Como Dos Gotas De Agua

Enojo

Termino de delinear mi ojo antes de mirar a Maureen a través del espejo.

—¿Va a venir Aarón?

—Sí, pero no creo que se quede mucho.

No tengo ni idea de cómo continuar la conversación.

—¿Por qué? —Pregunta ella—. ¿Invitaste a Carson?

A través del espejo puedo ver cómo mis labios desmaquillados se ponen pálidos. Maureen me rueda los ojos antes de continuar con su propio maquillaje.

—Elene me contó todo mientras te metías a bañar.

Mi madre: amiga o enemiga.

—Tú y ella adoran comentar el drama de mi vida, ¿verdad?

—En el capítulo de ayer: “En el que el zopenco le cayó bien”.

Puedo sentir la sangre subir a mis mejillas, bajando mis ojos para dejar el delineador en mi mesita de maquillaje.

—Aún no lo perdona por haberte hecho llorar —aclara—. Pero el muchacho está empezando a hacer las cosas bien.

Trago saliva girándome hacia ella. Las muletas aún son parte de su día a día, pero aquí en mi cuarto se pasea sin ellas aprovechando que el espacio es pequeño.

Sopeso la posibilidad de que me golpeé con ellas, y río por mi propio pensamiento.

—Le dije que se tiene que esforzar porque Elene es la fácil.

Su risa se suma a la mía con esto.

—Perdón por lo del fin pasado —la encaro—. No es de mi incumbencia tu relación con Aarón ni con nadie. Yo tampoco sé qué estoy haciendo con Carson, y si yo no necesito un interrogatorio para averiguarlo, mucho menos tú.

Me sonríe sin mirarme a los ojos; sé que no dije lo que quería escuchar. Pero tampoco puedo fingir que entiendo algo que no.

—Los interrogatorios solían venir con respuestas —su voz está temblorosa cuando lo dice, y sé de inmediato que hay lágrimas en sus ojos, y que no quiere que las vea—. Ahora sólo traen enojo.

—No importa —me encojo de hombros—. Nadie sabe lo que está haciendo de todas formas, no eres la única así.

Pasa sus dedos por sus mejillas con cuidado antes de sorber por la nariz.

Dicho y hecho, se levanta y avanza por el cuarto sin ayuda de las muletas para llegar hasta los pañuelos desechables.

—Ya sabes lo que dicen —le digo cuando pasa otra vez a mi lado—: “equis, somos chavos”.

—Ay Anya —me rueda los ojos otra vez, se voltea hacia mí sólo para asegurarse de que la veo hacerlo—. Tú y tus frases van a envejecer muy mal.

—Tal vez, pero te hice sonreír.

Me mira fijamente para hacer el punto de que, de hecho, no sonrió, pero con la pelea de miradas eso se arregla.

Vuelve a rodarme los ojos.

—Te perdono. Pero sólo porque te quiero mucho.

Me acerco de inmediato a abrazarla.

—Y yo te quiero a ti.

Nos quedamos unos segundos en silencio.

—¿Pero?

—¿Qué? —Le pregunto soltando nuestro agarre.

—Me quieres, ¿pero?

Suspiro.

—En primera, mi amor por ti no tiene “peros”, sin embargo… Aún no entiendo… Tú sabes de qué hablo.

Vuelve a tragar saliva, y aunque se tarda, eventualmente vuelve a mirarme.

—Tus interrogatorios sólo me traen enojo —dice al final.

—Lo sé —me levanto para volver al espejo y la mesita con mi maquillaje—. No va a venir. Sabe que lo vamos a arruinar si lo hace, así que eligió no venir —le sonrío a través del espejo.

El fin de semana se pasa volando. El cumpleaños de Maureen fue tan incómodo como todos imaginamos que iba a ser, aunque eso no me quitó la felicidad de poder pasar el día con mi amiga, que eventualmente fue secuestrada por su novio para una cena romántica privada.

Maureen y yo siempre hemos sido más como hermanas, pero nunca hemos podido decidir quién de las dos es mayor (en edad, ella me lleva un par de meses). Cada una tiene sus fortalezas, como todos, me imagino, pero tengo que admitir que en muchos sentidos, ella siempre ha sido mi guía, incluso cuando no lo sabe.

La seguridad que transmite en cada paso que da, para mí, siempre significó que ella sabía lo que hacía.

Claro, he estado ahí prácticamente todas las tardes y noches en que dudó de ella misma por una razón u otra, pero también he estado ahí para ver cómo siempre resuelve sola cada cosa que se le presenta.

No por nada es la persona más mandona y con mejores calificaciones de la generación.

Además, ella siempre ha sido la más fuerte de las dos.

Me alegra verla feliz: cada que Aarón entra a una habitación sus ojos se iluminan, su cara completa es una sonrisa, y puedes ver lo embelesada que está con su novio, cómo ella siempre quiere estar a su lado y cómo él se asegura de que nunca se separen.

Y todo lo que él hace por ella es realmente tierno, para variar…

Pero es su rostro, cuando él no está, el que me preocupa.

Sé que ella sabe tan poco del amor como lo sé yo misma. Tenemos diecisiete años, ella ahora dieciocho: podremos saber de besos y salidas, pero ninguna sabe qué es el amor.

Por muy cursi que suene, aún lo estamos descubriendo.

Y lo tengo muy en claro, porque algo me dice que mi amiga no debería estar enojada cada vez que hablamos de Aarón.

Cada día evita más el tema, cada día está más enojada cuando él se va, y se arregla con prisa y sin emoción cuando sabe que él está a punto de llegar. Pero la sonrisa en su cara cuando lo tiene frente a ella es todo menos falsa.

¿Es normal?

¿Que lo quiera sólo cuando está, y lo odie cuando se va?

Los interrogatorios sólo traen enojo, y yo tampoco estoy dispuesta a que alguien me interrogue sobre Carson porque tampoco sé qué estoy haciendo, así que supongo que sólo me queda esperar a que Maureen decida abrirse conmigo sobre qué pasa en su cabeza respecto a su novio, a su tiempo.

Los papás de ella lo adoran, pero por las miradas que le echa Elene, sé que ella ha visto lo mismo que yo.

Si tan sólo Elene y yo habláramos de la vida de mi amiga como ellas hablan de la mía.

Bueno, siempre hay una primera vez.

—¿Mamá?

—¿Mhmm?

Las dos estamos acostadas en el sillón frente a la televisión. Es domingo por la noche. Muy temprano para estar dormidas en la cama, muy tarde para estar despiertas en el resto de la casa.



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En el texto hay: amor, amistad, preparatoria

Editado: 02.11.2025

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