conclusiones ,secretos

Sorpresa e incertidumbre

Al llegar al barrio, estaban todos reunidos. Nos saludamos.

—Hola, mujeres, ¿cómo están? —dijo Ángel.

—Bien, Ángel, ¿y vos? —contestamos a varias voces.

—Todo súper, más que bien —respondió con una sonrisa.

—¡Qué bueno! ¿Cuál es el suceso para tanta alegría? —preguntó Mili.

—Mi viejo nos presta el camping para que lo usemos y obvio, tenemos que ir a limpiarlo y arreglarlo un poco. Y por supuesto, lo vamos a inaugurar con una fiesta solo para nosotros.

—¡Qué copado! ¡Mortal! ¿Y cuándo va a ser eso?

—Por ahora, después de las fiestas. Ya están a la vuelta de la esquina, y no vamos a tener mucho tiempo para arreglarlo. Pero igual vamos a ir con los chicos a acomodarlo un poco.

—Bueno, cualquier cosa que necesiten, si podemos ayudar, nos avisan —dijo Mili.

Rápidamente, Lisandro apareció frente a mí. Yo tiritaba entera. Temía lo que pudiera decir. Tenía miedo. Pero no… solo me miró, saludó y se retiró. De pronto sentí un leve alivio… pero también un gran temor. Temor de que mi segunda vida saliera a la luz, y por todo lo que eso podría provocar en mí y en mi familia.

Tenía mucho miedo. Vivía dos vidas. Sí, dos. Una que me llevaba a la perdición, y otra que parecía normal para mi corta edad. Ese desdoblamiento provocó un terrible decaimiento en mí, pero nadie se dio cuenta. Lo disimulé muy bien.

De mañana, mi rutina era tomar, fumar, anestesiarme. De tarde, interpretaba mi papel de adolescente común. Tenía dos grupos de amigos: los adictos a las drogas, al alcohol, y a los problemas —problemas que cada vez se volvían más y más graves, entre peleas, amenazas y la desesperación de quienes ya estaban perdidos en el vicio—, y los otros, los del "mundo normal".

A diferencia de ellos, yo lo manejaba. No tenía una adicción… no todavía. Pero el cigarrillo hacía su parte. Cuando lo necesitaba, me calmaba la ansiedad. Me permitía volar un rato lejos de mis malos momentos.

Mi familia era un verdadero infierno. Todo el tiempo, peleas. Una tras otra. Se destruían por un poco de territorio, de control. Eso me afectaba profundamente, aunque lograba sobrellevarlo a mi manera: con alcohol, drogas y cigarrillos que me robaban la ansiedad… o, al menos, la silenciaban.

Pero ese no era el verdadero problema. Lo verdaderamente grave estaba por llegar. Muy pronto, mi vida se convertiría en una tortura inmediata.

Pasó un tiempo desde aquel día. Las fiestas llegaron, como todos los años. Y jamás imaginé —nunca— que mi vida cambiaría para siempre. No lo sabía.

El 23 de diciembre ya no había clases. Todo había terminado. Y, como era de esperarse, volvía a repetir 8º año… otra vez.




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