El sol reflejado en las ventanas del edificio A hace que cierre los ojos de dolor cuando por fin salgo del salón. Siento cómo mis compañeras pasan por mi lado, algunas rozando mis hombros, pero por una vez no tengo prisa en ser la primera para llegar a la escalera.
Bajo lentamente, siento que se me detiene la respiración cuando lo veo en mitad de las canchas de básquetbol.
El pulso se me acelera y empiezo a sentir el sudor en mis manos. Carson está ahí, hablando con Elías. Ya no hay nadie detrás de mí.
Avanzo aún más lento que antes.
Ellos no se mueven.
—Hola Carson.
Su cara no se decide entre sonreírme o contestarme, así que Elías es el que decide sonreírme incómodamente antes de golpearlo en el hombro e irse.
Le sonrío por cortesía a Elías.
—Hola. ¿Cómo has estado?
—Bien… Hoy no traigo la camioneta, ¿puedo irme contigo?
—Claro que sí —empieza a avanzar como si un resorte lo hubiera empujado.
Las pequeñas cicatrices en su rostro apenas y son visibles, y su piel sigue tan bronceada como siempre. El sonido del crujir de las piedras bajo nuestros pies de repente parece muy interesante.
—No quiero que me malinterpretes, pero este suena como el tipo de favores que le pedirías a Maureen.
Sonrío y ninguno de los dos volteamos a vernos realmente.
—Te entiendo, sí es algo que originalmente le hubiera pedido a ella. No estamos hablando mucho últimamente.
Se tarda un par de segundos en contestarme.
—Mañana es su cumpleaños, ¿no?
Claro que él lo sabría. Si los cálculos no me fallan, lleva dos años preparando su pastel.
—Sip. Lo festejaremos en mi casa. Tendremos tiempo para arreglarnos… Y eso me hizo pensar en que no me he arreglado contigo.
—No necesitas hacerlo, en todo caso…
—Sí es necesario. Eres demasiado buena persona. Conmigo, al menos —ambos nos reímos—. Y no puedo ignorarlo.
Créeme, ya lo intenté.
Asiente con la cabeza, viendo hacia abajo.
Cuando llegamos a su auto abre la puerta para mí, y todo es como esa primera vez hace algunos días.
El aire acondicionado se siente bien en la tarde soleada, la música de fondo está en el volúmen perfecto para disfrutarla pero no distraerte. Su compañía es silenciosamente cómoda y no puedo evitar mirarlo.
No se siente como la primera vez, hace un par de semanas.
Estamos más tensos que en aquella ocasión, y por mucho tráfico que haya en el camino, sé que evita mirarme por algo diferente a los coches a nuestro alrededor.
—¿Tengo que decirte dónde vivo, o eso también lo sabes?
Ambos reímos, y él aprovecha para intentar relajar los dedos del volante. Esta vez sí voltea a verme a los ojos.
—¿Eres de las que dice “la vuelta era ahí atrás”?
Le saco la lengua entre risas.
—Depende.
—¿De qué?
De si me voy a distraer viendo tu cara.
—Te voy a poner maps desde mi celular.
—Eso es un sí.
Aunque tardamos, poco a poco conseguimos que la plática entre ambos sea cada vez más ligera.
Por cada alto que pasamos por la avenida principal, él pasa más segundos girado hacia mí.
—Tengo que admitir que manejas mejor que yo —trueno la lengua.
—Lo sospechaba —asiente con la cabeza mientras avanza cuando el verde se vuelve a poner—. ¿Qué te hizo tener esa revelación?
—Te distraes más fácil que yo y aún no has chocado.
Todo su cuerpo se mueve a la par de su risa.
—Yo no me distraigo fácil —niega con la cabeza dándome un vistazo—. Pero ya te tengo aquí, sería un desperdicio no verte cada vez que puedo.
Tengo que controlar mi respiración mirando hacia el frente. Mi rostro probablemente ya me traicionó sonrojándose, pero no me daré el lujo de comprobarlo. Lo único que noto, es que estamos a dos calles de llegar.
—¿No traer tu camioneta a la escuela fue tu plan maquiavélico para volverme a hablar?
—Funcionó, ¿no?
—¿Eso quiere decir que funcionó el mío?
Asiento con la cabeza. Se estaciona justo frente a la puerta de mi casa al mismo tiempo que maps nos avisa que nuestro destino está a la derecha.
—La comida siempre va a ser tu mejor opción conmigo —me río—. No sé cómo no lo sospeché antes.
—¿Que te gusta la comida? —Comienza a reír—. Creo que no te prestas la suficiente atención.
—Sabes a qué me refiero —me quito el cinturón y me giro hacia él en mi asiento—. Creo que eres la persona más detallista que conozco, y eso da miedo, no te voy a mentir. Pero me gusta. Y me arrepiento de haberte hablado y tratado mal por lo de Maureen. Incluso peleadas, ella sigue siendo mi mejor amiga, y me estaba costando trabajo darme cuenta de que tú estabas reaccionando igual por tu mejor amigo.
—No necesitamos hablar de ellos.
—Si queremos hablar más seguido, eventualmente volveremos a hablar de ellos, ¿no lo crees?
Me dice que sí con su cabeza, sus ojos no se separan de los míos.
—¿En qué piensas? —Pregunto después de unos segundos de silencio.
—No quiero echarlo a perder, y no sé cómo.
Ay.
—En tu defensa, la que lo echaba a perder era yo. Prometo controlarme.
—Los dos somos explosivos, no es tu culpa —me sonríe—. No todo se trata de ti.
—Mmmm, no. Yo pienso que sí, todo se trata de mí.
El sonido de un claxon nos hace voltear hacia la calle. Elene quita su ceño fruncido en cuanto me reconoce detrás del cristal y sacude su mano en forma de saludo.
—Creo que le estorbo a tu mamá.
—Se va a dar la vuelta, tenemos dos minutos.
Voltea a verme, y sé que ninguno de los dos sabemos qué decir.
Apaga el motor y ambos salimos en cuanto los seguros del coche se abren.
—Te veré el lunes —dice abriendo la puerta trasera para darme mi mochila.
—Invitarte mañana no es una buena idea, ¿verdad?
Niega con la cabeza.
—No quiero arruinarlo.
Estoy entre abrazarlo o darle un beso en la mejilla cuando Elene se estaciona justo detrás de su auto.