900: am.
Una alarma irritante suena para interrumpir otro sueño nuevamente. Como siempre, Alexa la detuvo sin siquiera abrir sus ojos, pero se preguntaba luego que su cerebro reconoció que ya había salido de la quinta etapa: ¿Qué ocurrió? ¿Fue una fantasía? ¿Fue real?... nadie podía contestarle, pero no quería averiguarlo tampoco. Cerró sus ojos por completo, queriendo dormir nuevamente, tratando de recordar el supuesto sueño del cual había salido, pero no podía recordar mucho, ya que solo veía la conclusión: sus padres alegrándose por su oportunidad, los preparativos del viaje y la cit… la cena con el profesor.
Apretaba su cara contra la almohada queriendo volver a dormirse, pero le fue inútil. No quería enfrentarse a su realidad nuevamente, tan insípida, sin vida, monótona, sin color, con pocas ocasiones o coincidencias que le permitieran sentir adrenalina y emoción. El soñar era la única forma de escapar de ella momentáneamente, pero la luz que entraba por la ventana la obligó a poco a poco abrir sus ojos.
Se encontraba en su alcoba, pero no era la misma de siempre.
Estaba ordenada, con una enorme maleta de flores tropicales llena hasta desbordarse. Justo ahí, Alexa saltó de su cama vigorosamente para sentarse, con una expresión de asombro que daba a relucir la posibilidad de que esa hermosa añoranza no fue una simple creación del subconsciente. Se levantó como si la cama quemara, abrió su estante de golpe, el cual se encontraba vacío, y divisó que todos sus conjuntos y zapatos (que no sobrepasaban de 4) estaban ordenados en la maleta, miró la fecha de su teléfono: “18 de agosto”… y ahí, y solo ahí, se dio cuenta de que todo era real.
Admiró su nueva realidad, una en la que tomaría a las 3:25pm el vuelo 23 hacia Florencia - Italia; con su profesor de artes James Brown y estudiaría en una de las escuelas de artes más prestigiosas. Nada más podría pasar, solo faltaba agregar que en todo viaje que parece perfecto, siempre hay una pequeña tachuela que pincha la llanta. Había olvidado por completo el trato que hizo con su madre para ir sin complicaciones a su viaje, lo que la obligó a hacer un mohín deliberado.
El trato consistía en visitar la casa de su tía, la señora Trinitti Crusheth, por un día sin poner caras que llegaran hasta el suelo, ni discutir con los que allí vivían. Resultaba en extremo irritante, no tanto por su tía, que era a su vez mucho más extremista y recta que su madre, si no por sus hijos.
Era un cuadro familiar de 7 personas que alcanzaban las perspectivas de la familia perfecta, o por lo menos eso era lo que los externos a la familia veían, pero no era así. Era una pareja de 20 años de casados, o mejor dicho, 2 años de casados y 18 de peleas. Una hija mayor, Trina, la bailarina de ballet de 18 años, que juraba y perjuraba que por tener las posesiones materiales de precios más desbordantes, de marca y mejor que las de los demás, eran de un rango superior. Le seguía Cecilia, un chica de 17 años con dotes culinarios despampanantes, solicitada en varios institutos de la alta cocina, se creía mejor que el resto, no importaba lo que hiciera, ni como le saliera, todo sin excepciones le salía mejor a ella y se deleitaba humillando a los demás por ese supuesto hecho. Cerraban las gemelas idénticas de 13 años, Reginna y Paula, pero a pesar del parecido genético que las ligaba, no eran nada similares en su interior. La que era mayor por 2 minutos, Paula, seguía los pasos de su hermana mayor, era pomposa e irritante, regocijándose de la desgracia ajena como si se tratara de un deporte de fin de semana. En cambio, Reginna tenía sus gustos muy definidos, sin importar lo que dijeran sus hermanas, ella amaba la lectura como nadie, se metía en los libros de tal manera que su cuarto se había convertido en la biblioteca de la casa. Le agradaba la poesía, pero más la fantasía y la aventura que la enloquecían. Por último, el abuelo Joseph, el de más cordura en toda la casa a pesar de su avanzada vida. Era un anciano de 90 años de edad, viudo y ex coronel, que le contaba a Alexa, cuando era niña, un sinfín de relatos y aventuras de guerra. Se las contaba a ella porque era la única que lo escuchaba pues sus primas le ignoraban y el hombre muy enojado les contestaba cada vez que esto sucedía:
– Imbéciles, ¡Váyanse a cortar las orejas, no les vuelvo a contar más nada, ingratas! –
Tal vez lo decía por una experiencia en combate. Y mientras las demás niñas creaban el dicho “no te portes mal o el abuelo te cortara una oreja”, Alexa se concentraba en sus historias de vida a pesar de que casi nunca se veían.
Volviendo al presente, cayó en cuenta que solo sería un día, así que no se preocupó por más, solo se percató de que ya eran las 9:30am. Había perdido media hora pensando en lo peor del extraordinario viaje y esto no se podía volver a repetir. Fue al baño para darse una ducha y arreglarse. Recordó que a las 12:00pm tenía que estar en el aeropuerto de la ciudad vecina, esperar a que llegara James para completar todos los trámites del pasaje/abordaje y empezar el viaje. Sin flaquear fue directo al baño, pero la señora Vaselý la detuvo en la puerta, ya vestida y arreglada: