—No hagas eso.
—¿Qué no haga qué? —Pregunta frunciendo el ceño.
—Ponerte tan serio —me reacomodo en la silla—. Me pones nerviosa.
—¿Y lo haces sólo cuando me pongo serio? —Sonríe de manera burlona, pero sugestiva. Al final, él también se relaja apoyando su espalada en la silla—. Es por el estrés —se encoge de hombros.
—Antes de cualquier cosa, ¿venden algo salado aquí?
—¿En serio? —Pregunta incrédulo—. ¿En una repostería? ¿Obviamente, de dulces?
—Me empalagué, ¿qué quieres que haga? —Digo encogiéndome de hombros, y calmando mi respiración en el tiempo extra que consigo antes de una posible plática seria.
—No comer como si fueras a morir hoy, eso sería un buen comienzo.
—Ja, ja. Ya, en serio, ¿no hay nada?
Respira lento con fingida desesperación, pero llama al chico que me había estado pasando todos esos deliciosos cafés y le susurra algo al oído.
No pasa mucho antes de que nos traiga a la mesa una bolsa de mis papas favoritas.
—¿Cómo lo sabías? —Hago ademán a las papas mientras las abro.
El delicioso sabor del chile aplaca en seguida al sabor dulce en mi boca.
—Siempre, sin falta, compras lo mismo en la tienda de la escuela. Es difícil no notarlo.
Sonrío con fingida vergüenza.
Carson me tiene más en la mira de lo que al principio había querido admitir.
Si bien tiene claros dotes de acosador, no puedo negar que el hecho de que se preocupe por mí me parece tierno.
Así que ignoraremos lo primero.
—Como sea, ¿qué es lo que quieres saber? —Digo una vez que me siento más confiada de la situación.
Me mira fijamente durante varios segundos antes de volver a hablar.
—La verdad no tengo ni idea.
Pongo los ojos en blanco.
Al fin encuentro a alguien más ridículo que yo.
—Quiero decir —continúa— que no eres la chica que esperaba que fueras. Eso me desconcierta más de lo que debería.
—¿Qué es lo que creías de mí que terminó por no ser verdad? —Meto otra papita a mi boca esperando por su respuesta.
—Que eras una copia de Maureen. La típica chica rubia de las películas que se desvive por su cabello y sus uñas. Que se emborracha cada ocho días y ha estado con más chicos de los que sabe contar.
—¿Realmente tengo aspecto de todo eso? —Pregunto con la voz una octava más alta.
Para empezar, sé contar con cuantos chicos he estado. Para seguir, no te importa.
Una cosa es la reputación que nos hicimos Maureen y yo.
Otra cosa, muy diferente, es lo que Carson está diciendo.
Otra cosa, peor todavía, es que haya pensado que mi personalidad es la copia de la de alguien más.
—No… Pero no lo noté hasta después de que te empecé a hablar —aunque oculta la incomodidad de su voz, sus ojos lo delatan.
—Me juzgabas por ser amiga de Maureen. La odias tanto que hasta parece que te gusta —ruedo los ojos dejando la comida de lado.
La última frase la digo sin pensar, y en cuanto me doy cuenta de lo que acabo de hacer, desvío la mirada.
No sé cómo sentirme con mi propio comentario, porque por ridículo que parezca, decir eso en voz alta me hace sentir una punzada de celos.
¡Acabo de aceptar este mismo día que Carson me gusta!
¿Cómo es posible que sienta celos tan rápido?
¿Cómo es posible que él me haga enojar tan rápido?
—Como sea, hablar de ella no te hará saber más de mí. ¿Qué es lo que quieres saber? —El tono mordaz de mis pensamientos se hace presente en ese comentario.
—La verdad es que no sé cómo hacer esta pregunta sin sonar entrometido.
¿Cómo? ¿Aún más?
—¿Qué es lo que te hizo cambiar en este último semestre? —Su pregunta me deja en blanco.
Hasta el enojo me abandona por unos interminables segundos.
¿Este chico me había estado observando durante mucho tiempo, o en serio se había notado demasiado mi cambio?
—La escuela. La universidad, para ser específica. Éste es nuestro último semestre en la preparatoria y no puedo desperdiciar el tiempo si ya sé qué es lo que quiero hacer con mi vida —contesto de manera automática.
—¿Buscar una universidad te volvió tan seria y cara larga? —Pregunta sonriendo una vez más, pero yo no le puedo sostener la mirada.
Ruedo los ojos para seguirle el juego, pero la verdad es que no estoy tan divertida.
—El futuro es algo importante para mí.
Nos mantenemos callados, yo con mi vista fija en las papas fritas frente mío, empezando a juguetear con la bolsa.
—¿Y qué es lo que vas a estudiar?
No tengo ni la menor idea.
—Publicidad —digo por decir algo.
Cuando lo miro de nuevo, en su cara puedo leer que no me cree.
—No tienes cara de Publicidad —recalca—, te veía más en algo como… no lo sé, ¿abogada? ¿Maestra? En algo un poco más serio donde pudieras pelear con la gente.
Consigue que me ría por lo bajo.
—Una maestra no pelea con sus alumnos.
—Eso lo dices porque siempre sacas buenas notas y nunca hablas demasiado. No les das material para odiarte.
Sonrío porque sé que él, al igual que Maureen, es de los que les encanta pelear.
Pero él está en más desventaja que mi amiga.
—Quizá sea porque no quiero que me odien —contesto con simplicidad.
¿Alguna vez habré escuchado alguna pelea suya sin saber que era él?
—Quizá te gusta la vida aburrida —ríe—. ¿Por qué publicidad? —Se cruza de brazos volviendo a recargarse.
Aunque su tono es genuinamente curioso, no puedo ignorar el hecho de que toda su cara, y su postura en general, indican que quiere hacerme hablar hasta cacharme en alguna mentira.
¿Cómo supe todo eso en una sola mirada?
No estoy segura, pero siento que comienzo a conocerlo más por lo que hace que por lo que dice.
—Porque la creatividad que se debe tener para conseguir vender un producto, el que sea, de forma llamativa, me encanta. Cuando sabes distinguir que una marca no sólo es un logo, sino toda una forma de presentar al producto puedes conseguir... cosas geniales.