
—¡Anya! —Me aprensa en medio de sus brazos en un abrazo de oso.
Río por lo bajo porque la emoción que ya había en mi interior lucha por salir.
Pero de inmediato niego con la cabeza.
No, no va a volver a pasar.
—¿Y ahora por qué niegas, loca? —La voz de Maureen ahora sí que es burlesca, pero con un timbre de confusión.
—No me voy a emocionar. No tan rápido.
—Anya…
Arrastra las vocales de mi nombre mientras yo me levanto de mi cama.
Los pantalones de mezclilla aún sudados se pegan a mis piernas incómodamente y la blusa se siente hecha jirones en mi torso.
—Maureen, no voy a volver a pasar lo de la última vez.
—¿La última vez? —Contesta ella, exasperada—. La última vez fue hace casi dos años. Con un tipo al que ya no has vuelto a ver. Alguien completamente ajeno a Carson.
—No son la misma persona, pero…
—Pero tampoco puede ser la misma situación— me corta de inmediato—. Niña, ya déjate de ridiculeces y empieza a aceptar que te estás enamorando.
—No me estoy enamorando —puntualizo. Maureen se deja caer de espaldas en el colchón con un resoplido que ignoro—. No lo conozco lo suficiente como para enamorarme. Me gusta físicamente. Va. Pero hasta ahí.
—¡Te gusta! —prácticamente grita, a un paso de estar enojada.
—No me voy a emocionar.
—YA ESTÁS EMOCIONADA.
—¡No!
—¡Aghhhhh!
Se tapa la cara con una de las almohadas y suelta pequeños gritos de exasperación.
—Anya, Carson y Tony no son la misma persona. Tony era un niño presumido con ganas de divertirse. Carson es El Rarito de Inglés. ¡No puedes tener inseguridades de este tipo con El Rarito de Inglés!
Me siento en la silla giratoria y apoyo mis codos sobre el escritorio. Mientras medito la situación, aplasto mis mejillas con la punta de mis dedos y succiono mi labio superior.
—No quiero volver a estar en una relación donde sólo me quieren para presumir. El Rarito de Inglés justo ahora es un don nadie. ¿Qué tal que quiere subir en la escala social?
Aunque quería negarlo, yo misma noto los nervios en mi propia voz, más por tener algo que decir como excusa, que por el argumento en sí.
—¡Por Dios, Anya! ¿Qué edad tienes, quince años? —Me rueda los ojos, y aunque ambas sabemos que no era necesario, sigue explicándose— Las “escalas sociales” sólo aplican cuando eres de nuevo ingreso y quieres crearte un nombre en la preparatoria desde el primer día. Yo lo hice en su momento. Tú lo hiciste en su momento. ¿Pero ahora? ¿A menos de un semestre de salir de ese infierno? Creo que hasta yo tengo a Carson en una mejor estima que tú.
—No me puedo dejar convencer…
—Okey, ya entendí. El tipo te engañó y te usó por cuatro meses. Pero eso fue hace. Dos. Años. Si sigues teniendo miedo de que alguien más lo va a hacer te vas a quedar soltera otro año más. ¿En serio eso es lo que quieres?
—Justo ahora no necesito una pareja en mi vida —rezongo.
—¡Nunca necesitarás una pareja en tu vida! Pero eso no quiere decir que no la quieras. O que no la merezcas.
Ambas nos quedamos en silencio. Veo a Maureen tomar varias respiraciones para calmarse antes de volver a hablarme.
—Anya, que estés buscando excusas para estar con un chico como él, sólo hace más notable tu cobardía.
—¡Es que no me quiero ilusionar! —Exploto una vez más.
—¡Es que no tiene nada de malo que lo hagas! La vida son oportunidades. Carson es una. Tómala.
Resoplo tirando todo mi peso hacia atrás, apoyando la cabeza en el respaldo.
—Dale una oportunidad de demostrarte que él no es Tony —su voz suena con menos enojo, pero sé que no está más clamada, ni por asomo.