Como Dos Gotas De Agua

Antes de que llegara a nuestras vidas

El lunes por la tarde recibo un mensaje de texto suyo diciendo que está esperándome afuera de la puerta de salida, la notificación llega apenas suena la campana que indica que el día ha terminado.

No tengo que esperar a nadie, así que recojo mis cosas con fingida calma mientras intento controlar mi respiración.

Camino por el empedrado sintiendo a mis muslos arder por el entrenamiento de ayer, pero es hasta que lo veo parado en la banqueta que siento que mi corazón está a punto de detenerse.

Con las manos en los bolsillos, Carson está recargado en la puerta del copiloto de su auto azul con una sonrisa tímida en la cara que me dice que él me vio antes de que yo lo notara. En su rostro aún quedan algunos rasguños, aunque los moretones ahora son casi invisibles.

Escucho algunos comentarios a mí alrededor señalando eso, así que los ignoro y camino más rápido hasta donde está él.

—Hola.

—Hola.

Le sonrío y me acerco para darle un beso en la mejilla, y apenas me separo estira su mano para tomar mi mochila y abrirme la puerta.

Siento que todo va muy rápido, pero al mismo tiempo no quiero que escuche las cosas que Elías y yo hemos escuchado por días en los pasillos, porque veo su cara inocente y de repente se me ocurre que tal vez su amigo no le ha dicho el infierno que ha sido la preparatoria para ambos desde el miércoles pasado.

Elías lo está protegiendo tanto como Aarón y yo protegemos a Maureen.

—Adelante —su voz suena nerviosa.

Es justo ese sonido el que me recuerda que me quedé trabada frente a la puerta.

Cuando ambos estamos juntos dentro del coche, con el aire acondicionado rozando nuestras caras y música instrumental de fondo, no puedo evitar sentirme más grande. No se siente como una cita que tendría a los diecisiete.

—¿Ya comiste algo?

En el primer alto se estira por detrás de mi asiento y saca una bolsita de tela con dos cofrecitos dentro de ella, en el primero hay una notita con un "Para Anya" escrito hasta arriba. Le sonrío mientras abro mi cofrecito y un olor a dulce y limón inunda el auto.

—Amo la carlota —susurro mientras tomo la delicada cucharita de plástico y le doy la primera probada al postre.

—Algo me dijo que lo harías —me sonríe de lado sin despegar sus ojos del camino—. Quería que la pasaras bien después de la escuela. ¿Cómo te fue?

Mi corazón se acelera sólo un poco y mantengo los ojos en la carlota mientras extiendo aún más mi sonrisa.

—Bien, en realidad no hay mucho qué contar. Los días son aburridos —y agobiantes y estresantes, pienso antes de dar otra cucharada, aún con la mirada clavada en mi regazo—. No hay mucho qué contar en realidad —repito. Si Elías no te ha dicho nada hasta ahora, tampoco lo haré yo—. ¿Cómo has estado tú?

Veo cómo se encoge de hombros y su mirada se vuelve más seria, aunque su cuerpo se mantiene igual. Ambos estamos jugando el mismo juego.

—He estado practicando nuevas recetas en la cocina del local, me gusta mucho pasar mi tiempo ahí así que aprovecho las horas extras de estos días. Y justo como sabía que hoy iba a pasar por ti, quería traerte esto.

Estoy estresada, pero todo el postre es exquisito y me cuesta trabajo no querer perderme en el sabor.

—Bueno, creo que de verdad te tomas en serio tu carrera. Eso es algo muy bueno.

—Y hablando de carreras, ¿qué has hecho con la tuya?

La sonrisa se me borra de la cara apenas lo escucho decir eso porque no recuerdo qué mentira le inventé aquella vez.

—O sea, no quería sonar grosero o algo por el estilo, me refiero a…

—¿A qué haré con mi vida? —Rio en voz alta para bajarme la tensión, y de paso veo cómo él se relaja. Sólo un poco—. Hay días donde todo lo tengo muy claro, pero la verdad hay otros días en los que no.

—Claro, y hoy es uno de esos.

—Algo así —le sonrío—, me estoy preparando para presentar examen en algunas universidades, solo por si acaso.

—¿Presentarás en varias? —Despega sus ojos del camino sólo un segundo para dirigirme una mirada asombrada.

No.

—Sí, veré cuáles me convencen —le sonrío a la nada—. ¿Y tú?

—Entraré a la del Norte.

—¿Entrarás? O sea, ya es seguro.

—¿Eh? No. No, para nada. El examen lo presento la última semana de febrero. Es sólo… que es mi única opción… Aún no sucede nada, pero voy a entrar.

—En plan, ¿vas apalancado? ¿Alguien te ayudará a entrar?

—No, pero es mi única opción, así que mi única opción es entrar.

—¿Y lo del miércoles…?

Sus manos se tensan un poco más en el volante, y sé por qué. La escuela a la que quiere entrar es una de las universidades privadas más exigentes y prestigiosas de la zona, y el registro de la pelea del miércoles de seguro hizo una mancha en su historial.

Quiero darme un zape a mí misma.

No quería decir eso en voz alta.

Esta vez, sus nudillos quedan en blanco sobre el volante, pero cuando habla, su voz es tranquila.

—Lo del miércoles se va a ver mal, pero pudo ser peor. Una suspensión de una semana es mejor que la expulsión.

Me toma un segundo de más terminar de tragarme el pedacito de carlota que tengo en la boca antes de poder hablar,

¿Expulsión?

Carson me mira por un segundo y puedo ver que disfruta ligeramente saber más que yo sobre un tema.

Su sonrisa no es muy ancha porque es obvio que el tema no le favorece.

—Viene en el reglamento. Cualquier pelea física dentro de una institución educativa es una expulsión segura. Esto ni siquiera es regla sólo de nuestra escuela, sino de casi cualquiera. ¿Nunca te preguntaste por qué suelen decir “te veo a la salida”?

—¿La gente se pelea a la salida de nuestra escuela? ¿En dónde?

Ahora sí se está riendo de verdad.

—No lo sé, nunca he visto a alguien de la nuestra hacerlo, pero en mi secundaria solían irse a un terreno abandonado que estaba cruzando la calle —se ríe un poco más cuando ve mi cara, aunque desconozco qué expresión tengo justo ahora—. Pero un terreno baldío ya está muy usado, la semana pasada definitivamente innovamos.



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En el texto hay: amor, amistad, preparatoria

Editado: 14.07.2024

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