Elías y yo atravesamos las canchas de básquetbol del patio central casi corriendo detrás de los profesores que custodian a Aarón y a Carson. Llegamos hasta una puerta de cristal del edificio principal que nos lleva a un pasillo interior más pequeño. Otras dos puertas se encuentran en el costado derecho, en el izquierdo hay una hilera de sillas de espera, todas vacías, y al final del pasillo se encuentra una última puerta: la del doctor.
A Carson lo guían con el doctor sin una palabra de por medio; Aarón se mete al cuarto central, seguido de la enfermera que carga en sus manos un kit de emergencias. Ambas puertas se cierran con un sonido fuerte y seco.
Aún siento cómo el corazón me late desenfrenado cuando Elías toma asiento en la silla más lejana a la salida, la más lejana a mí. Con más de tres sillas de separación, hago lo mismo en la más cercana que encuentro y empiezo a juguetear con el borde de mi falda mientras intento tranquilizarme.
La maestra de danza se va apenas se deshace de Aarón mientras que el profesor de Historia se queda recargado contra el marco de la puerta de cristal observándonos a Elías y a mí, aunque a ratos siento como si hiciera más hincapié en mi rostro que en el del chico.
Parece que el hecho de que sea la única chica involucrada lo hace sospechar.
El celular del profesor vibra en uno de los bolsillos de su pantalón, y como si no quisiera, saca su celular y lo desbloquea con una huella dactilar. Lee en pocos segundos el mensaje que le llega antes de hablar en voz alta.
—Los tendré que dejar solos, pero en cuanto sus dos compañeros salgan, los cuatro tendrán que estar en la oficina de la coordinadora.
Asiento un par de veces en respuesta. Me imagino que Elías hace otro tanto, porque él tampoco emite ningún sonido antes de que el profesor guarde su celular y se pierda en el pasillo exterior con la puerta cerrándose sola detrás de él.
Aguardo unos segundos en silencio, pero a parte de un par de quejas de los chicos dentro de los cubículos, no parece haber ningún sonido en todo el lugar.
—¿Por qué no llegaste antes?
Mi pregunta se queda flotando en el aire por tanto tiempo que por un momento creo que no recibiré respuesta.
—Cuando vi a todos amontonados en un círculo gritando "pelea", no pensé que Carson sería uno de los que estarían ahí. Él suele ser de los que se ríen mientras se alejan de la escena.
A pesar de estar hablándome a mí, su mirada en ningún momento se aparta de la puerta cerrada tras la cual se encuentra su amigo.
Mi lado masoquista quiere que Elías me siga dando más detalles sobre Carson, pero la peor manera de olvidar a alguien, o tan siquiera intentarlo, es pensar una y otra vez en él.
Me quedo callada en su lugar, pasando una mano por mi cabello, un tic nervioso que tengo desde niña. Aunque ahora lo evito a toda costa, no encuentro nada más que hacer, y estar sentada junto a Elías es sumamente incómodo.
—La pregunta sonará estúpida, pero ¿a quién estás esperando?
La sangre se me sube a las mejillas en cuanto escucho esa frase abandonar su boca; él sigue tan concentrado en la puerta que nos separa de su amigo, que creo que no nota mi sonrojo.
—A Aarón —toma todo de mí evitar tragar saliva para no delatarme—. Si no me equivoco, recibió muchos golpes en las costillas.
—Aarón sabe cómo protegerse las costillas. Es más fácil cubrirlas y dar golpes que proteger tu cara y mantener una buena defensa.
—¿Qué estás intentando decir?
—Que no importa cuántos golpes haya recibido, el que jugó sucio fue él.
Cuando termina la oración sus ojos conectan con los míos por primera vez en meses, retorciéndome el estómago. No tienen la misma tonalidad que recuerdo, pero el brillo lleno de rabia que los cubre en este momento los hace lucir idénticos a los de su primo. Y sin entender por qué, eso me enoja.
—¿Cómo puedes decir que él jugó sucio? ¡Tú ni siquiera estabas ahí cuando él…!
—Aarón dio el primer golpe —me corta con su voz calmada y volumen bajo, contrarrestando la mía a nada de gritar—. Y repito, dio golpes en la cara.
—¿Y cómo estás tan seguro de que…?
—Cuando ambos salgan mírales la cara a los dos, y luego dime quién terminó peor.
Trago saliva, sintiendo cómo mi cuerpo vuelve a temblar.
Suelto un resoplido a propósito, cruzándome de brazos y girando la cabeza para evitarlo.
Tengo que recordarme que no quiero escucharlo hablar de alguien que a él no le preocupa.
Porque Aarón va a estar bien, y todos nos iremos a clases rápido.
No volvemos a hablar después de eso; no es mucho el tiempo que nos quedamos callados porque después sale el susodicho del cuarto de la enfermera, encorvado y con paso titubeante en una clara señal de que le molestan las costillas.
Fuera del cabello despeinado y los restos de sudor en su piel, su cara está intacta.
Aarón se sienta directamente a mi lado cerca de la puerta de salida, supongo que sabe las instrucciones de los maestros de irnos los cuatro juntos. Ninguno de los dos primos hace amago de iniciar una conversación.
—¿Estás bien? —Pregunto cambiando de posición en mi asiento para encarar al novio de Maureen y darle por completo la espalda a Elías.
—No está roto nada, así que sí. ¿Ha venido alguien más al pasillo?
Sé de inmediato que se refiere a Maureen, y que, a pesar de no querer relacionarse con su primo, le tiene el suficiente respeto para no decir el nombre de mi amiga, su novia, en voz alta.
Niego con la cabeza con lentitud.
La puerta del despacho del doctor se abre, y de esta sale Carson.
Si bien él no cojea en lo absoluto, lleva el brazo izquierdo vendado, manteniéndolo flexionado y pegado a su cuerpo, y a pesar de sus esfuerzos, salta a la vista que su mano tiembla de dolor.
Durante la pelea mis ojos vieron todo detrás de una cortina de pánico. Lo único que pude ver en ese momento fue al cuerpo de Carson sobre el de Aarón, sus puños impactando contra el cuerpo del chico moreno una y otra vez sin cesar. En primera instancia, cuando vi sangre en los nudillos de alguien, automáticamente pensé que ambos le habían abierto heridas al otro, pero haciendo memoria, los únicos puños que pude ver bien durante toda la pelea fueron los de Aarón.