Cómulus

18. Lazo inquebrantable

Un pequeño rayo de sol se filtra de entre las hercúleas cortinas doradas que danzan en compás con el aire recién iluminado. El aire en cuestión, tiene toques de anís estrellado recién molido, o por lo menos a eso se parece, y ese exquisito aroma en concordancia con la pequeña rezaga prófuga de luz, hicieron que Alexa abriera sus ojos cual dos rendijas que ven al sol por primera vez, si bien no podía distinguir nada a su alrededor, sabía que el sol había salido.

¿Cómo la luna puede soportar tener un compañero tan egocéntrico y pomposo como el sol, el cual nos despierta solo para apreciarlo y obtener de él la claridad? Es muy fácil de resolver. La luna es paciente, solo se posa en la oscuridad dejando que la mayor parte de las veces las estrellas sean los focos principales del espectáculo; quieta, callada, no muy luminosa, solo se queda ahí, viendo los sueños que se elevan a su alrededor. En cambio el sol, se encarga de destacar su refulgente presencia, la cual, sin lugar a dudas, le dio a Alexa un recordatorio: “Debo prepararme para la escuela”

Luego de que Alexa se percatara de este hecho, comenzó a hacer un minucioso repaso mental en lo que efectuaba un inventario sobre las partes de su cuerpo que debía estirar “Pies, manos, brazos, cuello” Debido al hermoso estiramiento, detectó que estaba en una cama gigantesca, tibia y cómoda, como acostumbraba en el pequeño pueblo en donde nació. Todo resultaba familiar, empezó a pensar en qué haría durante el día; iría a saludar a su padre y esperaría el desayuno de la señora Vaselý justo antes de la nueve de la mañana, para seguir con el trabajo para el profesor James. Todo era normal. Sin embargo, en ese momento, la mirada y palabras de Nicoláhe vinieron como aberrantes y poderosas ráfagas de memoria directo hacia sus somnolientos argumentos mentales.

 “Mientras esté aquí, él no podrá hacerte daño”.

En ese momento, Alexa emitió un pequeño grito ahogado por su garganta seca, se sentó con esmero en el lecho y apretó sus temblorosos dedos en el cabello, mientras se balanceaba de atrás hacia adelante, calmándose a sí misma sobre una situación que el despertar le impedía recordar “¿Cuánto tiempo dormí?... Maldición, ¿En dónde demonios se supone que estoy?” Se pregunta mientras una fina capa de sudor le perla los brazos desnudos y sus manos se trasladan hacia su cara, para proteger sus ojos de la increíblemente molesta cantidad de luz que entra en ese lugar. Para su sorpresa, no estaba en su cama, ni en su habitación, ni en la universidad; no, estaba en un lugar que nadie en su pasado podría haber visitado, un lugar que muy pocos conocen.

Cuando los ojos de Alexa se acostumbraron al ambiente, pudo notar el magnánimo balcón que bien podría contener la totalidad de su casa, en conjunto con la estancia repleta de cojines, alfombras acolchadas y un piso de arabescos color arcilla que reflejaba cada objeto de la estancia. Pero solo al ver aquella cortina roja, pudo recordar cada acontecimiento del día anterior “Cómulus” se decía en su mente, una y otra vez, como intentando descifrar el misterio tan grande de su llegada a este mundo ficticio para la razón humana “Nicoláhe, Vertínu, Neridia… y…” Kardálo. Quería decir ese nombre, lo pensó una y mil veces, pero la voz en su cabeza no fue capaz de emitirlo, simplemente ese nombre se había convertido en un mal presagio, por lo tanto, su sola pronunciación mental podría concluir en un desastre.

Cansada mentalmente incluso a segundos de haber despertado, Alexa encorvó la espalda como muestra pura de entumecimiento matutino, colocó ambos pies en el tempano de hielo que se hacía pasar como piso, y de pronto, lo vio, un fenómeno autóctono de aquella tierra, algo que para sus ojos era un completo absurdo. En la totalidad del piso circundante a la magnánima cama, se encontraban miles de nubes de todas las tonalidades purpura que alguna vez existieron; arremolinadas entre sí, unas encima de otras, de distintos tamaños, y estas, a su vez, se reflejaban en el suelo brillante, formando un paisaje surrealista infinito difícil de describir, todo parecía una obra del amanecer dentro de una sola estancia parcialmente vacía… ¿Quién lo diría? ¡En Cómulus, las nubes de los amaneceres son púrpuras!

A la joven le daba temor bajar del lecho para erguirse, pero, ¿Qué otra oportunidad tendría para caminar sobre las nubes?. No le dio más vueltas al asunto, contó hasta dos y se colocó en pie con los ojos apretados, formando leves arrugas en el tabique de su nariz. En eso, las nubes se dispersaron en el momento en que sus pies las tocaron, como acto lamentable. Un poco decepcionada, Alexa decidió inclinarse para intentar tocarlas con sus manos, y para su sorpresa, estas se adherían a sus dedos haciéndolos lucir como varitas llenas de algodón de azúcar púrpura, que luego de unos segundos, se desprendían como la espuma para dispersarse  y desaparecer en el ambiente bajo de la habitación.

– Amo que la lógica de mi mundo no aplique aquí – Dijo con una sonrisa de oreja a oreja en lo que, al mirar hacia la pared donde había visto a Nicoláhe por última vez, notó que, por supuesto, su compañero no estaba. En sí, era lógico. En el escenario más común, Nicoláhe seguro había ido a dormir a otra parte, a su alcoba verdadera. Sí, eso era, ¿Qué otra cosa si no?... ¿Verdad?

Un atisbo de duda se filtró por sus conjeturas, pero se difuminaron al recordar esa muestra de confianza que había visto la luz la noche anterior, pues Alexa estaba segura que esas palabras, esas historias, eran una muestra de la confianza recíproca que ella podía poner en las manos del adalid, y que esta vez, debía de ponerla en serio.

“¿Demasiado temprano para un monarca?”, pensó con cierta sensación jocosa plasmada en su rostro cuando descartó sus pensamientos anteriores.

En tanto esperaba alguna muestra de vida, Alexa se dispuso a deambular por su habitación nueva como un espectro temeroso, inspeccionando cada uno de los objetos que allí residían, hasta que un olor perfecto atrajo toda su atención, uno que podía parecerse al, ¿Anís  estrellado recién molido y… frambuesas?



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En el texto hay: reinos, romance

Editado: 27.05.2020

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