Con kilos de más

1. Una chica XXL.

Cuando la cita a ciegas preparada por su mejor amiga comenzó a burlarse de ella, Telma supo que tampoco esa noche encontraría el amor. 

¿Por qué resultaba tan difícil para una chica XXL encontrar el amor? 

 

— Lo siento, llego tarde. — Se disculpó Telma con la cita a ciegas que su mejor amiga preparó para ella.

 

— ¿Tú eres Telma? — Le preguntó su cita, y realizó un repaso por ella con una mueca de no ser lo que se había imaginado. — Cuando Simona dijo que eras una gran mujer, no creí que lo dijera literalmente. — Una risa burlona acompañó a su comentario. — ¿Sabes qué… ? Me ha surgido algo y tengo que irme, pero pide lo que quieras. Yo invito.

Se levantó sacando su cartera y dejando sobre la mesa un billete, antes de caminar hacia la puerta del restaurante. 

En la mesa de al lado una mujer que estaba muy lejos de tener sobrepeso se rió descaradamente de lo ocurrido. Eso hizo a Telma sentirse tan avergonzada que su cara redonda se puso roja. 

 

— Mira el lado bueno, tienes comida gratis sin aguantar gilipollas. — Habló el atractivo hombre sentado junto a la mujer que se reía y le ofreció a Telma un pañuelo de tela. — Si vas a llorar, necesitarás un pañuelo. — La alentó a cogerlo y Telma se quedó mirándolo. — ¿Pretendes dejarme con el brazo levantado o cogerás el pañuelo?

 

— No lo necesito, no voy a llorar. — Respondió Telma, desconfiada de sus supuestas buenas intenciones. 

Valentina, la mujer que lo acompañaba, se levantó y le arrebató el pañuelo para acercarse a la voluminosa chica orgullosa. 

 

— Un hombre que hace llorar a una mujer no es un hombre. — Le dijo Valentina y la hizo tomar el pañuelo. 

 

— Usted se ha reído. 

Valentina sonrió. 

 

— Lo sé, y lo siento. Me ha parecido surrealista y no lo he podido evitar. — Agarró los mofletes de la cara de Telma y le sonrió. 

Aquella sonrisa hizo que Telma envidiara su cara delgada y hermosa. 

Telma dirigió la mirada al hombre que se levantó cerrando los botones de su chaqueta y la miró desde la elevada posición que un metro ochenta de altura le proporcionaba. 

 

— ¿Dónde puedo devolvérselo cuando lo lave? — Le preguntó Telma por la devolución del pañuelo. 

 

— Quédese con él. Lo va a necesitar si sale con más idiotas como ese. — Habló él y caminó hacia la puerta del restaurante. — Vámonos, Valentina. 

 

— Espera. — Dijo Valentina, dejando de apretar los mofletes de Telma y corriendo detrás de él. 

Telma bajó la mirada al pañuelo en su mano, la tela era lisa y suave y tenía la letras R.S. bordadas en negro. 

 

 

Telma colgó en el balcón la toalla que usó en el baño y entró al salón. Su madre la abandonó de niña con su padre, un hombre que bebía en exceso y que trabajaba en la construcción. Tiempo después, cuando pudo valerse por sí misma, ella fue la que abandonó a su padre. 

Ahora vivía en un pisito pequeño que una agradable mujer viuda le alquilaba, y buscaba un trabajo como oficinista, asistente o secretaria. Desgraciadamente, pese a sus buenos datos universitarios, nadie la quería contratar una vez la veían. 

Su cuerpo le hacía boicot para avanzar en su vida laboral y sentimental. 

Telma se sentó frente a su ordenador portátil y comenzó a abrir los correos recibidos por las distintas empresas a las que previamente mandó su currículum. 

Sintió en sus pies a los dos gatas de su mejor amiga, Riza y Dory, cuidaba de ellas mientras ella estaba de viaje. 

 

— ¿Ustedes también pensáis que nunca encontraré un trabajo detrás de una mesa de oficina? — Le preguntó Telma a las gatas y escuchó el timbre de la puerta. 

Al acudir y abrir la puerta se encontró con la sonrisa de felicidad de su amiga Simona. Telma lo miró severamente. 

 

— ¿Qué, por qué esa mirada? — Le preguntó Simona, entrando en el piso y cerrando la puerta. 

 

— Porqué me has hecho quedar con un impresentable. — Le reclamó Telma. 

 

— ¿Impre… qué? 

 

— Impresentable. 

 

— Debe de haber algún error. Julio es educado y agradable. ¿Seguro que era él y no te has confundido? — Se sorprendió Simona. 

 

— ¿Te parece que me he confundido? 

 

— Algo debe ser. — Simona sacó su teléfono móvil. — Déjame que lo llame y le pregunte. Estoy segura que debe de haber sido un error. — Telma se quedó mirándola con decepción y Simona bajó el teléfono. — ¿Te ha tratado mal? 

 

— Supongo que pensó que por ser tu amiga nos parecíamos en el físico. — Telma volvió frente a su ordenador y Simona la siguió. 

 

— Será idiota. Y después va diciendo por la empresa que él no se fija en el físico y que se enamora de la persona que hay dentro. — Simona se sentó junto a Telma. — Lo siento, seguro que habrá sido horrible. 

Telma apoyó la cara en una mano y siguió abriendo correos en el ordenador. 

 

— No te preocupes, no ha sido tan malo como otros. 

Simona se sintió mal y se agarró a su brazo. 

 

— ¡Lo siento, perdóname! — Le suplicó y Telma se la quitó de encima. 

 

— No seas pegajosa. Estoy bien. Está vez ni siquiera he llorado. 

 

— Mi amiga se está haciendo fuerte. 

Telma sonrió y le ofreció. 

 

— ¿Quieres una cerveza? 

Simona negó. 

 

— Solo vengo a por las niñas. Marlon me está esperando en el coche. — Le respondió y se levantó para buscar a sus gatas. 

Telma se levantó a ayudarla a dar caza a las dos gatas y meterlas en sus bolsas de transporte. 

 

 

— Hola, guapa. — Saludó Marlon a Telma cuando bajó con una de las bolsas de las gatas. — ¿Qué tal tu cita? — Se interesó, mientras metieron a las felinas en el asiento trasero del coche. 



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En el texto hay: familia, drama, amor

Editado: 17.11.2023

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