Maureen me deja frente a la puerta de mi casa. La camioneta de Elene no está estacionada, así que supongo que está retrasando su llegada a propósito para darme espacio y tiempo a solas.
Nunca podré terminar de agradecerle por todas las consideraciones que tiene conmigo.
Me giro de nuevo hacia el coche para sonreírle con incomodidad a mi amiga, porque honestamente no sé qué decirle.
—Tómate tu tiempo y... Cuéntaselo todo a Elene, ¿está bien?
Asiento como contestación a lo que Maureen me está diciendo.
—Y prométeme que me lo dirás todo cuando estés lista.
—Ya sabes que así será.
Agito mi mano en despedida y recorro el camino de la entrada; una vez que cierro la puerta, me puedo guiar por el sonido del coche para saber que Maureen espera hasta este momento para irse.
Las cortinas blancas de la sala se mueven con la corriente de aire que baila a través de la casa gracias a las ventanas abiertas. El sol y el ejercicio hacen que durante el día no note el invierno, o lo queda de él, pero aquí adentro se siente aún más frío de lo que esperaba.
Dejo que ambas mochilas, la de la escuela y la que Maureen me prestó para guardar mi uniforme, resbalen por mis hombros hasta caer con un golpe seco al suelo. Apenas soy consciente de cómo choca mi cuerpo contra el sillón central, quedando boca abajo. Sólo sé distinguir la pesadez de todas mis extremidades, así como el ardor de mi piel. Me siento como una muñeca de trapo: sin energía suficiente para moverme, pensar o sentir.
El tiempo se va y casi en automático yo estoy bañada y cambiada para cuando encuentro a Elene sentada al borde de mi cama.
Sus ojos marrones lucen cansados, pero apenas me mira, estira los brazos hacia mí.
Y en el momento en que sus brazos rodean mi espalda, yo tiemblo entre lágrimas.
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El miércoles es el día que menos clases compartimos Maureen y yo. La única en la que la veré es inglés antes del receso, pero ni siquiera sé si podré sentarme con ella, o si el profesor nos hará trabajar con nuestra pareja del proyecto.
Hoy me levanté temprano para poder lavarme la cara de nuevo tratando de bajar la hinchazón por haber llorado tanto; mucho maquillaje siempre es mi respuesta para ocultar la falta de sueño.
Pocas veces he tenido una plática tan larga con Elene sin que el tema sea superficial. Anoche me sentí como una completa tonta al decirle que Carson es el mismo chico que ya me había hecho sentir insegura antes, y que encima tengo la sensación de que tal vez yo me había creado una película romántica en la cabeza donde la persona que tengo enfrente no es la misma que para mí había sido tan linda.
Aunque me siento hasta cierto punto humillada, tengo que recordarme que lo que siento no es todo lo que he dejado ver, y que si no quiero que las personas en la preparatoria se pongan a decir tonterías sobre mí que no quiero escuchar, debo seguir como si nada. Desde que llego a la entrada principal camino recta, con la cara en alto, agitando mi cabello de vez en cuando como suelo hacer siempre, como si lo hiciera por diversión.
Aunque ya no estoy tan quemada por el sol, y de hecho empiezo a agarrar un nuevo bronceado, adaptarme a este nuevo tono con mi maquillaje fue un poco tardado, pero no imposible. Por otro lado, mi caminar lento apenas disimula el exceso de ejercicio que hice ayer. Todo el tiempo estoy rebotando mi vista entre el suelo de los pasillos que recorro o un espejo para asegurarme de que todo se ve en su lugar.
A pesar de que soy capaz de tener la frente bien en alto, no puedo mirar a nadie a la cara, y así es como entro a las primeras tres clases del día.
Me concentro en mi celular, revisando una y otra vez cuándo son las fechas de los exámenes para la universidad para la que saqué ficha. Aún no sé qué haré de mi futuro, pero los días pasan y no puedo evitar sentir que no he estudiado lo suficiente.
Entre el trabajo y mis ganas de perder el tiempo dejé de lado las guías de estudio que había estado armando desde que empezó el año, así que, con un audífono al oído escuchando mi lista de reproducción favorita, y con los ojos saltando entre mi celular y mi libreta, enfoco toda mi atención a ponerme al corriente.
Lo bueno de siempre haber conseguido sobresalientes en la preparatoria es que ahora en el último semestre ningún profesor se molesta en revisar qué estoy haciendo en realidad: confían en que es algo de provecho y que de todas formas saldré bien en su materia.
La cuarta hora llega, y aunque Maureen no entra al salón, tampoco me preocupo tanto. El profesor deja unos ejercicios rápidos de inglés y aprovecho el tiempo extra para seguir con mis planeaciones, completamente ensimismada.
—Si hoy es 25 y el examen es el 18 de febrero, tengo veinticuatro días...
Veinticuatro días para estudiar y seis meses para poner mi vida en orden, pienso mordiéndome el pulgar.
Con un suspiro cierro las libretas y vuelvo a organizar el calendario de mi celular, para tomar en cuenta mis horarios del trabajo y asegurarme de tener tiempo suficiente para todo. Apenas suena la campana, corro para ser la primera en atravesar la puerta del salón.
—¿Has visto a Maureen? —Aarón aparece a un lado mío, asomándose por detrás de la puerta de mi casillero.
Termino de guardar mis libros y saco mi cartera sonriéndole. Todo el tiempo que invertí en la mañana para evitar verme tan demacrada, como sé que estoy, me costó el tiempo para desayunar, y aunque Elene no lo notó, mi cuerpo no me está dejando pasarlo en alto justo ahora.
—Hoy no entró a inglés, debe estar en su edificio platicando o algo —le sonrío con los labios cerrados—. Puedo acompañarte a buscarla, si quieres.
—Claro —camina a mi lado en cuanto cierro el casillero y me pongo en marcha para atravesar el campus—. En realidad, quería aprovechar este momento a solas contigo. Su cumpleaños se acerca, y me gustaría planear algo lindo para ella.