“La curiosidad puede ser una especie de picaporte que abre muchas oportunidades, sean buenas o malas, pero sus características son un completo dilema que ningún ser en la tierra o fuera de esta sabe; es difícil tener certeza de esto, además, nos llevamos un trago muy áspero si se llegase a inclinar al lado de las protervas, pero es parte de un todo y si codiciamos vivir, es necesario que nos llevemos el paquete consumado, lo cual es lo más perverso de nuestra presencia, pero hay que arriesgarse, aun si el terror de errar se cala hasta el rincón más profundo de nuestra delicada psiquis”
Esto lo razonó una presencia muy inusual y distraída llamada Alexa Vaselý, que se había llevado un susto muy grande días atrás, pero ese aspaviento dejó algo importante en su evolución: un pequeño carboncillo y un cuaderno repleto de sueños e ilusiones que se desarrollaban cada vez más con el bailar de las hojas envejecidas.
La noche se vaciaba en el iris de sus verdes ojos, desdoblándose sin que nadie la pudiera sosegar. Las estrellas se presentaban con el faro de la placita de la universidad, los árboles se ponían cómodos con el viento que se filtraba entre las diminutas ramitas que casi se caían, la brisa no era temerosa pero tampoco era muy acogedora. El frio comenzaba a hacerse presente mientras la joven sentada en un banquillo de concreto, al lado de una de tantas columnas con enredaderas de flores moradas, cumplía ya tres horas sentada en ese mismo lugar.
Alexa solo podía pensar en que posiblemente los actos sucedidos en el pasado no fueran una coincidencia; si ese viento extraño no quería que Guido entrara en esa habitación y a ella le permitió entrar sin ninguna complicación y más aún, ofreciéndole caricias, tendría que haber una razón igual de descabellada que ese desgraciado viento como para que algo así sucediera.
El reloj de cristal en el medio de la placita cumplía las nueve en punto de la noche. Con dos campanadas fue suficiente para despertar a la joven el trance, pero no le quitaba la intriga de que la supuesta ilusión podría tratarse de algo más oculto en la fantasía. ¿Por qué sucedió esto y que era lo que sucedería luego? no creo que alguien en este mundo nos pueda decir la respuesta indicada, por lo menos no aún.
Alexa empezó a caminar con las manos en los bolsillos, ya que traía el mismo traje que la última vez, con solo un cambio: no llevaba su bolso cruzado. Las nueve y quince ya se mostraban en la cantidad de estrellas en el cielo, las camineras se alumbraban con los faroles de metal oscuro, pero Alexa seguía caminando y solo pensaba en una cosa “¿Qué fue lo que sucedió?... no puedo perder otra vez el tiempo… pero, ¿Qué debo hacer?”. Algo no andaba bien en la universidad, este acontecimiento extraño parecía que no debió de pasar, pero… ¿Quién elije lo que pasa por coincidencia? Estas cosas no suceden porque si, debía de haber una especie de explicación lógica, pero solo caminando, Alexa no descubriría nada.
Decidió ir de nuevo al enigmático cuarto, era hora de entrar teniendo una leve certeza de lo que iba a ocurrir; pero pensó en diversas cosas: si ese viento sería algo peligroso o qué pasaría si algo malo sucedía, qué dirían sus padres si un alboroto en la Universidad Internacional de Artes fuera causado por su pequeña e inocente hija… Era un riesgo demasiado grande, y además, Guido podría estar mintiendo o exagerando.
Asustada, estaba a punto de rendirse por completo por el bien de muchas personas en lo que se dirigía a los establecimientos del dormitorio. En eso, comenzó a indagar en la situación “Toda mi vida, he seguido todas las ordenes y limites que me han puesto… si no me arriesgo por lo menos una vez, me arrepentiré por el resto de mi vida, ya que se que no tendré el valor ni la oportunidad para hacerlo alguna otra vez”.
No había duda, la decisión había sido tomada, buscaría sus pertenencias más preciadas que se encontraban atrapadas con el vitral, iría a la fuente de sus temores y los convertiría en sus fortalezas más potentes.
Se dirigió a la puerta de la recepción, la abrió con cuidado y cuando dio vuelta, descubrió que estaba vacía, asimiló que nadie ni nada le estaba impidiendo que descubriera el dilema, pero no perdió tiempo, intentó pasar en puntitas tratando de cuidar cualquier detalle que la detuviera. Lo malo fue que cuando transitaba en el medio de la estancia, un ruido de puerta abriéndose la detuvo. Se escondió lo más rápido que pudo detrás del escritorio de la secretaria flacuchenta y verrugosa, aun se podía sentir el asqueroso hedor a pies desprolijos, pero valía la pena soportarlo con tal de averiguar la verdad. La polizona entrometida miraba por la rendija entre el piso y el escritorio, tratando de distinguir quién era la persona que frustraba sus planes para nada malignos, pero el espacio era tan pequeño, que se le dificultaba grandemente poder asomar su ojo por aquella diminuta abertura. El sonido de los zapatos eran como de un tacón muy pequeño, probablemente el de unos mocasines, estos se acercaban y se alejaban constantemente, en eso pasaron 27 minutos hasta que por fin, se escuchó sus lejanas ondas que marcaban la ida del estorbo.